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De oficio, lavandeira

Hasta mediados del siglo XX los lavaderos del río Os Gafos fueron el epicentro social de cientos de mujeres, amas de casa y también profesionales que apalabraban su trabajo con casas particulares y pensiones

Mujeres lavando en el río en 1907, en la zona del muiño de Victor Soler. // Novás Rarís/ Archivo José Pidre

En una imagen del siglo XIX, de las primeras captadas en Pontevedra y que se atribuye a Pintos, uno de los pioneros de la fotografía en la ciudad del Lérez, se cuentan cinco mujeres lavando en el Gafos. De lado a lado del río va una de las cuerdas con ropa tendida y en las riberas que no se ven se extendía la ropa al clareo.

La luz solar es un bactericida, blanquea y además "dejaba un lustre que gustaba a las señoras, las lavanderas buscaban ese efecto de limpio", recuerda Sabino Martínez, presidente de la Asociación de Vecinos San Roque. Es uno de los muchos que recuerda lo cotidiano que era este oficio, fundamental en la vida doméstica de la villa y que se vio afectado por la prohibición de lavar en el Lérez.

El Gafos por el contrario mantuvo un destino más ligado a los usos cotidianos de la ciudad, tanto con los molinos de harina que abastecían al mercado local como con los lavaderos. Eran dos de las instalaciones que más rentabilizaban el río, al igual que aguas atrás (donde recibe otras denominaciones, como Toxal, Cocho, Tomeza?) fertiliza las tierras y garantiza el aporte para los cultivos.

Era dúctil y accesible -a diferencia del Lérez, donde se sucedían los peiraos y cuyas sus aguas eran mucho más vivas- de modo que posibilitaba el trabajo doméstico. Las fotografías de los años 20 muestran un muro central dentro del río en paralelo a la Ribeira dos Peiraos, varias pontellas, y en general zonas mansas y rocosas en las que trabajaban las mujeres.

"Era un río plenamente social, con 7 u 8 molinos solo en la zona urbana, más los lavaderos y las curtidorías, era muy accesible", explica Gonzalo Sancho, presidente de la Asociación Vaipolorío, un colectivo cuyo trabajo ha sido decisivo en la recuperación del río en las últimas décadas. Señala que "la gente que hoy tiene 70 o 60 años aprendieron a nadar allí, porque era pequeño, era la zona en la que jugaban y en la que conocieron por primera vez la naturaleza".

De hecho una escena que se repite es la de numerosos bebés y niños de corta edad alrededor de las lavanderas.

Esta intensa vida social en el que para unos era escenario de trabajo y para otros patio de recreo es lo que motiva que el Gafos y las lavanderas hayan sido fotografiadas desde hace más de un siglo. Cubiertas con pañuelos claros, en muchas imágenes se abrigan con ropa de invierno, lo que refleja la dureza de esta rutina doméstica, que por supuesto se realizaba puntualmente (el primer jabón, lavado, batido, retorcido...) a pesar del mal tiempo o del agua helada que cortaba las manos.

"Aquí venían mujeres profesionales, que se dedicaban a coger ropa en casa de los señoritos y la traían arreglada", va explicando Sabino Martínez, "conocí a unas tres aquí en el barrio que se dedicaban a ello; amas de casa o hijas de trabajadores que lo tenían como profesión".

No había muchos oficios en los que las mujeres pudiesen ganar un sueldo, en este caso trabajando para las casas, pensiones y para el hospital. Recogían la ropa en cestos y tinas y una vez en el río el trabajo estaba regulado, para empezar mediante zonas acotadas, pero también por ejemplo con dos precios para la colada.

"Las que lavaban en la parte de arriba del río, en donde entraba el agua, pagaban más porque se suponía que el agua era más limpia", señala el presidente vecinal.

Solían tener su trabajo apalabrado con una o dos familias y acudían tanto a lavaderos públicos como a otros con más comodidades (léase cubiertos), que eran privados. Un ejemplo era el de Peilán, que llegó a tener luz eléctrica, y parte del cual aún sobrevive.

El trabajo de las lavanderas seguía con el clareo. "Lo recordamos todos, por ejemplo la antigua finca del Vergel con sábanas extendidas al sol", señala Carmela Pazó Olmedo, otra de las pontevedresas que explica como las trabajadoras devolvían la colada "en bolsas blancas, con las prendas ordenaditas".

Años después llegaron las lavadoras automáticas. Según Sabino Martínez "a las señoras les preocupaba mucho. A ver agora como imos botar a roupa ó clareo, decían".

Los lavaderos fueron imprescindindibles durante décadas en una ciudad que estaba lejos de disponer de agua corriente en todas las casas y en la que no eran infrecuentes los fallos de abastecimiento.

Sabino Martínez indica que "mis tías y primas en los años de sequía cogían una chalana desde A Barca para ir a Monteporreiro a lavar la ropa. Una iba a llevarles la cestilla de la comida, porque estaban trabajando, y traían por la tarde la ropa para casa, ya lavada y seca. Era un trabajo grande que había que hacer, mientras que en el Gafos tenían más comodidad: el río al lado, fuente y sitio para el clareo; en donde hoy está el hotel A Barca había dos campitos donde ponían la ropa al sol".

El oficio (y la falta de lavaderos domésticos) se mantuvo hasta los años 60. La madre de Carlos Solla lavaba en esa década en el Gafos. "Recuerdo ir a llevarle la tarterita del desayuno", explica el pontevedrés a FARO, "y como ella lavaban también todas las vecinas. Hacía la colada por detrás de Rosalía de Castro, donde está ahora un edificio, y más adelante estaba el Peilán, que tenía tejado y su dueña vendía jabón".

Es también uno de los cientos de pontevedreses que asistió incrédulo en la segunda mitad del XX a la degradación del río, sepultado y convertido en un sumidero. Estas agresiones concluyeron muy recientemente, si bien se espera del Concello un paso decisivo para la recuperación que continúa sin llegar. Y mientras tanto el Gafos sigue como siempre, con humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia.

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