No sé si venderán aún aquellos dispositivos –prácticamente, máquinas del tiempo– que permitían grabar de un VHS a un DVD, porque hasta este formato se antoja ya desfasado. Cuanto más definidas son las imágenes de un momento pasado, menos complacido me siento al repasarlas.

Al regresar a aquellas cintas caseras de cumpleaños, con planos trémulos y la marca del tiempo en la esquina inferior, con un sonido ruinoso, las escenas que se representan de una forma borrosa se aclaran de inmediato, y los sentimientos que inspiraron, e imprimieron, vuelven con nitidez.

Sucede también con esas fotografías casi veladas, agujereadas por un flashazo que, lejos de chafar el resultado, realzan el momento.

Veo un concierto de Quique González en 2002 en la sala Aqualung, con una definición imperfecta pero un poder mágico: soy de nuevo aquel adolescente que descubría sus letras repletas de imágenes poéticas.

Veo los vídeos sobre el Dépor glorioso que Mauricio Escuredo sube a la red, aquellos VHS que custodian la historia más feliz del club, y la Segunda B me parece relativa.