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Llevar flores al camposanto en tiempos mudados

Los cementerios se llenan de familiares para honrar a sus difuntos, en un Día de Todos los Santos donde tradiciones como traer a la familia al completo o hacer el centro floral en casa se disipan cada vez más.

Una pareja lleva flores
en el cementerio de
San Franciso. 
|  Fotos: Roi Cruz

Una pareja lleva flores en el cementerio de San Franciso. | Fotos: Roi Cruz

Ourense

Decía la película “Coco” que nuestros antepasados nunca morirán siempre y cuando los recordemos. Y aunque a muchos niños el film de Disney les enseñó esa valiosa lección por primera vez, lo cierto es que en Galicia todo su linaje ya conocía y perpetraba la tradición desde hace siglos, y el día de ayer fue buena muestra de ellos. Infinidad de familias se acercaron ayer a los cementerios para honrar a sus difuntos en el Día de Todos los Santos, y volver hacer del 1 de noviembre el día más colorido y alegre del año en el camposanto.

Unas tumbas 
llenas de flores.

Unas tumbas llenas de flores.

Aunque hoy era el día grande, las labores para dar a los antepasados el trato que merecen comienzan mucho antes. Hace incluso meses que gran parte de los centros florales estaban encargados, y no son pocas las familias que se pasan los días anteriores acicalando los sepulcros para que luzcan lo máximo posible. Y, sobre todo, el trabajo no corresponde sólo a estas fechas, pues el mantenimiento de las tumbas se realiza durante todo el año. María José Rodríguez y David González dan fe de ello. Llegan al cementerio de San Francisco para adornar la tumba que ya preparara su tatarabuela, y en la que hay enterradas tres generaciones, entre ellas el marido de María José. Reconocen que es un día muy especial «sobre todo para os difuntos», pero remarcan que su familia visita el sepulcro durante todo el año, especialmente para prepararlo para el invierno, en el que sustituirán el centro de flores natural que han comprado para la ocasión por uno artificial que perpetuará la tradición durante el mal tiempo.

Una mujer deposita un
centro en el sepulcro
de su familiar.

Una mujer deposita un centro en el sepulcro de su familiar.

Nula presencia de menores

Es justamente al mencionar la palabra «tradición» que uno se da cuenta de que la estampa en el Día de Difuntos evoluciona en detrimento de los rituales centenarios que se recuerdan en muchos hogares. Y no, esta frase no se refiere a asistir a misa tras depositar las flores en el cementerio, se refiere a asistir... en general. Aunque al preguntar si se está perdiendo la costumbre de que toda la familia acuda al camposanto todos los cuestionados lo niegan, lo cierto es que divisar a un menor en las visitas a los difuntos se antojaba igual de complejo que encontrar a Wally en alguno de sus libros de juegos. Y eso que los mismos adultos que hoy acudían sin niños recuerdan perfectamente las rutinas que tocaban por estas fechas cuando ellos eran los infantes: «Xa con miña avoa viñamos a limpar con antelación, pero agora a vida é doutro xeito, temos máis ocupación e non podemos vir tanto», reconoce Mercedes, que ha venido a honrar el sepulcro familiar con sus hermanas Leticia y Montse. A través de sus palabras se evidencia que la pérdida de tradiciones de Todos los Santos es una consecuencia más de la apresurada sociedad en la que vivimos, que en algunos momentos parece no dejar tiempo, ni físico ni mental, para dedicar a los que antes era considerado inamovible. Eso sí, las hermanas defienden que el resto de sus familiares también acuden al cementerio en otras ocasiones, como las efemérides, y que en ningún caso dejan abandonados a sus seres queridos que ya no están.

La de reunir a toda la familia en el Día de Difuntos no es la única tradición que parece esfumarse. Al menos en los entornos más urbanos, no sólo cambia el «quién» honra a los antepasados, también el «con qué»: Casi la totalidad de los centros florales que habían colocados en las tumbas de la ciudad de As Burgas eran ya adquiridos en su forma final, mientras que aquellos que eran realizados de forma artesanal en casa eran la completa excepción. Atrás parecen quedar los tiempos en los que todos los vecinos se reunían para, entre colocación y podaje, pasar un buen momento y comenzar a recordar a sus ancestros. Silvia, una de las pocas que acudió al cementerio de San Francisco con su hijo, se acuerda de aquellos días, pero ve difícil replicarlos: «Eu lémbrome de ver a miña nai botar todo o día anterior a facer centros para todos os cemiterios, pero eu en particular non teño tempo. Co paso do tempo evoluciónase, e agora tanto ela coma nós deixámolos encargados», cuenta.

Es verdad que la pérdida de tradiciones no tiene por qué estar relacionada con el cariño que le transmitimos a los familiares que ya no están, pues el amor a los seres queridos puede expresarse en cualquier momento y de múltiples formas. Pero, como se expresa en los testimonios de Mercedes y Silvia, los nuevos tiempos están provocando que la sociedad global, y también la gallega, adopte una relación diferente con la memoria y el ritual. Ya no se trata tanto de cumplir con un calendario o repetir gestos heredados, sino de encontrar nuevas formas, más íntimas y personales, de mantener viva la conexión con quienes se fueron. Quizá los cementerios ya no se llenen de niños ni de flores hechas en casa, pero el recuerdo sigue presente, aunque se manifieste en silencio, en una foto en el salón, en una vela encendida al anochecer o en una conversación que rescata una historia del pasado. Al fin y al cabo, como decía “Coco”, nadie muere del todo mientras alguien lo mantenga en su memoria.

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