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De vivir encerrada con su maltratador a ponerle fin a la violencia de género: “Cuando él salía durante el confinamiento, respiraba”

Alexandra Ramírez denunció a su por entonces pareja en plena pandemia. Ahora nos cuenta su historia para animar a otras mujeres a no tener miedo

Alexandra Ramírez, superviviente de la violencia de género. // GUSTAVO SANTOS

La historia de Alexandra Ramírez es una de las que sobrecogen el alma. Tiene 37 años, dos hijos y ha sufrido dos relaciones abusivas: una en Colombia, de donde es natural; y otra en Galicia, a donde llegó hace dos años siguiendo al hombre que prometía ser el remedio a diecisiete años de maltrato. A esta madre coraje la pandemia la encerró con su maltratador, al que denunció a finales del verano pasado. Seis meses después, como participante en el programa de empoderamiento a mujeres en situación de dificultad social que presta la Cruz Roja en Pontevedra, la valentía de Alexandra la lleva a alzar la voz para que otras mujeres sepan “que no están solas” y que existen recursos para alentarlas a denunciar.

“Yo ahora soy feliz y veo las cosas de otra manera. Estoy orgullosa de mi historia”, afirma, recordando los diecisiete años de violencia de género que sufrió en Bogotá, donde vivía con el padre de sus hijos. “Del primer hombre que tuve en mi vida recibí mucho maltrato. Fueron diecisiete años de sometimiento en un país en el que el machismo es mucho. Aguanté muchas cosas”, humillaciones, gritos, golpes. Lo peor, asegura, fue a nivel psicológico: “el morado pasa, pero el trauma es lo más grave”.

“Gracias a mi hijo mayor tuve fuerzas para ponerla, estaba cansado de ver cómo nos trataba su padre”

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El sentimiento de inferioridad, de verse “insignificante” al lado de su pareja, la hizo retirar la denuncia. “Gracias a mi hijo mayor tuve fuerzas para ponerla, estaba cansado de ver cómo nos trataba su padre”, pero cuando llegaron a la Fiscalía el maltrato psicológico y el miedo hicieron mella. “Me hizo sentir merecedora de todos los golpes. Me decía que no podíamos destruir el hogar y acabé pensando que yo era la mala, que cometía un error y acabé quitando la denuncia”, reconoce. Volvieron juntos, fingió ante la sociedad “ser una pareja perfecta” y, después, él los abandonó.

“Salí adelante”, cuenta victoriosa. Se formó, acabó su carrera en administración y finanzas y volvió a creer en el amor, aunque este volvió a llamar a su puerta en un momento de vulnerabilidad. “No me vine de Colombia porque fuese a estar mejor económicamente, me vine por amor, por creer en una persona que pensaba que me iba a valorar”. Y así, hace dos años, lo siguió hasta la costa pontevedresa.

“Al principio fue bonito y mágico, pero al cabo de unos meses empezaron los problemas”, y los gritos llegaron al aterrizar sus hijos. “Cuando llegaron empeoró todo. Ser sumisa dejó de ser suficiente”, explica sobre el calvario que vivió como mujer migrante sin más sustento que el de su maltratador. A pesar de trabajar “cada vez más”, fuera y dentro de la casa, Alexandra acabó pidiendo comida a Cáritas porque le “echaba en cara el plato de comida” de sus hijos. “En algún momento teníamos que comer a escondidas. Tenía miedo de cómo se pudiese poner si me veía comer. Esa humillación, ese maltrato psicológico, fue mucho peor”, asegura.

“Hace diez meses la cosa iba de mal en peor. Cuando él salía en plano confinamiento, respiraba en casa”

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“Hace diez meses la cosa iba de mal en peor. Cuando él salía en plano confinamiento, respiraba en casa”. Fue entonces cuando gracias a una vecina pudo ponerle fin. “Conocí a Sara, mi salvaguarda. Se daba cuenta de cómo él se sentaba a fumar y yo hacía de todo. Consiguió sacarme de este dolor” y no dudó en acudir a ella cuando el pasado verano los gritos pasaron a ser empujones. “Hubo una discusión grandísima, me empujó y salí directa a su casa. Así tuve una oportunidad”, relata. Empezaron pidiendo ayuda a los servicios sociales de su Ayuntamiento, Cangas, que la derivaron al programa de la Cruz Roja en Pontevedra. Allí inició su recuperación a nivel psicológico y tuvo acceso a la ayuda de la Xunta para cubrir sus necesidades y las de sus hijos, el miedo que la retenía al lado de su maltratador. “Todos los días me digo que no estoy sola, no podemos aguantar maltratos por un plato de comida. En nuestro piso, ahora somos libres, somos otras personas”.

Casi medio millar de denuncias en la comarca

Según publicó ayer el Tribunal Superio de Xustiza de Galicia, los partidos judiciales de la comarca pontevedresa recibieron un total de 429 denuncias por violencia de género a lo largo del 2020. La mayoría de los casos, 288, se registraron en el partido judicial de Pontevedra, que recibe las denuncias de la Boa Vila, Cerdedo-Cotobade, A Lama, Poio y Ponte Caldelas. En el de Marín fueron 73 y en el de Caldas (Barro, Campo Lameiro, Cuntis, Moraña, Portas y Pontecesures) las 68 restantes.

En el conjunto de Galicia, la cifra ascendió en el año del coronavirus a las 6.097 denuncias por violencia de género. Se trata, en comparación a las cifras del 2019, de una caída del 7 % aunque el alto tribunal indica que no se corresponde a una bajada de los casos de maltrato. Para ello, el TSXG apunta a la procedencia de las denuncias. La mayor parte de los casos (4.831), un 79,2 %, llegaron a los juzgados a través de atestados policiales con denuncia de la víctima. En Galicia se registraron 6.063 mujeres víctimas de violencia de género en las denuncias recibidas en 2020, ligeramente por encima que en el ejercicio anterior, cuando se contabilizaron 5.997, según los datos estadísticos hechos públicos ayer por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género. Los datos, por lo tanto, evidencian que las víctimas se mantuvieron, pero denunciaron menos.

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