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Huertos urbanos para mejorar la vida de las ciudades

Una mujer recogiendo hortalizas en uno de los huertos urbanos de Pontevedra. Gustavo Santos

Para muchos “urbanitas” tener y cultivar una huerta propia es todo un sueño, pero el acceso a un terreno no siempre es fácil ni económico. Producir desde tomates hasta pimientos picantes, pasando por fresas, lechugas o hierbas aromáticas; puede parecer el escenario de cualquier entorno rural, pero desde hace varios años se puede disfrutar también en pleno centro de Pontevedra. La ciudad cuenta con tres huertos urbanos: el de O Gorgullón, gestionado por la Federación Castelao, y los de Conde de Bugallal y Monte Porreiro, gestionados por el Concello. A estos dos últimos se unirá en cuestión de días otro más, situado en la calle Ernesto Caballero. Son casi un centenar de pequeñas parcelas, exactamente 94, las que están destinadas al cultivo de frutas y verduras a escala doméstica, para consumo propio.

Actualmente los huertos dependientes del Concello los gestiona la empresa Feito a través de su coordinador, el ingeniero Jacob Nogueira, que no solo se ha encargado de perfilar la nueva instalación en Ernesto Caballero, sino que también asesora a los usuarios. En Conde de Bugallal, en A Parda, hay 37 bancales, todos ellos ocupados, aunque hay uno que no se está aprovechando correctamente, y en Monte Porreiro hay 22 bancales asignados a 17 usuarios –alguno tiene más de un espacio–. Estos huertos se conceden durante un período de dos años ampliable por otros dos, pero como últimamente hubo bastante cambios, se fueron asignando algunos que quedaron libres y después llegó el COVID y hubo un parón, lo prolongaron. Lo cierto es que todavía hay bastante gente en lista de espera, pero a 19 de estas personas ya se les ha concedido un hueco en Ernesto Caballero.

Elías Méndez muestra una hortaliza que él mismo cultivó. Gustavo Santos

Adultos de todas las edades, pero sobre todo de entre 45 y 55 años, tanto hombres como mujeres disfrutan de bancales de menos de 20 metros cuadrados –tienen dos metros de ancho por algo menos de diez de largo– y que aprovechan prácticamente al milímetro. “Tengo de todo: fresas, puerros de guisar, berzas para el caldo, repollos, nabos, berenjenas, lechugas, tomates…”, apunta Elías Méndez. Él es uno de los primeros que recibió un espacio en la Horta do Conde, en A Parda, donde lleva seis años labrando el terreno. “Cuando me la dieron estaba muy mal, nos hinchamos a cavar, estaba llena de piedras, no tenía ningún abono… los dos primeros años fueron bastante malos. Pero hoy no tengo ninguna queja”, relata.

Elías se enteró de la existencia de este huerto urbano por su hija, “fue ella misma la que me presentó la solicitud”. Tiene el bancal 36 de los 37 que hay en Conde de Bugallal. “Hay gente que está en lista de espera, pero también hay gente que tiene la huerta y no la están aprovechando; si no la quieren atender, que se la dejen a alguien que la disfrute”, reclama. Sobre esta afición, comenta que “yo soy de pueblo, pero en el pueblo estuve poco, nunca trabajé en el campo, y de lo que he plantado, menos las zanahorias, se me da bastante bien todo”. Además, asegura que lo que recoge de su huerta “no tiene nada que ver” con lo que se compra en las tiendas, “sobre todo los tomates. De los que compras por ahí hay algunos que parecen plástico, en cambio estos… yo tengo algunos que son como mantequilla”.

Nunca trabajé en el campo, y de lo que he plantado, menos las zanahorias, se me da bastante bien todo

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Es algo en que lo que coinciden la mayoría de los usuarios de estas huertas urbanas, como Isabel Figueroa, que lleva en la huerta de A Parda solo desde abril y ya ha podido disfrutar de varios cultivos. “Suelo plantar de todo, pero este año tomates no hubo casi nada, cogí judías para medio pueblo, muy sabrosas y muy grandes, casi de 30 centímetros, también pimientos y repollos”, celebra.

Ana Collazos, que tiene su parcela en A Parda desde 2019. “Yo tengo el huerto con una amiga y lo que plantamos es lo que usamos: tomates, puerros, judías, lechuga, calabaza, que es lo que mejor se nos da, calabacín y pimientos. Se nos dieron muy bien los tomates este año. Lo tenemos casi como un banco de prueba, porque es la primera vez que nos enfrentamos al terreno. No tenemos presión, no es como las grandes extensiones, es pequeño, entonces es abarcable, y lo que más me gustó del proceso es hacer la recolección de semillas, plantarlas y ver cómo brota. Soy urbana y es una sorpresa”, admite.

