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Guardianes del lenguaje sonoro que desaparece

Varios campaneros de Pontevedra han conservado el Toque Manual, declarado hace un año Patrimonio Cultural Inmaterial

Juan Miguel Abal Rey saluda desde el campanario de la iglesia de Alba. // Gustavo Santos

Hubo un toque de campana que estremecía a las gallegas. Les parecía especialmente sordo, duro... Y sonaba largo tiempo, febril. Madres y abuelas eran las primeras en detectarlo: la alerta de un parto difícil. Tanto se había complicado, que el campanero llamaba como último recurso a los parroquianos a que rezasen por la pobre desventurada y su hijo.

"No era exclusivamente una costumbre rural sino que autores como Vicente Risco documentan en Santiago en 1800 ese toque reservado solo para el parto", destaca Juan José Esperón, autor del blog O Roque de Cerponzóns y directivo de la Asociación O Chedeiro, uno de los colectivos que impulsa la declaración del Toque Manual como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.

El lenguaje sonoro dio el primer paso para su declaración hace justamente un año. En abril de 2019 el Consejo de Ministros reconoció el carácter de Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de este sistema de mensajería que durante siglos desempeñó con diligencia las funciones sociales de informar, coordinar, delimitar el territorio y proteger.

Tanto, que si se sabía de un vecino al que se le había hecho de noche en el campo o del que no se tenía noticia desde hace unas horas, se hacía sonar la campana, ya que todos los parroquianos reconocían el sonido especial de la de su iglesia "y de ese modo podría orientarse con más facilidad en la oscuridad", recuerda Juan José Esperón.

La complejidad técnica del Toque Manual deriva precisamente del amplio repertorio de circunstancias de los vecinos; y como resultado otros tantos toques ( sinos) que marcaban horas de trabajo, rogativas, procesiones, lutos...

"Había un toque a fuego si ardía una casa o una finca; era un sonido descomunal, dando saltos, no un repique de procesión sino muy fuerte, y los antiguos sabían que era al toque a fuego para ir a ayudar", explica Juan Miguel Abal Rey, sacristán en Alba desde que se jubiló en 2007.

Se familiarizó con el oficio porque "siempre fui muy religioso, estaba con el cura y hablaba con los antiguos sacristanes, fue de los que aprendí", explica este campanero que lamenta que con los años se hayan perdido los toques que marcaban la vida de los vecinos.

También José Manuel Losada Barreiro aprendió el oficio porque "siempre me gustó; íbamos al colegio y después a casa del cura, donde pasábamos el día... No pasábamos hambre, pero tampoco había juguetes y tocar las campanas y acompañar al cura para llevar la cruz y el agua bendita era lo que hacíamos". Él, que fue 8 años campanero en la iglesia de Cerponzóns, y sus cuatro hermanos, que lo sucedieron en el puesto, Santiago, Juan, Alberto y Javier.

Todos empezaron "antes de los 5 años, además de estar jugando por los caminos íbamos a la casa del cura, así aprendíamos algo" ; y si de nuevo habían dejado limpio el cementerio, tal vez les dejasen tocar la campana. Esa que pueden identificar hoy al primer toque, incluso si solo la hace sonar el viento, exactamente como cuando eran pequeños; porque ¿sabe que las campanas siempre suenan igual que cuando las construyeron? Por ellas oímos lo mismo que nuestros abuelos.

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