PERSONAS,CASOS Y COSAS DE AYER Y DE HOY
Reflexiones acerca de la educación de los hijos
Federico Martinón Sánchez
Las reflexiones de hoy versan de nuevo sobre la educación de los hijos —tema al que ya me había referido con anterioridad en varios de estos artículos dominicales, el último en Faro de Vigo, 06.03.2022—. Inicio las presentes con un fragmento entresacado de textos del filósofo vasco Fernando Savater (n. 1947): “El objetivo final de la educación es desarrollar la disposición a reconocer y respetar la semejanza esencial de los humanos más allá de nuestras diferencias de sexos, etnias o determinaciones naturales. Insisto: no a celebrar y perpetuar lo que nos distingue, como creen los bobos bien intencionados, sino a comprender que compartimos algo más profundo e importante que lo que nos hace diversos. […] La educación es el único mecanismo de revolución pacífica que hay. La educación es el antídoto contra la fatalidad. La fatalidad provoca que el hijo del pobre siempre sea pobre, que el hijo del ignorante siempre sea ignorante, una buena educación hace saltar estas barreras por los aires. La educación es lo más subversivo que hay”. Estoy convencido de que lo que afirmado por Savater es innegable y que va en contra de la demagogia fácil de tufo político, por lo que constituye un buen arranque. No obstante, antes de proseguir quiero advertir, sobre todo a los que no son mis lectores habituales, que estas reflexiones, al igual que las que les he pasado en sueltos previos, son una selección de las que cada día a medianoche, a través del WhatsApp comparto con algunos familiares y amigos. Asimismo he de informarles que si bien algunas son originales, otras ya han sido enunciadas, limitándome a adaptarlas y varias están copiadas ad literam. Tampoco es mi pretensión que sean aceptadas, porque tanto mis propias reflexiones como las tomadas de otros se ajustan a mi pensamiento y principios, que en ningún caso pretendo imponer a nadie.
Unas generaciones se suceden a otras y repiten la mayoría de los modos de ser y hacer. Cuando el final de la vida se va aproximando caemos en la cuenta de que habría que haber cambiado muchas cosas o al menos mejorarlas, pero suele ser ya tarde. Procuremos entonces adelantarnos en lo que se refiere a la educación de los hijos. Desde el inicio y hasta el final, incluso en su edad adulta, —como siguen “sufriendo” mis hijos con resignación— no debemos descuidar su educación, porque los hará mejores personas y aventajados miembros de la familia y de la sociedad. Es inexplicable y triste ver a tantos individuos que han recibido instrucción elevada, incluso con óptimos resultados en la universidad, que son ineducados y resultan insoportables. Para tratar de evitarlo, digámosle a nuestros hijos cada día lo que creemos que está bien y lo que está mal y les quedará para siempre en su conciencia. Mientras sea posible y de nosotros dependa, no dejemos de educarlos ni un solo día. La dificultad de una pareja no es tener muchos niños, es que los niños se conviertan en adultos educados. Para conseguirlo uno ha de elegir buenos ejemplos y el primero de los ejemplos han de darlo los padres. ¿Cuál ha de ser nuestra conducta para que sirvamos como ejemplo? Fácil respuesta: hacer lo que tenemos que hacer en el momento adecuado. Los padres han de tener educación y observarla hasta en los malos momentos, porque seguir las normas educativas es la forma óptima de relación de los humanos y lo que nos distingue. Como padres no podemos decir una cosa y hacer otra, sobre todo si nos está observando un niño o cualquier otro que crea en nosotros. Es evidente que todo empieza al nacer dependiendo de en qué familia nazcas y el lugar donde ocurra. Después todo lo determinará la decisión que tomes de seguir uno u otro camino. Evidentemente en mi caso reconozco que yo fui pediatra sobre todo porque mi padre lo era. Me imagino que la misma influencia sufrieron mis dos hermanos pediatras. Asimismo cuatro de mis siete hijos son médicos —dos pediatras—, sin que yo ni tan siquiera lo pretendiese.
Como decía, la educación ha de iniciarse precozmente porque su aprendizaje desde muy niño le hará distinto y mejor; la educación adquirida de adulto resulta reconocible y tiene cierto grado reconocible de afectación, pero mejor que nada.
Los padres tenemos que recordar que el juego forma parte de la educación y además los niños son felices jugando, pero también es verdad que en muchas ocasiones aún los son más no haciendo nada. Es manía al uso la de estar metiendo algo en la mano de un niño y cuanto más caro mejor. Tampoco podemos olvidar que la atención es monopolar. No sé el porqué de, a la hora de comer, en lugar de enseñarles cómo hacerlo de modo correcto, se les distrae metiéndoles en la mano lo más dispar, desde la tableta a un cuaderno de dibujo. Bastantes de estos niños son los que recibimos después en nuestras consultas pediátricas con trastornos de la alimentación. En todo caso, no hemos de confundir colaborar en los juegos de nuestros hijos con jugar con nuestros hijos. Porque claro, a nuestros hijos, igual que a los adultos, no les gusta que les utilicen como juguetes. Si tu hijo no te escucha has de considerar sino estará aburrido de hacerlo. Es pregunta repetida si la televisión forma parte de los juegos. Contesto con otra pregunta: ¿De verdad que te crees que poner a un niño frente a la pantalla de la televisión satisface sus necesidades de juego? Anda, ahí, lo único que satisface la mayoría de las veces es tu comodidad. Y desde luego, si el niño ve la televisión, hay que estar a su disposición para aclararle lo que no entienda en el mismo momento. Nunca le digas mañana a un niño pequeño, no lo entenderá, para el todo es hoy. Un niño pequeño no puede esperar, no sabe lo que es el futuro. Aplaza tus cosas pero a él contéstale hoy y ahora.
