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El Blanco y Negro

El nuevo café reemplazó a Las Navas en 1944 y obtuvo una concesión para construir su terraza anexa al parque infantil de Las Palmeras en 1950 (2)

La apertura del Blanco y Negro se remonta nada menos que 75 años atrás, como consecuencia del cierre de Las Navas que glosamos la pasada semana. Un bar sucedió al otro tras la reforma oportuna.

Julio Veiga Gómez cogió en abril de 1944 el traspaso de Las Navas, entonces clasificado como “café económico de tercera categoría”, y el Ayuntamiento concedió un plazo de quince días al nuevo arrendatario para instalar un urinario de mujeres y otro de hombres, hasta entonces unidos. Además, requirió el pago de 500 pesetas por derecho de apertura.

Cuando abrió sus puertas el Blanco y Negro, Pontevedra ya registraba un buen número de bares y tabernas. Entre los primeros, Moderno, Comercio, Pajariño, Méndez Núñez, Titón, Capacho, Helenes, Americano, Pequeño Bar, Saboya, Roma, etc. Y entre las segundas, La Navarra, Fidel, Los Maristas, Casa Lores, La Manchega, Limpias, Entra y Verás, La Estradense, El Castaño, Las Tres Portiñas, etc. En suma, denominaciones para todos los gustos, con excepción de nombres religiosos, que estaban terminantemente prohibidos.

Un mes y medio después de su apertura, Veiga solicitó otro permiso para instalar fuera algunas mesas, y el Ayuntamiento se mostró muy generosos puesto que autorizó la instalación de veladores y sombrillas tanto en una parte de la acera, dejando libre la otra mitad, como al otro lado de la calzada, junto al parque infantil y bajo el cedro del Líbano más cercano.

Así comenzó su andadura el Blanco y Negro, atendido por sus propietarios, y en aquellos inicios también estuvo Pepe Gama Casalderrey, un hostelero muy reconocido, antes de embarcarse en la aventura del Carabela con Aurelio Fontán y Vicente Barreiro, sus tres promotores iniciales.

El verano siguiente, Veiga ya apostó fuerte por el nuevo bar, puesto que realizó una notable reforma interior que incluyó el cambio del piso, así como la instalación de un serpentín de cerveza. Al mismo tiempo, obtuvo autorización para instalar bajo la supervisión del arquitecto municipal, Emilio Quiroga, y solo durante las fiestas de la Peregrina “un tablado que sirva de kiosco a una orquesta para animar las mesas contiguas al jardín de niños”, según el acuerdo tomado por la Comisión Permanente.

“Café bar Blanco y Negro. Incomparable lugar de expansión con su amplia terraza al amparo de los árboles que hermosean este paraje. Servicio esmerado en Jardines de Vincenti”.

Este fue el texto del primer anuncio que publicó en el semanario local Ciudad en julio de 1945, dentro de una campaña que duró varias semanas. La publicidad inicial del Blanco y Negro como “el café de moda”, resaltó de manera especial su gran terraza en un frondoso lugar, que era precisamente lo que no podía ofrecer entonces ningún otro bar en Pontevedra. (La terraza del Savoy era más ruidosa y sombría, y el Carabela aún no existía). Además de su grato ambiente, igualmente destacaba sus principales especialidades: “café exprés y chocolates, cocktails, helados, cervezas y refrescos”.

La incorporación en exclusiva de la máquina italiana Gaggia, que gozaba de prestigio, llegó en la década siguiente y contribuyó a reforzar su fama de servir un excelente café en su doble especialidad, expreso y capuccino.

Aunque la cocina nunca fue su fuerte, el Blanco y Negro sirvió a principios de 1946 el lunch de la boda entre Consuelo Castejón Blanco y Jaime Barros Muiños, funcionario de la Cámara de Comercio. Tras la ceremonia religiosa en Santa María, los invitados disfrutaron allí del convite nupcial. Algunos ágapes no faltaron después, aunque solo de cuando en cuando.

A principios de 1950, Julio Veiga Gómez traspasó el café a Francisco Álvarez Míguez, y este fue quien acometió la reforma más importante que caracterizó al Blanco y Negro: su amplia y deliciosa terraza.

El nuevo arrendatario presentó ante el Ayuntamiento en la primavera de aquel año una solicitud de concesión de una zona limítrofe con el parque infantil -los célebres bambanes inaugurados en aquellos días-, que reseñaba en un croquis anexo para evitar cualquier malentendido. La petición fijaba una superficie de 209 metros cuadrados, al otro lado de la calzada que pasaba por delante del café y comprometía la colocación a su alrededor de una valla baja idéntica al cierre del parque infantil, con el mismo diseño en madera.

Esta atrevida solicitud recibió una acogida favorable de los técnicos municipales y la Comisión Municipal Permanente concedió una autorización sujeta al cumplimiento de cuatro requisitos bastante razonables:

La consideración de la terraza como un servicio complementario del bar en las instalaciones municipales de la zona de ajardinamiento de Las Palmeras; es decir, que no tenía viabilidad por sí sola.

