El barrio de San Antoniño comenzó a configurarse a principios de los años 60, a lo largo y ancho de una zona prácticamente despoblada y comprendida entre la carretera de A Seca y la calle Benito Corbal.

La original promoción de un polígono de viviendas sociales adosadas, que fue modélico en aquel tiempo, se convirtió en la punta de lanza para su posterior crecimiento. Luego el barrio se contagió del desarrollismo imperante y cayó víctima de los errores urbanísticos que se prodigaron en buena parte del ensanche pontevedrés.

Prudencio Landín Carrasco --el miembro más político de la saga, alcalde y presidente de la Diputación, entre otros cargos-- fue el personaje influyente que abrió las puertas de la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra a la empresa promotora del polígono de San Antoniño. De la mano de César Cort Gómez-Tortosa, Fomento Hispania llegó a Pontevedra en 1956 tras la construcción de un poblado singular en Fontao (Silleda) para los trabajadores de las minas de wolframio. Su primera necesidad era la financiación del proyecto y para facilitar su negociación, la empresa llegó a ofrecer su implicación como promotora a la entidad crediticia.

Landín Carrasco, entonces consejero y poco después presidente de la Diputación y de la Caja, trasladó al consejo de administración un anteproyecto del polígono para su correspondiente estudio, que se encomendó al propio director general, Gaspar Gil.

Curiosamente, la Caja rechazó la oferta de convertirse en promotora del proyecto realizado por los arquitectos José Antonio Corrales y Joaquín Basilio Bas. Tras un estudio pormenorizado, la entidad optó finalmente por asumir solo la financiación del polígono y concedió un crédito inicial de dos millones y medio de pesetas; una cantidad importante que se incrementaría con el paso del tiempo por los avatares surgidos a lo largo de su ejecución.

Ante las expectativas abiertas en torno a este proyecto pionero e innovador, la Caja reservó un derecho de preferencia en la adquisición de aquellas viviendas para sus empleados y clientes, así como también para los funcionarios de la Diputación y el Ayuntamiento, a través de unos créditos ventajosos. La acogida fue muy buena. Una intensa propaganda logró el efecto deseado, porque en los dos primeros meses se presentaron 120 solicitudes para la adquisición de aquellas viviendas unifamiliares.

Sobre el polígono de San Antoniño volcó todos sus conocimientos el arquitecto Joaquín Basilio Bas, hasta el punto de que allí se instaló para seguir de cerca su ejecución y ya no se marchó nunca. En un bajo de la casa emblemática ubicada en el número 9 de la calle José Millán ha mantenido su estudio profesional, en donde atesora buena parte de los planos dibujados durante toda su vida.

Este gran edificio fue el primero que dispuso de calefacción central y aparcamiento de coches para todas las viviendas. Si bien esa primera dotación tuvo una buena acogida, con la segunda no ocurrió lo mismo. El parque automovilístico de Pontevedra era tan pequeño y las economías domésticas estaban tan menguadas, que el gasto añadido en un aparcamiento se consideraba superfluo a la hora de barajar la adquisición de una vivienda.

De hecho, solamente un vecino tenía coche en todo el barrio a principios de los años 60 y el polígono de San Antoniño se inauguró con solo tres comercios. La estanquera Valentina Lemos gozó durante muchos años de un reconocimiento especial como su residente más antigua.

Joaquín Basilio ha recordado muchas veces que la empresa promotora a punto estuvo de alquilar aquellos aparcamientos para la instalación de un taller mecánico. El veterano arquitecto se ha sentido siempre orgulloso de anticiparse a su tiempo y ha sonreído no pocas veces al comprobar como la plaza de garaje se ha vuelto imprescindible en cualquier promoción inmobiliaria.

Con la llegada del siglo XXI, el grupo municipal socialista que lideraba Roberto Taboada impulsó un plan de humanización diseñado por Celestino García Brañas para tratar de atajar o suavizar al menos la degradación sufrida por esta barriada a lo largo del medio siglo transcurrido. Su ejecución no resultó fácil y se hizo lo que se pudo. Porque no todo su mal urbanístico tenía arreglo.