Al igual que el emigrante gallego a punto de embarcar inmortalizado por el escultor ourensano Ramón Conde en el Puerto de Vigo, el venezolano Cristian Cámara hizo un día la maleta y se despidió de su familia. Dejó en Cagua el que había sido su hogar durante 20 años y emprendió el viaje hacia su futuro. La travesía, con parada en Chile, le trajo a Galicia, donde empezó de cero para cumplir su sueño y la promesa que hizo a sus padres: ser ingeniero aeronáutico. Homologó su título de Bachillerato y logró una nota ABAU de 12,5 que le abrió las puertas al grado en Aeroespacial.
Su historia es muy diferente a la de sus compañeros de la Escola de Enxeñería Aeronáutica e do Espazo de Ourense, de la que es alumno desde hace dos años. Emigró de Venezuela buscando un futuro primero para él y después para su familia, y lo ha conseguido a base de esfuerzo, sacrificio y valentía.
Dice que su caso no es único y resta importancia al camino que ha recorrido en los últimos años, pero cuando llegó a Vigo, en 2019, cargaba en su mochila una responsabilidad muy parecida a la de los emigrantes gallegos del siglo XIX a los que rinde homenaje la escultura de Ramón Conde en el acceso a la estación marítima de Vigo. Prometió a su familia que seguiría estudiando para labrarse un buen futuro y a sí mismo que reagruparía el núcleo familiar y les traería con él. Lo consiguió en noviembre del año pasado.
“Se puede. Vas a tener que sacrificar algunas cosas, pero más adelante se ve el fruto. Para mí ha valido la pena y lo volvería a hacer"
Con sus padres y su hermano cerca, su vida es ahora más estable y tranquila. Ha sido duro, reconoce, pero lejos de atribuirse méritos prefiere relatar su experiencia para servir de ejemplo a otros jóvenes como él que temen dar el paso porque piensan que no es posible. “Se puede. Vas a tener que sacrificar algunas cosas, pero más adelante se ve el fruto. Para mí ha valido la pena y lo volvería a hacer. Me gustaría servir de estímulo para aquellas personas que ven dificultad en algo y decirles que no se dejen cegar por los obstáculos, que sigan siempre adelante”, señala.
Curiosidad por el espacio
Cristian supo que quería ser ingeniero aeronáutico en el mismo momento en que vio volar un avión y cuando empezó a conocer los programas de la Nasa. “Siempre he sentido curiosidad por saber qué pasa en otros planetas, esa incertidumbre cuando llega un rover e investiga otras superficies”, relata.
“Siempre he sentido curiosidad por saber qué pasa en otros planetas, esa incertidumbre cuando llega un rover e investiga otras superficies"
Aunque fue un alumno excelente, en Venezuela no pudo cumplir este sueño. “Allí solo se podía estudiar Ingeniería Aeroespacial en un instituto del Gobierno, pero todo iba de mal en peor y estos centros estaban muy deteriorados, sin la suficiente calidad, por lo que era preferible estudiar en una universidad”. Así que matriculó en Ingeniería Mecánica porque coincidía con sus expectativas de ser ingeniero y además conocía el oficio a través de su padre.
Cursó tres semestres hasta que la inestabilidad en Venezuela lo empujó a dejar el país en 2018. Primero se fue a Chile, pero al cabo de un año, y a través de un amigo que lo recibió en Vigo, cruzó el Atlántico y aterrizó en Galicia.
“La pandemia para mí fue una oportunidad porque el cierre de la hostelería me permitió centrarme en los estudios”
Aquí empezó de cero. Trabajó en hostelería y ahorró todo lo que pudo con la idea de continuar sus estudios. La motivación que le viene de serie se multiplicó al comprobar que la Universidad de Vigo imparte el grado en Ingeniería Aeroespacial en el campus de Ourense. El impulso definitivo se lo dio la pandemia. “Para mí fue una oportunidad porque el cierre de la hostelería me permitió centrarme en los estudios”, comenta.
Un 12,5 en la ABAU
Aprovechó el confinamiento para preparar la ABAU. “Cuando homologué el título de Bachiller tenía un 9,27, pero no me daba para Aeroespacial, que en aquel momento tenía una nota de corte por encima de 12”. Se presentó a las materias en las que mejor se defiende, Matemáticas y Física, y elevó la calificación a 12,51. Su nombre apareció en el primer listado de selección y se matriculó.
“Conseguir la plaza fue como un sueño cumplido, porque era la ingeniería que quería, la que siempre busqué. También era un paso más desde que salí de Venezuela y me sentí un poco más aliviado porque me había comprometido con mis padres a que seguiría estudiando. Esa era su principal preocupación, por eso fue muy gratificante y un alivio”, relata.
Trabajo en hostelería
La primera decisión que tomó fue mantener su residencia en Vigo, una ciudad de la que se enamoró al llegar y que, dice, “siempre me ha tratado bien”. Además, encajaba mejor con sus planes de traer a su familia. “Quería ayudarles a salir de Venezuela y aquí ya tenía la oportunidad de un piso para ellos. Como era lo que conocía, preferí quedarme”, comenta.
Para pagarse los estudios trabaja en vacaciones en hostelería y cubre los gastos del desplazamiento diario en su coche con una aplicación de viajes compartidos. “Acabo el último examen y empiezo a trabajar al día siguiente, y cuando termina el verano dejo el trabajo y empiezo a estudiar”. Esa es su vida desde 2020 y no la cambiaría por nada. “Empezar de cero es un reto, y mi vida se basa en eso”, dice tras exponer que no le importaría viajar a Estados Unidos cuando finalice su formación académica. “Allí está la cuna del sector aeroespacial y es posible que lo considere, aunque también valoro la opción de quedarme en Europa”.
“Quería ayudarles a salir de Venezuela y aquí ya tenía la oportunidad de un piso para ellos. Como era lo que conocía, preferí quedarme”
La carrera ha definido sus aspiraciones y lo que le gusta es la simulación y el diseño. “La ingeniería asistida por computadoras es una herramienta muy útil que va a ser imprescindible y me gustaría ir por esa rama. Me fascina el diseño, tanto de un Fórmula 1, como de un avión, un cohete o un sistema de tuberías de una casa. La simulación te permite hacer cosas infinitas y eso me motiva”, concluye.