Entre las ruinas y el olvido desde su clausura en 1987, la vieja prisión de Ourense guarda la historia de miles de presos que, a lo largo de 150 años, sufrieron entre sus muros la privación de libertad; en la época de la Guerra Civil, la posguerra y la dictadura, padecieron la sobreocupación, la violenta represión y la falta de medios básicos como mantas, toallas o platos.

Este mes de mayo se cumplen 35 años del cierre del penal y de la entrada en funcionamiento del centro penitenciario de Pereiro, que modernizó el sistema.

Con una nueva arquitectura estructurada en módulos fue posible implementar mejor la clasificación en grados de los presos y desarrollar los programas de tratamiento enfocados al fin constitucional de la reinserción.

Entre los testigos de aquel cambio se encuentran los funcionarios Manuel Doval, Joaquín Nogueiras, Francisco Mosquera –el único que continúa en activo– y Manuel Outomuro.

Ante el viejo edificio que, 35 años después, languidece por abandono en el corazón de la ciudad a la espera de un nuevo uso, los trabajadores recuerdan con FARO aquel proceso.

Cuatro funcionarios que vivieron el traslado de la vieja prisión al centro de Pereiro. FERNANDO CASANOVA

“Fue como pasar de un mundo a otro totalmente distinto, de la noche al día”, subraya Manuel Doval, de 70 años, que trabajó durante 45 en la administración penitenciaria, siempre en Ourense.

“Supuso una mejora en el ámbito del tratamiento, la organización y la clasificación de internos, y también para los propios trabajadores”, destaca.

"Era como si los metieran en un callejón sin salida"

“En este edificio” –indica sobre la antigua prisión del número 45 de la calle Progreso– “no había calefacción y las instalaciones eran tremendamente anticuadas, a pesar de que se habían hecho algunas reformas, como el cambio de tejado, alguna planchada y un nuevo comedor y cocina. Pero no tenía nada que ver con lo que aportó Pereiro. Las comunicaciones se realizaban a través de una tela metálica con una bombilla semiapagada, y no había contacto físico. Los internos entraban y no veían ni a su familia. Prácticamente era como si los metieran en un callejón sin salida”, compara Doval.

Una estancia de la vieja prisión. BRAIS LORENZO

“Si algún centro sirve para reinsertar y cumple los requisitos imprescindibles para poder lograr una transformación de los reclusos ese es el de Pereiro”, dice el exfuncionario, edil del PP en el municipio.

Manuel Outomuro, de 64 años, lleva dos jubilado, tras una carrera en el sistema penitenciario de casi 39 años, todo el tiempo en Ourense. Como Doval, pasó de la vieja cárcel a Pereiro en 1987.

“El traslado estaba programado y muchos de los compañeros que llegaban venían de prisiones grandes, pero el cambio fue muy grande, tanto a nivel arquitectónico como, sobre todo, penitenciario. Abrió unas nuevas expectativas que antes no teníamos”.

"Pasamos de la Edad Media a la modernidad"

La prisión de la ciudad , prosigue, “era un centro sobre todo con reclusos preventivos y lo que hacíamos era más una guarda y custodia”. Había algún plan educativo pero donde se intensificó la labor de reinserción fue en Pereiro.

Una celda de la antigua prisión de Ourense. BRAIS LORENZO

“Pasamos de la Edad Media a la modernidad, de no tener ningún servicio, estar limitados por la falta de espacio, rodeados de edificios, y ser un almacén de personas recluidas durante unos años, donde lo importante parecía que no molestaran, a intentar una labor de reinserción y reeducación, que al fin y al cabo es lo que nos manda la Constitución. Pereiro fue una prisión rompedora en su momento: no había rejas, desde las celdas se podía ver el exterior y un horizonte amplio”, manifiesta Francisco Mosquera, quien a sus 64 años y después de 42 de carrera penitenciaria sigue ejerciendo.

"Para un porcentaje importante de reclusos fueron las circunstancias sociales y familiares, o la droga, las que los empujaron a prisión"

“La jubilación me tocaría ya este año pero es posible que continúe. Mientras sea y me considere útil seguramente siga”.

Pocos años llevaba Mosquera en la prisión de Progreso cuando llegó la hora de marcharse a Pereiro. “Cuando empecé me tocó la prisión vieja de Lugo, inauguré la de Bonxe, estuve en la Modelo, en Barcelona, y después vine a Ourense”, recuerda.

