"Es la primera vez que entro aquí", comentaban un par de jóvenes mientras paseaban por el jardín de la Casa Mariñeira en que se ha convertido, rehabilitación mediante, la popular casa del médico don Fernando del centro de Portonovo. Como ellos, un centenar de nostálgicos vecinos compartían recuerdos sobre el inmueble que ayer, por fin, abría sus puertas.

En esta primera visita, la alcaldesa Catalina González ejerció de guía para la conselleira de Medio Rural e Mar, Rosa Quintana, el presidente de la Diputación, Rafael Louzán, el delegado de la Xunta, José Manuel Cores Tourís, la directora xeral de comercio, Nava Castro, y el presidente del Grupo de Acción Costeira de Pontevedra y patrón mayor de Portonovo, José Antonio Gómez, todos en representación de las administraciones que arrimaron el hombro para que, como reclamaban los vecinos, la casa solariega "volviese al pueblo".

Tras acoger distintos negocios -el dispensario del doctor Lalinde del Río en los años sesenta es el más recordado-, servirá de punto de encuentro para los dos motores económicos del pueblo: la pesca y el turismo, explicó la conselleira. "Es la vieja fórmula de aprovechar nuestro pasado para forjar nuestro futuro". La casa podrá visitarse a partir de mañana (de 17 a 20 horas) y entrará en el circuito de visitas guiadas por el pueblo.

Tras años cerrada a cal y canto, las únicas agujas que quedan dentro son las que sirven a las redeiras para reparar las artes en el puerto. Redes, boyas de cristal y viejos cartelones completan la sala dedicada a las mujeres de la mar, que pronto podrán ampliar sus miras con una tienda.

El contenido de la Casa llegará fundamentalmente de sus protagonistas, las gentes del mar de Portonovo, explican desde el concello, que ya tiene las primeras propuestas para la cesión de material.

Y si para muestra sirve un botón, los Amigos da Dorna les han prestado uno de los mejores, la dorna Bicoca que con su vela desplegada, preside la sala principal. A su alrededor, fotos aéreas y la colección de conchas que un vecino recopiló en el pueblo.

El segundo piso (que se mantiene solo en un módulo) servirá de centro de formación para la que se han recibido peticiones dispares como local de ensayo para la coral o aula para clases de cocina. En las paredes, las fotografías de otro vecino, Ángel Torres, y en el jardín el recordatorio de que aún quedan cosas por hacer: un barco tradicional que espera turno para su rehabilitación,