La llegada primaveral a las rías de los gruesos bancos de sardina permitió a los mareantes gallegos desenvolver una floreciente pesquería de bajura, sin precisar de las peligrosas campañas en mares lejanos, a las que tuvieron que enfrentarse sus colegas del Cantábrico, así como los portugueses. El distinto grado de peligrosidad queda evidenciado en la existencia en los puertos cántabros del señero o alcalde de la mar, que, atendiendo al estado de la mar autorizaba o prohibía la salida de las embarcaciones e, incluso, levantando una señal, obligaba a las naves a regresar a puerto, si las condiciones atmosféricas empeoraban. Este personaje era desconocido en las poblaciones que bordeaban las rías gallegas. Lo más parecido consistía en el tremolar de banderas por parte de los vicarios de la cofradía pontevedresa del Corpo Santo, como recogen las ordenanzas pontevedresas de 1531, para recordarles a los atalieiros de los cercos el cese la actividad laboral y que los mareantes pudieran cumplir con sus obligaciones religiosas.

El canónigo visitador del arzobispado compostelano, Jerónimo del Hoyo, describe como los cercos coruñeses faenaban "en quatro o cinco puestos donde se coge y pesca la sardina y el más longano estará como media legua de las casas y otros más çerca y ansí desde las propias casas se ven echar las redes y coger las sardinas". Tan sólo se conoce una borrasca que haya afectado a la marea otoñal de los cercos, en la ría de Muros-Noia, en 1533, lo que da idea de la habitual mansedumbre de las rías.

Los mareantes gallegos participaron, aunque muy tímidamente, en las campañas del bacalao realizadas en las frías aguas de Terranova. Estas pacatas expediciones partían de las rías de Vigo y Pontevedra, donde los cercos obtenían las más voluminosas capturas de sardina. Las cíclicas ausencias del clupeido se pretendían subsanar acudiendo puntualmente a los fríos bancos del bacalao. La vuelta a la normalidad en las pesquerías de las rías significaba la inmediata cancelación de estas singladuras. Esta realidad es la que está presente en las vicisitudes que sufrió el contrato suscrito entre el maestre del navío La Trinidad, el pontevedrés Fernando de Sanvicente y su hermano Juan con los mercaderes locales Toribio Martínez Leal y Bartolomé Barbeito, para partir a las costas de Terranova en la marea de 1582; fue suspendido uniteralmente por el maestre, aduciendo haber sido asaltado por corsarios franceses (suponemos que hugonotes de La Rochela) a la altura de Lisboa, que lo despojaron de mástiles y velas, por lo que se vio obligado a cancelar la expedición. Explicación que rebosa una más que fundada sospecha de engañifa. Y como tal la entendieron los armadores, que reclaman a cada uno de los Sanvicente la cantidad de 60 ducados, que les adelantaron para fornecer el navío; así como, los intereses y compensaciones por incumplimiento del contrato. Sospechosamente, uno de los propietarios La Trinidad, Juan Domínguez de Nodar, era, a su vez, copropietario de un trincado junto con Juan de Soto, Juan Núñez y Lázaro Gómez, que destina a la constitución, por tres años, del Cerco Nuevo, a partir del otoño de 1582.

También el banco canario-sahariano era conocido por los mareantes gallegos, aunque todavía menos que los de Terranova. Sin embargo, los motivos era idénticos, la puntual falta de sardina en las rías. La presencia gallega en el archipiélago canario se reduce a dos testimonios muy tempranos: en 1515, el maestre de Ribadeo Juan Martín participa en la campaña de los pargos, aprovisionándose de sal en Gran Canaria. Años más tarde, en 1523, seis mareantes pontevedreses constituyen compañía para desplazarse a esas aguas en una pinaza bordada, reservando "un cento de peixes para la obra de santa María la Grande desta villa".

Las cíclicas y generalizadas ausencias de los bancos de sardina en las rías se producen con una cadencia de un cuarto de siglo y tienen una duración de unas siete campañas, como señaló Romaní en los tiempos modernos.Estas ausencias de cardúmenes fuerzan a los mareantes y mercaderes ligados al mundo del mar a buscar una alternativa en los bancos de Terranova. En 1526, localiza Ferreira Priegue dos navíos pontevedreses dedicados a la captura de los bacalaos. Estas expediciones a mares lejanos coinciden con la constatación de crisis pesqueras en Galicia: como se quejaban los mareantes pontevedreses "1525/26 y entonçe (había) la sardina y agora no la da".

