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Obligados a separarse por un pasaporte imposible

La burocracia aleja a esta pareja que se casó en Pontevedra

Cristina y David, en los jardines de Casto Sampedro. // Rafa Vázquez

Una escala en Dublín cambió de rumbo la vida de Cristina. Volvía a EE. UU., donde trabajaba, tras pasar unos días con su familia en Sanxenxo. El viaje implicaba una parada en la capital irlandesa, tiempo que aprovechó para hacer turismo. Allí, en el castillo de Malahide, conoció a un joven "muy misterioso" que con el paso de los años se convertiría en su marido. "Intercambiamos números de teléfono, mantuvimos el contacto y fue naciendo la relación.Esa navidad ya fui a verlo en secreto a Italia", recuerda la profesora de inglés.

Pero David, tal y como se presentó en aquel momento, ni era italiano ni se llamaba así. Ese halo enigmático no hacía más que encubrir el terrible drama de un joven que huyó de Irán, donde fue detenido por disidencia política. Apenas era mayor de edad cuando estalló la "Revolución verde": unas protestas multitudinarias contra el presunto fraude electoral y la victoria de Mahmud Ahmadineyad en las elecciones de 2009. Las manifestaciones fueron brutalmente reprimidas, con más de medio centenar de fallecidos y hasta 4.000 arrestados. "Temía por su seguridad. Cualquier signo de oposición al régimen es castigado. Lo podían condenar a muerte", relata Cristina.

Huida

David emprendió la huida en agosto de 2009. A pie y a caballo, y pagando a los kurdos. Fue interceptado y devuelto a Irán en dos ocasiones, tras pasar por centros de detención en Turquía y Grecia. Pero su sueño de una vida mejor no se desvaneció. En su tercer intento abandonó su país al galope, quizás para siempre.

Se asentó en Italia en enero de 2010, estado que reconoció su condición de refugiado. Su segunda y nueva vida en Roma transcurría con normalidad: trabajaba y estudiaba, pero bajo otra identidad: mudó su nombre de pila -que prefiere no revelar- por el de David. "Se lo cambió para integrarse mejor", explica la joven. Y así se presentó él cuando se conocieron en 2014 en un castillo de Dublín.

Su historia de amor ha sobrevolado miles de kilómetros entre EE. UU. e Italia, Roma y Pontevedra... y ha traspasado fronteras. Salvo la burocrática. La pareja se ve obligada a convivir de forma intermitente porque él carece de pasaporte. "Está aquí con un visado de turista y cada tres meses se tiene que ir. Nos casamos en junio y ahora tendría que regresar", lamenta ella. David es residente permanente en Italia, pero aún no tiene concedida la nacionalidad, que solicitó en 2017.

La pareja trata de conseguir la residencia en España y hace meses que ha iniciado los trámites en la Oficina de Extranjería. Para reconocerle el derecho a permanecer en nuestro país debe acreditar su identidad, y para ello se le exige el pasaporte. "Nunca tuvo uno. Ni en Irán. Y ahora le instan a contactar con la embajada persa. Huyó del país por ser un disidente político, está fichado, ¿cómo le van a dar los papeles?", critica la profesora, que espera dar con otras opciones legales ante la imposibilidad de conseguir el documento requerido.

Sin embargo, no necesitaron el pasaporte para contraer matrimonio. "Para casarnos por lo civil aportamos la carta de ACNUR que acredita su condición de refugiado y un escrito del Tribunal Civil de Roma", puntualiza.

Tardaron casi un año en reunir y presentar los documentos y las traducciones oficiales, y cuando todo estaba listo el estado de alarma les obligó a posponer la boda dos meses.

David continúa en Pontevedra pero pronto tendrá que regresar a Italia y separarse, una vez más, de Cristina. Ambos desean vivir aquí y temen que el proceso administrativo se dilate "No barajo irme a Italia y no me gustaría verme obligada a ello", sentencia ella.

Pese a las dificultades, la pareja confía en sortear esta -última-frontera burocrática y poder establecer, al fin, un hogar con residencia permanente.

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