Además de recoger –literalmente– los frutos del trabajo en la tierra, hay otro componente más espiritual, de conexión pura y dura con la naturaleza, funcionando estas huertas como una vía de escape al día a día en la ciudad. “Mi compañera dice que es algo totalmente sanador, ella a veces viene muy temprano por la mañana, está aquí sola, oye a los pájaros…”, relata Ana Collazos.

Ella y todos los que contaban con una parcela desde antes de marzo de 2020 vieron interrumpida su producción por la pandemia de COVID. “Al principio no podíamos venir, después ya organizaron para hacer turnos, veníamos dos o tres siempre que las huertas no estuvieran juntas y bien, no hubo problema ninguno ni perdimos lo que habíamos plantado”, recuerda Collazos.

Antonia Castro recogiendo los cultivos. Gustavo Santos

“Soy totalmente inexperta, pero ya recogí tomates, acelgas y apio”

Para la mayoría de los usuarios de los huertos urbanos de Pontevedra esta experiencia es su primera toma de contacto con el cultivo de frutas y verduras. Al tratarse de una parcela relativamente pequeña, de menos de 20 metros cuadrados, es fácilmente accesible para casi todo el mundo y, para los más expertos, es todo un reto sacarle el máximo partido a un espacio tan reducido. “Soy totalmente inexperta, voy mirando un poco lo que hacen los demás y siguiendo las orientaciones”, admite Antonia Castro, que lleva cuatro meses disfrutando de un bancal en la huerta de Monte Porreiro, situada a pocos metros del mirador. A pesar del poco tiempo que lleva con el huerto, ya ha recogido sus primeros frutos: “Recogí tomates, aunque no muchos, acelgas, apio, y ahora también planté brócoli y hierbas aromáticas como salvia, romero, lavanda y menta”, apunta. Castro está “contentísima” con el huerto y comenta que el sabor de sus verduras es “totalmente diferente” al de aquellas que compra en el supermercado. Además, destaca la experiencia en general, “el contacto con como se producen las cosas. Debería ser extensivo a toda la población para que tomara conciencia de todo esto”.

Inés Rozas junto a su pequeño en uno de los huertos urbanos. Gustavo Santos

“Como no tenemos aldea cerca, está bien que el niño vea las plantas y experimente”

Desde abril lleva Inés Rozas en el huerto urbano de Monte Porreiro y relata que “estuvimos experimentando un poco, porque nunca tuvimos huerta ni mi pareja ni yo, y estuvimos probando con plantones, con semillas y aprendiendo poco a poco”. En este sentido, reconoce que “llegamos un poco tarde con alguna plantación”, pero aún así ya han podido probar algunos de sus propios cultivos, como “tomates, pimientos –especialmente picantes–, fresas, que tuvimos muy buena producción, y lechugas”. Y sobre el resultado lo tiene claro: “Sabe distinto, se nota. Lo notamos sobre todo en los tomates, que son muy sabrosos, y eso que salieron pocos, porque fue un mal año para los tomates, pero hasta las remolachas están riquísimas y las zanahorias también”. Su hijo ha sido también una parte importante para animarse con el huerto urbano. “No podemos comer solo de la huerta, pero teniendo al niño pequeño, como no tenemos aldea cerca, está bien que vea un poco las plantas, que experimente un poco, y después lo que llevemos a casa siempre es bienvenido”.

Uusarios de Cogami en los huertos urbanos. Gustavo Santos

“Cada uno tiene su tarea y después nos repartimos lo que recogemos”

Alrededor de 16 usuarios de la Confederación Gallega de Personas con Discapacidad (Cogami) de Pontevedra disponen de un bancal en el huerto urbano de Monte Porreiro. Llevan trabajando allí desde el pasado mes de mayo y, aunque están muy contentos porque, entre otras cosas, “es muy divertido”, piden que se mejore la accesibilidad con algo tan sencillo como una pequeña rampa para poder entrar con facilidad en silla de ruedas. Estos jóvenes trabajan divididos por grupos y, tal y como explican, cada uno tiene su tarea: “Unos plantan, otros riegan, otros recogen el fruto, otros podan… Después repartimos lo que recogemos”. Han plantado ya tomates, cebollas, acelgas, pimientos, cebollino, puerros… “todo muy rico, más rico que lo que se compra en el súper”.

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