Como suele ser habitual, los afectados buscan en la competencia la causa de sus desgracias: en 1523 se redactan las primeras ordenanzas de la cofradía del Corpo Santo, que privilegiaba a los cercos sobre las restantes artes pesqueras. Esta crisis está lo bastante extendida como para detectarse en puertos tan distantes como el de Vigo y Ferrol.

Los cardúmenes de sardina vuelven a desparecer de las rías gallegas en el ecuador del siglo XVI. En 1549-50 los atalieiros de los cercos pontevedreses no pueden satisfacer las aportaciones comprometidas con la obra nueva de su iglesia parroquial, "por falta y de la nobidad de la sardina que nos ha faltado".

Poco después, en 1554, los diez cercos pontevedreses, prácticamente la totalidad de sus efectivos pesqueros, invaden la vecina ría de Arousa, en la que emplean artes prohibidas, como era la modalidad de cerco denominada de trabuquete. Estas carencias obligan a los mercaderes a desplazarse a Portugal a adquirir las sardinas. Al año siguiente, coincidiendo con la imposición del estanco de la sal, los mareantes de las rías de Vigo y Pontevedra se habían trasladado a faenar a la costa portuguesa, como reconocía su primer administrador, Cristóbal de Barros

Coincidiendo con esta depresión pesquera, volvemos a encontrar expediciones a las campañas del bacalao. En septiembre de 1557, unos vecinos de Vigo adquieren una nave artillada, posiblemente bretona, que procedía de la campaña del bacalao, sin que conozcamos el empleo a que destinarán esta embarcación. Más contundente es el testimonio, también fechado en Vigo, en 31 de marzo de 1559, del mercader local y armador de la nao San Nicolao Marçial Tomás, que envía a la pesca del bacalao y nombra por maestre a Juan Pérez, vecino de Matosinhos. Con todo, las campañas gallegas en Terranova no son para echar las campanas al aire; los mercaderes cartageneros que se acercan a las Rías Baixas, en 1558, cargan botas de sardina en Pontevedra, pero las hojas de bacalao las van a recoger al puerto de Aveiro.

La vuelta a la normalidad, confirmada en 1566, supuso una nueva época de abundantes mareas en las rías, a la que no habrá sido ajena la rebaja del precio de venta de la fanega de sal; en octubre de dicho año, en algunos puertos se había pescado más sardina que en los tres últimos años juntos. Lo que supuso la cancelación de las expediciones a los bancos pesqueros de Terranova, optando los mercaderes gallegos por ser servidos a domicilio.

En Aveiro, tan frecuentado por los mareantes gallegos, se organizaban flotas anuales de 60 navíos con destino a los bancos de bacalao, que, por disposición real, deben ir artillados y en conserva desde 1579. El puerto de Vigo, tan ligado a los del norte de Portugal, a los que servía de redistribuidor de las mercancías coloniales procedentes de Brasil, hará lo mismo con el bacalao capturado por la flota averiense, redistribuyéndolo cara al mercado asturiano y castellano. Participa en esta actividad Rodrigo Gómez, mercader vigués conocido por sus tratos del azúcar y algodón brasileños. Función que comparte, aunque en menor medida, con el puerto de Pontevedra: el mercader local Antonio de Valladares, fleta, en 1565, el navío Buen Jesús, matriculado en Viana da Foz do Lima, para trasportar una carga de bacalao con destino a Avilés; la carga debe recogerse en el puerto del Lérez. También intervenían en estos tratos mercaderes castellanos: en 1568, el mercader toledano Juan Iglesias fleta en Vigo una carabela de Leça, para trasportar a los reinos de su majestad cien quintales de bacalao. Otro ejemplo, aunque fallido, nos lo proporciona Juan Sánchez, mercader de Almansa, en el marquesado de Villena (Murcia), que en diciembre de 1568 se presenta en Vigo para adquirir sardina. No encontrando comodidad para la inversión, decide trasladarse a Aveiro y emplear sus caudales en bacalao. La comercialización de bacalaos capturados por los pescadores de Aveiro alcanzó la importancia suficiente, para que las dignidades religiosas de Tui (Baiona pertenecía a este obispado), Vigo y Teis pleitearan ante el Consejo Real, reclamando la percepción del diezmo sobre los mercaderes aveirenses.

A Ernesto Trabazo Freire.