Ir a Niñodaguia es sinónimo de etnografía, de viajar en el tiempo y presumir de la cuna de los alfareros de Galicia de donde se suministraba una gran variedad de joyas manufacturadas que cada vez se hacen con menos manos. Una falta de relevo generacional que cada año achacan los alfareros, pero contra la que luchan con constancia, tesón, energía y la organización del octavo Encontro de Cacharreiros con el que intentan enganchar a nuevas generaciones.
Una de las muchas imágenes que dejó la presente edición fue ver al alfarero jubilado Agapito Blanco, con su nieta Chloe Adelaida transmitiendo un legado que se hace sobre barro. Muchos años a sus espaldas trabajando el barro y 12 años sin hacer nada, pero con la ilusión de que su nieta de 14 años vea la magia de un oficio que se hace con las manos y se exportaba y se exporta al mundo. Una familia suya señala que “es la primera vez que se sientan los dos a andar con el barro, él hace mucho que no hace nada”.
La imagen cumple con la meta de la octava edición del encuentro que se inició el pasado viernes y duró hasta ayer donde se congregaron alfareros de todos los puntos de Galicia para presumir de su arte. Además de participantes nacionales y gallegos, este año también tuvo la participación de Carlos Lima, un profesional del barro que importa sus manufacturas en Portugal. Mención especial, como siempre, merecen Agustín Vázquez y Enrique Cabana. Nombres propios de la alfarería como tantos otros desde la cuna del barro donde un museo es el vivo ejemplo de que en Niñodaguia antes se vivía del barro.
Tres días de un valor patrimonial incalculable y de una transmisión de un legado material e inmaterial que cruza generaciones.
