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La otra vez que se negoció Santa Clara

El Concello intentó comprar el convento hace treinta años | Proyectaba convertirlo en sede de la Facultade de Belas Artes | Ofreció a la Iglesia construir otro monasterio

Un técnico de la Semana do Patrimonio Invisible muestra las lápidas de las primeras abadesas de Santa Clara. | // GUSTAVO SANTOS

En los noventa se hicieron reformas, como los falsos techos. | // G. S.

En un minuto, literalmente, se agotaron las 150 entradas para la hasta el momento única jornada de visita al convento de Santa Clara. Los que consiguieron plaza para cruzar el umbral del recinto de clausura (400 se quedaron en lista de espera) recorrieron asombrados el claustro, el coro, los locutorios, la bodega... y, muy especialmente, la huerta, casi 12.000 metros cuadrados de silencio a unos metros del tráfico. Al final del recorrido la petición al alcalde era unánime: hay que conseguir que el cenobio pase al patrimonio público.

No se trata de una ambición reciente. Hace casi 30 años el Concello planteó una oferta formal a la congregación de las clarisas para que el recinto pasase a ser propiedad municipal, una negociación que se inició después de que la Xunta pensase en la ciudad de Pontevedra como futura sede de la Facultade de Belas Artes.

A finales de 1991 el entonces alcalde, Francisco Javier Cobián, recibió el ofrecimiento de la administración autonómica de orientar el futuro campus local hacia las artes. El Concello debía facilitar a corto plazo los terrenos o un edificio con capacidad suficiente para albergar las instalaciones de la facultad.

Las posibilidades económicas del Ayuntamiento eran por entonces “escasas”, reconoce un ex concejal, “hay que decir que nos encontramos la caja llena, pero más bien de facturas”.

En este escenario, la junta local de gobierno evalúa dos posibilidades, comprar el cuartel de San Fernando al Ministerio de Defensa, que estaría dispuesto a negociar el futuro de este gran edificio situado a escasos metros del Concello; o hacerse con el convento de Santa Clara.

El encargado de las negociaciones con la Iglesia fue el entonces concejal José Acuña Sastre, que ha declinado trasladar a FARO los términos de las propuestas o incluso confirmar su participación, si bien reconoce que, efectivamente, “en ese año el Concello intentó muy seriamente comprar San Clara”.

Vinculado a la congregación a través de varias familiares religiosas, Acuña Sastre era uno de los escasos pontevedreses que había accedido al interior del convento y residió el su perímetro durante más de 30 años, de modo que el Concello solicitó una audiencia y el concejal fue recibido por la madre superiora de Pontevedra.

El Concello descartó realizar una propuesta económica y optó por ofrecer a las monjas un cambio: cederían el convento y el huerto en el centro (el templo continuaría dentro del patrimonio de la Iglesia) y a cambio se les construiría un nuevo cenobio en una parroquia del rural.

El gobierno local confiaba en que el mal estado del convento (cuya cubierta tenía filtraciones en varios puntos y que carecía de calefacción) animase a las monjas a trasladarse a un nuevo edificio.

Era una baza importante. Jugaba a favor del Concello que la congregación estaba ya en su recta final en Pontevedra: eran entre 10 y 12 monjas con una media elevada de edad, sin ninguna comodidad y a las que resultaba cada vez más dificultoso vivir en un monasterio que acumulaba años de deterioro.

En el arranque de 1992 y tras meses de negociaciones los acuerdos no avanzaban, mientras que sí lo hacían las conversaciones con el Ministerio de Defensa para el traspaso del cuartel de San Fernando.

En este intervalo, la congregación seguía intentando evitar las filtraciones de la cubierta y pasar del mejor modo el invierno. La superiora (a quien todas las fuentes coinciden en señalar como una religiosa de gran bondad, pero difícil en la negociación y más proclive a escuchar que a conversar) seguramente era tan reacia a desprenderse de su monasterio como el resto de las monjas... Y el silencio de Santiago permitió seguir ganando tiempo.

Con lo que no contaba el gobierno local es con que, en la mejor tradición de las clarisas, la familia de la superiora contaba con un importante patrimonio.

A la muerte de su padre, un importante constructor que falleció en esas fechas, destinó la totalidad de la herencia a parchear el cenobio, por ejemplo con los falsos techos que no por groseros dejaron de ayudar a las religiosas a ganar el mínimo confort desde el que olvidarse del ofrecimiento del Concello. Aún pasaría un cuarto de siglo hasta que dejaron el convento.

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