Ejemplos hay sobrados: este era el consejo de padre a hijo que daba Carlos V a su hijo Felipe II, dos de los hombres más poderosos de todos los tiempos: “Daréis, hijo, las audiencias necesarias y seréis blando en vuestras respuestas y paciente en el oír, y también habéis de tener horas para ser entre la gente visto y platicado.”
Resulta muy difícil entender que una persona no cuide las cosas y cuide bien a otras personas porque, al fin y al cabo, las cosas son el fruto de su trabajo y dedicación. Cuando a un niño le ponemos límites y le decimos: ten cuidado con este o aquel otro objeto, le estamos enseñando a cuidar también a las personas.
Los padres han de educar a sus hijos en lugar de contenerlos pero, claro, es más fácil pegar a un niño que enseñarle. Si hablamos más a nuestros hijos para corregirles, e incluso para amenazarles con castigos, que para solícitamente atenderlos y enseñarles, somos un fracaso como padre o madre. ¿Cómo es posible que se castigue a un niño travieso aislándolo de los otros en vez de animarlo más a las buenas relaciones? Cuando yo era niño, sí se utilizaba el castigo corporal y el apartamiento al patio del colegio o el aislamiento en el aula durante el recreo. ¡Perverso ejemplo! En la actualidad, por ley, está prohibido el castigo corporal; sin embargo, el apartamiento sigue aplicándose, aunque creo que cada vez menos. “El azote, hijo mío, se inventó para castigar afrentando al racional y para avivar la pereza del bruto que carece de razón; pero no para el niño decente y de vergüenza que sabe lo que le importa hacer y lo que nunca debe ejecutar, no amedrentado por el rigor del castigo, sino obligado por la persuasión de la doctrina y el convencimiento de su propio interés”. Son palabras del escritor y pensador mejicano Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827). Algunos, afortunadamente muy pocos, aún no se han enterado. Allá ellos, pero que no ejerzan ni de padres ni de maestros.
Para poder educar hay que ser educado, mas no todos los padres han tenido la oportunidad de haber recibido normas de educación; de ahí la necesidad de obtenerla antes y, cuando esto no fue posible, al menos aprovechar las experiencias de los demás, mediante la observación atenta de cómo lo hacen los que sí fueron instruidos. Siempre se puede aprender de la experiencia de los otros, lo que multiplicará y mejorará la nuestra propia. Aunque, lamentable, hemos de reconocer que el hecho de que un hombre sea inteligente no excluye la posibilidad de que, a la vez, sea estúpido. Si ese hombre es padre debe de utilizar la inteligencia para evitar transmitirles a sus hijos su propia estupidez. Es evidente que algunos padres no deberían serlo o deberían avergonzarse de serlo en lugar de hacerlo por tener arrugas, calvicie o un exceso de perímetro abdominal.
Los padres hacia los hijos, sin esperar nada a cambio, han de darse sin reservas. La excesiva carga de trabajo, unida a un exceso de ambición, puede llevar a que no dediquemos el tiempo necesario a nuestros hijos. Ojalá se cumpla lo que, con mucha sabiduría y acierto, subrayó el escritor y diplomático español Ángel Ganivet (1865-1898): “Grande es siempre el amor maternal, pero toca en lo sublime cuando se mezcla con la admiración por el hijo amado.”
En educación, como en casi todo, hemos de considerar que querer a los hijos es aceptarlos como son con sus virtudes y defectos y querer a los padres es aceptarlos como son con sus virtudes y defectos. En todas las circunstancias, la educación ha de ser estimulante y hemos de enseñar a nuestros hijos a hacer posible lo imposible. En palabras del piloto de automovilismo argentino Juan Manuel Fangio (1911-1995): “Hay que intentar ser el mejor, pero nunca creerse el mejor”.
El empresario, informático y filántropo Bill Gates (n. 1995) sentenció: “En la escuela puede haberse eliminado la diferencia entre ganadores y perdedores, pero en la vida real no. En la escuela te dan oportunidades para ir aprobando tus exámenes, para que tus tareas te resulten más fáciles y llevaderas. Esto no te ocurrirá en la vida real”. En definitiva, que la educación sigue normas sociales comunes, mas a la vez ha de ser específica y personal para cada niño. Así lo expresó el Nobel francés Alexis Carrel (1873-1944): “Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no puede ser el sustitutivo de la educación individual”.
Al mismo tiempo y en reciprocidad, los hijos han de saber lo también apostrofado por Bill Gates: “Antes de que nacieras, tus padres no eran tan aburridos como ahora. Empezaron a serlo al pagar tus cuentas, limpiar tu ropa y escuchar tus quejas. Así que, antes de emprender tu lucha por las selvas vírgenes contaminadas por la generación de tus padres, inicia el camino limpiando las cosas de tu propia vida, empezando por tu habitación”. Los padres nos entregamos y ayudamos a los hijos pero estos no nos pueden pedir que seamos perfectos. El escritor italiano Silvio Pellico (1789-1854) lo expresó así: “Exigir a los progenitores, para respetarlos, que estén libres de defecto y que sean la perfección de la humanidad es soberbia e injusticia”.
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