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El meollo

Los mosaicos de la Alameda

Los mosaicos de la Alameda

Si Carlos Sobrino Buhigas levantara la cabeza y comprobara el estado de conservación tan paupérrimo de su colección única que embellece el final de la Alameda, volvería a morirse de pena. No queda íntegro un solo mosaico. Su visionado actual provoca una mezcla de desolación, lamento e indignación, que hiere cualquier mente sensible.

Prácticamente todas las piezas están seriamente afectadas por el mal del abandono, que no tiene cura. Parece que no cesa el empuje tan perjudicial de las raíces de los árboles contra los entrepañados, y no cabe descartar la ayuda gamberra de alguna mano negra por sus rupturas estructurales.

Solo han pasado ocho años y parece que han transcurrido ocho siglos, desde la última restauración de los paneles dibujados por el artista pontevedrés en 1927. A principios de los años ochenta también se acometió al menos otra intervención semejante para tratar de corregir su estado calamitoso por iniciativa del concejal Roberto Taboada.

Casi dos décadas después, Teresa Casal, responsable de Urbanismo en un gobierno de coalición con el BNG, echó mano del famoso Plan E, también conocido como Plan Zapatero, para realizar un lavado de cara a la Alameda: desde las canalizaciones subterráneas de agua, electricidad y saneamiento, hasta la adecuación del palco de la música o la retirada del pipicán, que entonces ya no usaba ningún perro.

La restauración de los mosaicos de Sobrino fue la guinda de aquel proyecto, cuya terminación se retrasó más de lo previsto y deseado a causa de su patente dificultad, según explicó la edil socialista. Hasta diez restauradores se implicaron a fondo en aquella ardua tarea. La feliz recuperación de un legado histórico, salido de la reputada fábrica sevillana Mensaque Rodríguez y Cía, y diseñado con mimo por el artista pontevedrés para cerrar la Alameda pontevedresa en su cara Sur, cuando Galicia entera se rendía ante su obra pictórica.

El Meollo de la cuestión está en calibrar si una rápida intervención desde el gobierno municipal, con la implicación a fondo de la Escuela de Restauración, llegará a tiempo de evitar la destrucción de esa colección única de Carlos Sobrino, que quizá requiera a partir de ahora de una protección especial, más allá de la necesaria restauración.

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