A Moureira nunca tuvo el trazado rígido, los arcos o los escudos del centro histórico, entonces situado dentro de la muralla. El historiador Filgueira Valverde recordaba que aquel arrabal estaba muy alejado del abolengo con sus "pocos soportales y modestos, ninguna balaustrada de fina labra... Discretos huecos sin resalte en los jambages: a lo sumo por gala un patín o un balcón".

Tampoco sus vecinos eran los artesanos y comerciantes que vivían de las ventas en el burgo, sino los pescadores, las tripulaciones en escala y operarios de la salazón vueltos hacia el mar, que lograron ir conformando uno de los principales barrios marineros de Galicia.

Dos mundos diferentes y así se mantuvieron durante siglos: el arrabal ocupaba todo el arco comprendido entre la desembocadura del río Gafos y el puente de O Burgo. Se estructuraba en tres tramos: A Moureira de Abaixo (alrededor del Gafos), la Moureira da Barca (estructurada alrededor del muelle que comunicaba con el otro lado del Lérez) y la Moureira de Arriba (la más cercana al puente de O Burgo).

En esos tres tramos, unos dieciséis muelles que aún sobrevivían en el XIX: Xan Guillermo, Campo do Boi, Corbaceiras, Xan Ruibóo, Novo... Desde ellos, se exportó desde al menos el siglo XIII (momento en el que los historiadores acreditan la primera presencia de flota pontevedresa en Inglaterra) al menos tres productos clave en la Europa de la época: conservas de salazón, sal y vino del Ribeiro.

Especialistas como Xosé Fortes recuerdan que, con todo, la definitiva expansión se produjo a finales del XIV "con el boom salinero bretón y portugués que se tradujo en un aumento considerable de las capturas e hizo llegar la salazón pontevedresa a los puertos del Mediterráneo".

Un siglo después se documenta la presencia de mercaderes y potentados pontevedreses en Aveiro y Setúbal (los Vidal, los Falcón y los Cruu, según estudios de Elisa Ferreira). Mientras, hacia Flandes e Inglaterra viajaba el vino, que se intercambiaba por paños, cuchillos, cereales...

Y todo ello, regido por una cultura propia, hasta el punto de que A Moureira contaba con una justicia autónoma, como acreditaban los sorprendidos observadores aún en el siglo XIX: "Las anomalías", recordaba Prudencio Landín, "eran sancionadas por los vicarios, que elegían mediante votación los mismos mareantes, entre sus cofrades y ante escribano, bajo las bóvedas de Santa María".

El "siglo grande" llegó en el XVI y a nadie extraña que varios espías franceses (como recuerda el historiador Rodrigo Cota) se den cita después de su operación en Pontevedra, dado el carácter cosmopolita de A Moureira, "de los pocos puertos de la Península en los que podían pasar desapercibidos".

Con tal tráfico de personas y mercancías, nadie sospechaba entonces de la decadencia: las guerras, la crisis de la principal pesquería, los aportes del Lérez que restaban calado... Inutilizados los puertos, las otrora triunfantes Moureiras decayeron hasta convertirse en el barrio de prostitución de la ciudad del Lérez y más tarde víctima de la especulación. Hoy las fotografías hechas públicas por el Arquivo Municipal devuelven su imagen de casas soportales, balaustradas o finas labras, una Moureira, viva aunque sólo sea dentro de nosotros.