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De la gripe asiática de 1957 en la Boa Vila

La pontevedresa Merce Malvar García de la Riega fue la única de nueve hermanos que se libró de la enfermedad

Los Malvar García de la Riega en Reyes de 1958, tras la gripe asiática. Falta el padre, que tomó la foto.Merce está al fondo, de pie leyendo.

Hay experiencias vitales a las que es muy difícil buscar una explicación. Por lo general, suelen tener consecuencias en aquellos que las viven, y no siempre tienen por qué ser negativas. Es el caso de Merce Malvar García de la Riega. La gripe asiática de 1957 generó en esta pontevedresa, cuando tan solo era una niña, una firme vocación que conservaría hasta el día de su jubilación, e incluso en la actualidad: la enfermería.

Lo suyo podría calificarse casi de milagro: de una familia formada por aquel entonces por nueve hermanos, ella sería la única que no contraería la enfermedad del influenzavirus A H2N2, que se inició en China a finales de la década de los 50. Tenía 12 años y lo recuerda casi como si fuera ahora.

"Yo me acuerdo mucho de todo aquello, pero de lo que pasó en casa, porque yo era una niña y de aquella no había los medios para saber qué ocurría fuera, en el resto del país, como ahora. Escuchábamos la radio y poco más", asegura en la actualidad, recluida en su casa como el resto de ciudadanos por el coronavirus.

"Entonces éramos nueve hermanos, aunque después llegamos a ser once. El mayor era José Ángel, pero falleció al año siguiente. Yo tenía 12 años y fui la única de todos que no tuve la gripe asiática. Nosotros estábamos aquí en Pontevedra con mi madre, que también enfermó, pero incluso mi padre, que era médico y estaba en Madrid, se contagió allí", recuerda para FARO. "Hasta las dos asistentas que vivían con nosotros en casa internas cayeron enfermas. Nadie se explicaba lo mío", añade divertida.

Esto convirtió a la pequeña en una enfermera en el seno de la familia, la profesión que después ejercería con pasión el resto de su vida. "Me acuerdo que andaba corriendo de una habitación a otra porque un hermano me llamaba, el otro lloraba... y mi madre, la pobre, en su cuarto, estaba con dos o tres, los más pequeños, en cunas", cuenta. "Yo me lo pasaba bien, ahí debió nacer mi vocación de enfermera".

Uno de los síntomas más claros de la gripe asiática de 1957, que se estima que causó un millón de muertos en todo el mundo, era la fiebre. "Mi hermano el mayor, por ejemplo, deliraba y yo le decía a mi madre: mira, mamá, qué cosas más raras dice José Ángel. Y me reía mucho", rememora la pontevedresa.

Poco a poco se fueron curando todos. Un pediatra les visitaba en casa para medicarles. En total, fueron poco más de dos semanas que alteraron la vida de los Malvar García de la Riega.

La vacuna contra la enfermedad no llegaría hasta tiempo después. "Yo lo que recuerdo es que todo aquello surgió como ahora esto del coronavirus. Hablando con mi hermana Tere de ello, nos acordamos que una vecina del edificio que era un bebé había fallecido de la enfermedad", se lamenta.

Por aquel entonces, Merce Malvar iba al Instituto de Pontevedra, pero dejó de asistir. "No me acuerdo bien si fue porque se anularon las clases o porque estaban todos mis hermanos enfermos y tenía que ayudar en casa", apunta.

"Como las chicas del servicio cayeron, tenía que hacer la comida. Tuve una vez un disgusto muy grande porque me estaba quedando muy bien y llamaron a la puerta y se me quemó todo. Qué llorera...", se ríe.

Cayó, pero de agotamiento

Nadie en el entorno familiar se podía explicar cómo ella no sucumbía a la enfermedad asiática. "Finalmente, cuando ya todos se fueron curando, caí. Pero no fue de gripe, sino de cansancio. No podía más y así nos lo confirmó el pediatra. Fue puro agotamiento y estuve dos días en cama", dice con cierto punto de orgullo sobre su ejemplar comportamiento siendo tan solo una niña.

La pandemia generada ahora por el Covid-19 le ha traído todos estos recuerdos a la memoria. "Es que este tipo de experiencias te quedan muy marcadas", subraya.

"Ahora sí veo la gravedad de la enfermedad del coronavirus. Entonces no, porque era muy pequeña. Ahora sí estoy preocupada, pero porque no puedo trabajar, me da mucha rabia. Lo mío ha sido vocación pura", concluye.

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