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La cerámica de “La Caeyra”

José Riestra López, rebautizado como “el marqués industrial”, impulsó en 1895 la primera fábrica de cerámica de Galicia, que deslumbró por sus técnicas innovadoras

Las dos chimeneas características de “La Caeyra” en sus primeros tiempos. | // ARCHIVO DE LA DIPUTACIÓN DE PONTEVEDRA

Cuando el siglo XIX tocaba a su fin, José Riestra López sacó a relucir su vena industrial y acometió tres proyectos importantísimos para el desarrollo comercial de Pontevedra. A saber:

Primero, impulsó una revolucionaria fábrica de electricidad en un caserón de la plaza de la Verdura, que resultó pionera en 1888, con el ingeniero gijonés Victoriano Alvargonzález como director técnico, puesto que era quien podía obtener el mejor rendimiento de su propia patente innovadora.

A continuación, promovió en 1892 un modernísimo aserradero y carpintería a vapor en un antiguo almacén de A Moureira, popularmente conocida como la fábrica de A Barca, con su hombre de confianza Eulogio Fonseca como apoderado.

Y luego invirtió también en una fábrica de cerámica en A Caeyra, pionera en su género en Galicia, a orillas del Lérez muy cerca de su propia mansión, cuyo montaje y dirección encargó en 1895 al competente ingeniero Enrique de Rojas Sanguinetti.

Todavía llegaron después “La Molinera Gallega” y la “Azucarera Gallega”, aunque no tuvieron la misma impronta que las anteriores industrias.

Tales iniciativas valieron entonces a Riestra el sugerente título de “marqués industrial” por parte del diario madrileño “El Liberal”. El periódico dedicó en 1899 una elogiosa crónica a “La Caeyra”, de su redactor jefe, Enrique Trompeta, tras visitar la fábrica en compañía del ingeniero Ramiro Pascual.

“El Liberal” presentó a José Riestra López como “una figura de primera magnitud en el movimiento industrial de Galicia”, puso en valor con carácter general su actividad empresarial hasta entonces un tanto desconocida o si acaso inadvertida, “con un ejército de obreros y empleados que suponían una nómina global de 30.000 pesetas mensuales”. Toda una fortuna en juego.

Enrique Trompeta resaltó la modernidad de la fábrica de cerámica, entonces única en España en algunos aspectos técnicos como su secadero mecánico y su gran horno de 102 metros de bóveda anular, capaz de resistir una temperatura superior a 1.300 grados. Una gran máquina de vapor del sistema Williams, con una fuerza de sesenta caballos, impulsaba los principales movimientos del funcionamiento general de mezcladores y moldeadores para la obtención de sus productos.

Aquel reconocimiento público tuvo mayor valor si cabe, al provenir de un diario de reconocida tendencia republicana, si bien moderada. Y por su reconocida influencia, el reportaje obtuvo eco poco después en las páginas del “Boletín de Tabaco y Timbre, Hacienda, Banca y Comercio”, otra publicación muy leída en el ámbito empresarial.

Enrique de Rojas resultó sin duda alguna un hombre providencial para “La Caeyra”, no solo en su construcción y puesta en marcha, sino también en su gestión posterior.

La constante modernización de todas sus instalaciones que promovió De Rojas discurrió pareja a su incesante productividad, hasta el punto de convertirse en la única fábrica no valenciana capaz de competir abiertamente, de tú a tú, con aquel emporio cerámico. Su privilegiada ubicación para favorecer la recepción de la arcilla por vía marítima con flota propia resultó decisiva por lograr un bajo coste con respecto al transporte férreo, mucho más caro.

Enrique de Rojas dispuso de vivienda propia junto a la fábrica -en el mismo lugar que hoy ocupa la Casa Rosa- para no perder de vista nunca el control de su actividad diaria. La supervisión general estuvo a cargo de Luciano Herrares Martínez hasta su fallecimiento en 1909, sustituido a partir de entonces por Herranz y Herranz. Uno y otro cumplieron su cometido con gran diligencia. Y De Rojas aún simultaneó la dirección de la fábrica con la gerencia de la empresa del alumbrado público Sociedad Eléctrica Pontevedra-Marín.

Una plantilla de 64 trabajadores de ambos sexos, manipulaban diariamente entre 1.600 y 1.800 quintales de arcilla y dos toneladas y media de carbón en la producción de ladrillos, tejas, baldosines, tubos de cañerías, cornisas y demás elementos de la industria cerámica, a principios del siglo XX.

Sin temor a exagerar podría afirmarse que no hubo edificación levantada en Pontevedra durante el medio siglo siguiente que no empleara algunos de los productos elaborados por aquella fábrica. Ejemplos todavía bien visibles de la excelente calidad de los ladrillos salidos de los hornos de “La Caeyra” son el edificio primitivo de la Escuela de Artes y Oficios, al final de la avenida de Montero Ríos, (luego Escuela de Magisterio y hoy edificio administrativo de la Diputación Provincial), o la Plaza de Toros en San Roque.

