La madrugada del 7 de junio de 1961 fallecía a la edad de 70 años don Cruz Gallástegui Unamuno en su modesta vivienda de la Misión Biológica, el centro de investigación al que había consagrado su vida y que en 1927 había trasladado de Santiago a Salcedo por invitación de Daniel de la Sota Valdecilla, su amigo del alma.

El próximo martes se cumple, por tanto, el 50 aniversario de su muerte. Nada mejor para enmarcar esta efeméride, que componer un episodio desconocido de su biografía, que también es historia de la Misión Biológica: Cuando Franco evitó que Cruz Gallástegui tirase la toalla y salvó la Misión Biológica de su segura desaparición.

A partir del estudio de cartas y notas de Daniel de la Sota que permanecen inéditas, he podido reconstruir esta historia que transcurrió entre 1945 y 1947, dos años que están en blanco en el libro de actas del patronato de la Misión Biológica.

Gallástegui Unamuno estaba totalmente decidido a abandonar el centro experimental a mediados de 1945, entre el desencanto y el abatimiento, con el corazón desgajado por tener que despedirse de su obra más querida. La falta de medios humanos y económicos que arrastraba la Misión Biológica había ido minando sus fuerzas con el paso del tiempo. Pero la gota que colmó su paciencia fue la amenaza de absorción por parte de la recién creada Hermandad Provincial de Labradores y Ganaderos que pesaba sobre el Sindicato de Productores de Semillas, una entidad singular que Gallástegui y De la Sota habían impulsado, protegido y mimado desde 1929 contra viento y marea.

Desesperado por la decisión de don Cruz, no paró don Daniel hasta salirse con la suya, después de solicitar el concurso de la única persona que por su gran poder estaba en condiciones de torcer aquella voluntad: Franco. Porque De la Sota sabía mejor que nadie que la Misión Biológica no era nada sin Cruz Gallástegui y que, por tanto, su marcha dejaría a la institución herida de muerte.

De la Sota cultivaba mucho a Julio Muñoz Aguilar, jefe de la Casa Civil de su Excelencia el jefe del Estado, para asegurarse un buen acceso a Franco cada vez que quería plantearle algún asunto. Y entonces le envió una carta elogiando primero la reciente visita que acaba de realizar a la repoblación forestal de O Morrazo. Con el halago por delante, le pedía luego audiencia para exponer a Franco "…el momento muy difícil por el que actualmente pasa la Misión Biológica, muy esperanzado de que su intervención valiosísima salve el peligro de desaparición de este centro vital para la vida campesina gallega".

Una nota manuscrita posterior confirmaba la audiencia concedida por Franco a Daniel de la Sota en el Pazo de Meirás solo tres días más tarde. Y en un acta del patronato de la Misión Biológica redactada con posterioridad, dejaba constancia De la Sota de su agradecimiento por la visita que el jefe del Estado había hecho al centro de investigación aquel mismo verano. Una estancia discreta, que no fue anunciada ni tuvo relevancia pública. Según De la Sota "…Franco confirmó plenamente el juicio que por informaciones varias tenía ya formado sobre su eficacia. Y desde entonces honra a la Misión de todas las maneras y de todas las maneras también la ha protegido y protege, como corresponde a su alta magistratura".

Pasado aquel verano, De la Sota prosiguió sus incansables gestiones en Madrid para rematar su propósito ante el ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, y en otra nota manuscrita recogía los detalles principales de aquella charla: "Entré en su despacho a la 1,50h. y salí a las 2,30h…Le conté lo que hablé con Franco en Meirás… El ministro me dijo que conocía el propósito que Cruz Gallástegui tenía de marcharse de Salcedo…Le anticipé que había suavizado su intención de irse, pero que reclamaba la continuidad del Sindicato de Semillas, tal como nació… Le mostré la minuta preparada para que se respetasen sus normas y garantizasen las actividades que le son peculiares… Y el ministro se mostró favorable a atender bien a la Misión Biológica…"

Finalmente la poderosa maquinaria sindical no permitió la excepción pretendida, y el Sindicato de Productores de Semillas optó por su disolución antes que por su integración, que habría sido una rendición. Pero la Misión Biológica recibió el apoyo reclamado y al año siguiente, Cruz Gallástegui y Miguel Odriozola, respectivamente, su alma mater y su principal investigador, fueron distinguidos con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

El ministro de Educación acudió al propio centro de investigación en septiembre de 1946 para imponer personalmente ambas cruces a los dos investigadores en un acto oficial tuvo un gran relieve. Y en aquellos días se acordó también construir una casa en Salcedo con destino al director de la Misión Biológica para asegurarse su enraizamiento que, con ausencias esporádicas, se mantuvo ya hasta su muerte.