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Xosé Fortes: "Los gallegos hemos conquistado mundo pero no hemos sabido valorarnos"

El pontevedrés repasa su infancia y juventud en su nuevo libro, "A rienda suelta"

Xosé Fortes con un ejemplar de su nuevo libro en la casa familiar de Lapamán. // Santos Álvarez

Cuando Xosé Fortes llega por primera vez a Pontevedra entra en contacto con el mundo de la cultura. Deja atrás una aldea, Cotobade, que nunca abandona del todo y a la que regresa con frecuencia. Sobre su infancia en el rural y su adolescencia en la ciudad escribe ahora en su nuevo libro, "A rienda suelta" (Ediciones del Viento) que se presenta este viernes en el Sexto Edificio del Museo de Pontevedra. En el acto, a las 20 horas, participarán sus hijos Susana y Xabi Fortes y el editor Eduardo Riestra.

- ¿Escribir un libro a los 84 años es todo un reto?

- A esta edad la gente ya no escribe, pero yo ya tengo mi plan de trabajo para el año que viene (risas).

- ¿Qué es "A rienda suelta"? ¿los recuerdos de un niño en plena guerra civil española?

- Es la memoria de mi infancia y juventud. Son mis recuerdos en clave épica porque este país nuestro es un poco "coitadiño", un poco llorón. En Estados Unidos, por unas cuantas familias que lucharon en el Oeste y tuvieron sus dificultades, se hizo una épica. Aquí en Galicia, sin embargo, que hemos conquistado el mundo a nuestra manera, con emigrantes que han salido y han solucionado problemas, no hemos sabido valorarnos a nosotros mismos. Por eso decidí la clave épica, por eso y porque todo gira alrededor a mi afición a los caballos.

- ¿Son recuerdos del rural?

- Es de donde más recuerdos hay, pero también de la ciudad, porque yo me vine con diez años a vivir a Pontevedra. Aquí estudié el Bachillerato y todo eso aparece aquí reflejado. El Instituto, el parque del Casino en la entonces calle Fernández Ladreda, la Academia Militar y la Escuela Naval... Pero sobre todo aparece la aldea, porque yo hasta ese momento era un hombre que quería hacerse hombre en la aldea, con los códigos aldeanos.

- ¿De qué manera cambió su mentalidad cuando se vino a Pontevedra? Porque aunque pequeña, no dejaba de ser una ciudad...

- Para mí era una gran ciudad, porque la aldea no era nada. No había luz eléctrica, ni coche de línea, ni radio, no llegaba la prensa, llegaba el correo de pascuas en ramos... Vivíamos fuera del mundo. Cuando llegué a Pontevedra me sorprendió ver a los guardias municipales deteniendo el tráfico, la gente por las aceras... y, sobre todo, la gente en los cafés, en lugar de cuidando el ganado, cortando la hierba... Yo me preguntaba dónde estaban los prados de esa gente y los terrenos de cultivo (risas).

- ¿Y la cultura?

- La llegada al Instituto de Pontevedra fue la llegada a la cultura. En la biblioteca pública del instituto leí como un cosaco toda aquella literatura que te sugería el libro de Díaz Plaza. Para nosotros fue como el profesor de "El club de los poetas muertos". Leer a Byron, por ejemplo, para mí fue todo un descubrimiento.

- ¿Cuándo surgió la necesidad de escribir todo esto?

- Esto se me ocurrió hace dos años en el hospital cuando me estuve 15 días a la espera de biopsias. Yo había plantado muchos árboles, había tenido varios hijos y había escrito muchos libros, así que da algún modo podía estar tranquilo. Incluso había conspirado (risas). Pero en ese momento me di cuenta de que no había cumplido con el legado familiar, que era contar las historias a los hijos y los nietos. Entonces empecé a escribir esto para mis nietos solamente. Después me di cuenta de que esto merecía salir del agujero. Además, esto también es un homenaje a las gentes que nos criaron, nos educaron y, sobre todo, a los compañeros que están por el mundo, emigrados, y se reconocerán al leer el libro. Quiero que mis nietos sepan que yo viví desde el punto de vista cultural y económico casi como hace doscientos antes. Mi abuela hacía los zuecos, la prenda de agua, que era el carapucho, vivíamos del cerdo que se mataba para todo el año, de las patatas, del maíz...

- ¿Conserva todavía amigos de la infancia?

- Bueno, alguno ya ha desaparecido, pero a los que están los voy a ver cada vez que estoy en la aldea, cada quince días, un mes o, como mucho, cada dos meses, si no me quitan la nacionalidad (risas). Ese mundo es el mío y esos amigos de infancia lo son de toda la vida y de corazón. Yo siempre voy por sus casas, paro un rato...

- No todo tiempo pasado fue mejor, pero ¿siente nostalgia de aquellos años?

- Remover el pasado a mis años es algo peligrosísimo porque te puede corroer la melancolía. Lo mejor es mirar al pasado con clave irónica. El sentido del humor es lo único que te libera de la melancolía que te produce a estos años volver a revivir la infancia. Por ello la clave épica es lo que le da al libro cierto formato que no es habitual en este país. Aquí en Galicia no escribimos nunca así. Se crea un clima de resignación y yo no soy nada resignado. Hay que contar todo lo que hizo la emigración gallega: aquellos hospitales en Buenos Aires, La Habana, centros culturales... y a su regreso, con las escuelas de los emigrantes, industrias... La emigración fue una épica, y sin embargo lloramos.

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