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Pontevedra

“Solo pensaba en que no se me resbalara; tenía que tirar de esa mujer como fuera”

Francisco José Iglesias relata cómo, junto con un policía, evitó el pasado sábado que una vecina de su edificio en A Parda se precipitara desde una altura equivalente a cuatro pisos

Francisco José Iglesias, ayer, mostrando la ventana de su dormitorio por la que rescató a su vecina de precipitarse al vacío junto con un agente de Policía Gustavo Santos

Descuelga el teléfono y lo primero que dice es que todavía sigue “en estado de shock”. Que a duras penas recuerda cómo fue capaz de subir los tres pisos a toda velocidad, ni lo que aquella mujer les decía cuando estaba concentrado en salvarle la vida junto con un agente de la Policía, ni tampoco lo que gritaba la gente desde la calle.

Francisco José Iglesias se emociona al relatar cómo el pasado sábado evitó que una vecina de su edificio, situado en la calle Gaiteiro Ricardo Portela, en A Parda, se precipitara desde una altura equivalente a cuatro pisos y afirma que se le encoge el corazón al recordar lo que para él fue “más que un milagro”.

Simplemente reaccioné. Cogí las llaves de casa y me eché a correr.

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Este pontevedrés cuenta que llegaba en coche a casa con su mujer y su hijo cuando se encontró un tumulto de gente que no apartaba la vista del edificio en el que viven. Al principio pensaron que se trataba de un incendio o algo similar, pero entonces fue cuando su mujer le alertó: “¡Es nuestra vecina!”. Francisco José Iglesias levantó la vista y la imagen que se encontró fue “impactante”, ya que había una mujer encaramada en la fachada del edificio a punto de precipitarse al vacío.

No tuve tiempo a pensar, simplemente reaccioné. Cogí las llaves de casa y me eché a correr. Al llegar al descansillo me encontré con un montón de policías intentando derribar la puerta de la vivienda de la mujer y les dije que la ventana de mi dormitorio daba a la parte en la que ella estaba, así que abrí mi piso y entraron. Pero a los pocos segundos se fueron de nuevo para seguir intentando tirar la puerta porque en ese momento el agarre no debía de ser fácil, nos quedamos solo un agente y yo”, explica Iglesias.

Tres minutos de angustia

Desde su ventana, Francisco José Iglesias pudo observar cómo la gente llevaba mantas y colchones a la calle para amortiguar una posible caída, una imagen que describe como “terrible”. Fue en aquel momento cuando la mujer hizo un movimiento con el que él y el agente consideraron que podrían sujetarla y, no lo dudaron: “Le dije al guardia que lo agarraba para que tirara de ella y así fue. En cuanto pude yo también le eché la mano, conseguí coger su antebrazo y tiramos, tiramos y tiramos. Solo pensaba en que no se me podía resbalar, que tenía que tirar de esa mujer como fuera, porque yo tenía la sensación de que se nos caía en cualquier momento”, comenta Iglesias.

Tras tres minutos “angustiosísimos”, tanto para Francisco José como para los vecinos que contemplaban la escena desde la calle, el agente logró asir a la mujer por la cintura e introducirla por la ventana del dormitorio de Iglesias, donde una vez finalizada aquella “pesadilla” se fundió en un abrazo con el policía que había ayudado a salvarle la vida a su vecina.

En esos momentos tienes una vida entre tus manos y solo piensas en que las fuerzas no te fallen

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Lo siguiente que recuerda es empezar a decirles al resto de policías que seguían intentando tirar la puerta del domicilio contiguo al suyo: “¡Ya está, ya está, ya está!”.

Este pontevedrés, que ayer se encontraba aún abrumado por el tenso rescate, indica que “nunca me había enfrentado a algo así, fue muy fuerte y todavía estoy asimilándolo. Mentalmente es duro, porque es cierto que acabó bien, pero en esos momentos tienes una vida entre tus manos y solo piensas en que las fuerzas no te fallen”.

Aunque nunca había vivido una situación “tan dura” como la que experimentó el pasado sábado, no es la primera vez que Iglesias reacciona ante el peligro, y es que hace unos años ayudó a una pequeña y a su abuela a salir de una piscina en la que se vieron en apuros.

Esa misma noche del sábado, apoyado en su ventana, Francisco José miraba la calle, la fachada, y otra vez la calle, y se sobrecogía pensando: “Hoy hemos hecho un milagro”.

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