El proceso de fabricación de “La Caeyra” despertó tanta admiración entre propios y extraños que fueron incesantes las visitas, no solo empresariales sino también escolares, que recibió a lo largo de su historia: desde el alumnado y profesorado de la Escuela de Artes e Industrias de Santiago, con su director al frente, en 1905; hasta los chavales más pequeños de la Graduada, aneja a la Normal de Pontevedra en 1927, que disfrutaron mucho en su división de alfarería con la elaboración de tazas, tarteras, macetas, etc.

A mediados de la década de 1910, dio un salto más con dos hornos continuos patentados por el propio Enrique de Rojas, que cocían 2.500 piezas por hora. Poco después anunció la nueva fabricación de teja plana, con arcillas especiales, gres y ferruginoso, que ofrecía “la máxima impermeabilidad con el mínimo peso”, a 185 pesetas las mil unidades, así como la teja tipo Marsella de doble recubrimiento o árabe especial. Para entonces también producía ladrillos de todas clases y tipos: prensados, refractarios o huecos.

Tras la muerte de José Riestra López en 1923, De Rojas continuó como director de “La Caeyra” cinco años más con plenos poderes otorgados por la familia propietaria, hasta su fallecimiento casi repentino en 1928. Su desaparición marcó un antes y un después en una fábrica que llevó su sello personal. Y por su arraigo tan grande con aquella tierra, Enrique de Rojas Sanguinetti fue enterrado en el cementerio de Poio.

Los galeones que traían la arcilla

El transporte por cuenta propia de la materia prima para su producción desde los yacimientos existentes en Villalonga y Dena hasta “La Caeyra” resultó fundamental para reducir mucho los costes de su proceso industrial. Para el suministro de la arcilla, la fábrica dispuso de una flota integrada por ocho galeones, sobre cuya actividad existe abundante huella fotográfica. Eran los barcos que aparecían surcando la entrada de la Ría de Pontevedra, entre As Corbaceiras y A Puntada, cuando realizaban dichos servicios. Los galeones bordeaban la costa hasta el puente de A Barca y atracaban en el embarcadero situado a pie de fábrica. Desde allí, el mineral subía directamente en vagonetas por una vía que desembocaba en el taller para su limpieza y purificación, antes de iniciarse el proceso industrial propiamente dicho. Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando “La Caeyra” acababa de echar a andar, ya necesitaba entre dos y tres de esos grandes barcos cargados hasta los topes de arcilla para atender su producción diaria, o lo que era lo mismo entre 1.000 y 1.800 quintales (unos 45.000 a 90.000 kilogramos) en cada larga jornada laboral. Por otro lado, al puerto de Marín llegaba el carbón desde Avilés, que también subían los galeones. El primer anuncio publicitario sobre la venta de sus productos cerámicos directamente en fábrica vio la luz en la prensa local a mediados del año 1900. La oferta se centró en las tejas planas tipo Marsella a 1,50 y 2,25 pesetas el metro cuadrado; ladrillos huecos de diversas clases para tabiques, chimeneas y muretes entre 1,15 y 5,50 pesetas, según calidades; y las rasillas especiales para bovedillas y azoteas a 0,80 y 1 pesetas el metro cuadrado.

La voladura de la gran chimenea

La huella marchita de la fábrica de cerámica “La Caeyra” se borró para siempre el día que una voladura controlada mediante doce kilos de goma dos derribó su emblemática chimenea de 40 metros de altura. Eso ocurrió antes de ayer, como quien dice, a primera hora de la tarde del 19 de noviembre de 1987, fecha que también enmarcó la cuenta atrás para la construcción sobre sus ruinas del gran centro comercial A Barca, que hoy sigue abierto mal que bien. Después de su periplo inicial bajo el control de la familia Riestra, la fábrica pasó por distintas manos y tuvo otras tantas vidas, aunque ninguna pudiera compararse con aquella primera etapa bajo la dirección de Enrique de Rojas. El constructor José Malvar Corbal, padre del Pin Malvar, fue su propietario después de la Guerra Civil y se ganó el respeto de todo el personal por mantener el empleo para tanta gente en un momento nada fácil. Por ese motivo, recibió un sentido homenaje de gratitud y cariño cuando a mediados de 1946 formalizó la venta de la fábrica a otro constructor no menos carismático, José Pernas Peña. Una gran merienda certificó un traspaso de poderes en excelente armonía. Pernas ya era propietario de la finca de A Caeyra, donde invirtió buena parte de la fortuna ganada con la construcción en Marín de la Escuela Naval Militar. Rafael Pérez Blanco y Manuel Cao Rodríguez fueron las cabezas visibles de “La Caeyra” en los años 50. Aquel muy arraigado en Vigo por su parentesco con la familia Pernas, y este bien conocido en Pontevedra como directivo de la renovada Sociedad Recreativa de Artesanos. Entonces la arcilla aún llegaba hasta allí en sus históricos galeones y la fábrica producía entre 25.000 y 75.000 ladrillos al día. Finalmente, su declive irremediable llegó en los años 70.

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