Un período de vigencia de tres años prorrogables sin ninguna limitación a cada vencimiento temporal, siempre a criterio libre del Ayuntamiento. En caso contrario, la instalación pasaría a propiedad municipal.

El pago de un canon mensual de 75 pesetas por el oportuno concierto de veladores y sombrillas o toldos.

Y finalmente, la autorización dejaba la construcción de la terraza bajo la supervisión directa de la Oficina de Obras que dirigía con celo el arquitecto municipal, Emilio Quiroga (hermano del violinista). No obstante, ya establecía su pavimentación en escachado de piedra, y ordenaba la apertura de una salida ajardinada al parque infantil por cuenta del adjudicatario, así como el mantenimiento de la entrada originaria desde la propia terraza.

En cuanto a la actuación de cualquier orquesta en aquel lugar, remitía el permiso a la normativa ya dispuesta para tales casos. Lo cierto fue que salvo las primeras actuaciones en Las Navas, no aparecen por ningún lado ni anuncios ni testimonios sobre la celebración de conciertos al aire libre.

Ni que decir tiene que el nuevo arrendatario cumplió todas las exigencias y el asentamiento de la terraza dio una nueva dimensión al Blanco y Negro, que contaremos la próxima semana, de los Fragueiro a los Amoedo, sus principales referentes en el último medio siglo.

Una denominación atinada

El Blanco y Negro fue una marca de la casa de Ramón Peña, tan buen dibujante como tertuliano empedernido y pícaro incorregible. Él ideó en su agencia publicitaria Stentor, de la calle Peregrina, la denominación y también hizo el logotipo del café-bar que aún se conserva bien, con la imagen alusiva de un camarero mitad blanco y mitad negro. Entre las familias pontevedresas corrió de padres a hijos un relato bastante verosímil sobre el origen del apelativo comercial del Blanco y Negro. Según ese testimonio, Julio Veiga Gómez, su primer propietario oficial, tenía un socio guineano de piel negruzca, quien llamaba tanto la atención en la ciudad, que enseguida inspiró a Ramón Peña aquella nominación y el diseño correspondiente. A principios de los años 40, un negro por la calle en Pontevedra no era nada habitual y despertaba gran curiosidad. Emilio Álvarez Negreira corroboró en su día de manera fehaciente dicha apreciación en un artículo periodístico que dedicó a Basilio, el limpiabotas que ejercía en la terraza del Blanco y Negro, en régimen de exclusividad: “El café Blanco y Negro -contó- se llama así, creo yo, porque tuvo un camarero negro y otro blanco. El camarero negro se marchó porque no le sentaba el clima y porque la gente no hacía más que mirarle”. A la veracidad de tal testimonio contribuye bastante la fecha del escrito de Negreira a mediados de 1955; es decir solo una década después de la apertura del Blanco y Negro, cuando él ya ejercía como notable periodista e impenitente tertuliano. Negreira gustó siempre de historias curiosas y personajes singulares de la Boa Vila, que recreó cada vez que tuvo ocasión.

Apoyo al naciente Pontevedra CF

El Pontevedra Club de Fútbol acabó en tercer lugar la temporada 1944-45 de Tercera División y ese puesto le aseguró la opción de disputar una fase intermedia de ascenso a Segunda División, en pugna con otros cinco equipos: Orensana, Ponferradina Imperio, Leonesa y Valladolid. Al final, éste último fue el equipo más fuerte con bastante diferencia y se llevó el premio correspondiente, mientras que el Pontevedra quedó en segundo lugar. Tanto la buena clasificación lograda, como esa cercanía al ascenso de categoría, despertaron en toda la ciudad la primera corriente social de apoyo y simpatía en favor del naciente equipo granate. El Blanco y Negro se apuntó desde el primer momento a ese sentimiento general que se plasmó al comenzar la temporada siguiente 45-46, principalmente por parte de los sectores de la hostelería y el comercio, que organizaron diversos homenajes, modestos pero sentidos, de forma escalona. A lo largo de una semana de octubre, el Bar Otero obsequió con una comida a toda la plantilla. El Méndez Núñez invitó otro día al café y la copa. Y remató aquella agenda festiva el Blanco y Negro con una suculenta merienda. De forma paralela, la popular Casa Barril sorteó un par de botas entre los jugadores, que correspondieron al delantero Portas. Al empezar el año 1946, el club abrió una campaña en busca de socios protectores, para ayudar a su sostenimiento económico, entonces muy precario. Y allí estuvo de nuevo el Blanco y Negro en la primera lista divulgada, junto al Moderno, Savoy, Limpias, Méndez, Titón, Lores, Pasaje, Comercio, etc. Esta fue la prehistoria del “Hai que roelo” que surgió veinte años después.

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