Los entrevistados, en la puerta de la vieja cárcel donde trabajaron. FERNANDO CASANOVA

El más veterano del grupo es Joaquín Nogueiras, de 76 años, que comenzó su andadura en el servicio penitenciario en la dictadura, en 1970.

“Mi primer destino fue en Figueres, en Cataluña. Después estuve en Vigo entre 1972 y 1983, año en el que llegué a Ourense. Me tocó inaugurar prisiones: en Vigo estuve primero en la vieja, en la calle Príncipe, y después en la de la Avenida de Madrid, y aquí trabajé en la de Progreso y después en Pereiro, donde me jubilé”, recuerda.

La maleza, las pintadas y el deterioro invaden la antigua prisión 35 años después de su clausura. BRAIS LORENZO

Desde dentro, centrado en la labor de oficina, fue testigo de la “transformación progresiva” del sistema penitenciario tras la llegada de la democracia, la aprobación de la Constitución, en 1978, y, un año más tarde, de la Ley Orgánica General Penitenciaria.

"Según la realidad social del momento evolucionan el delito y el delincuente, y los funcionarios también tenemos que hacerlo"

Al igual que fue cambiando el modelo, “también fueron variando el tipo de delitos y la manera de cometerlos”. Para algunos reclusos, “su casa era la prisión. Echaban mucho tiempo dentro, sus amigos estaban ahí y cuando salían no tenían nada, y volvían”, relata Joaquín Nogueiras.

“La delincuencia evoluciona, como sucede hoy en día con los delitos cibernéticos. Cuando se socializó la droga y se empezó a consumir heroína y cocaína, cambiaron el tipo de delito y también los delincuentes, que eran menos profesionalizados, con una falta de educación y de sensibilización. Según la realidad social del momento evolucionan el delito y el delincuente, y los funcionarios también tenemos que hacerlo”, reflexiona Outomuro.

"Hay que ser empático, dialogante y, con el tiempo, tolerante muchas veces"

Mosquera cita las cualidades que considera necesarias para dedicarse a un trabajo en el que él lleva ya más de cuatro décadas. “Sobre todo, hay que ser empático, dialogante y, con el tiempo, tolerante muchas veces. Tú eres una figura que intenta ayudarlos y comprenderlos, pero cada uno debe mantener su papel y su terreno, sin traspasarlos, porque lo primero que hacen los reclusos es estudiar a los funcionarios para intentar conocer sus puntos débiles. En mi caso, me gustan las personas, tratar con ellas e intentar solucionar sus problemas”, expone.

Los trabajadores penitenciarios, durante la entrevista. FERNANDO CASANOVA

“Somos penitenciariaristas convencidos. Tenemos claro que la educación y el respeto son fundamentales, porque para un porcentaje importante de reclusos fueron las circunstancias sociales y familiares, o la droga, las que los empujaron a prisión”, enlaza Doval.

Lo ideal es que hubiera más funcionarios para tratamiento. Falta personal. El centro penitenciario de Pereiro sigue siendo perfectamente válido, pero disminuyó el número de profesionales de un modo considerable”, advierte este exfuncionario.

“La delincuencia evoluciona, estamos en una sociedad informatizada y supongo que el futuro de las prisiones irá por que la observación y vigilancia sean casi solo por cámaras, optimizando los recursos humanos”, opina Outomuro.

Patio con jardín de uno de los módulos de Pereiro (archivo). INAKI OSORIO

“Falta personal y se nota”, confirma el único del grupo en activo. “Hay mucha gente que, al cumplir los 57 años, pasa a las oficinas en segunda actividad. Esos funcionarios se detraen del interior y no se van cubriendo las plazas. Actualmente, entre interior y oficinas, somos más de 200, pero dentro hay 72 o 75, muchos menos de los que llegó a tener Pereiro”, dice Mosquera.

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En el interior de la vieja y olvidada cárcel de Ourense Brais Lorenzo

La vieja cárcel fue proyectada en el siglo XVIII pero no se construyó hasta mediado el XIX. Avanzado el XXI el abandono la ha ido conquistando: maleza, techos de escayola que se caen, paredes y escaleras desconchadas, azulejos, vidrios en añicos...

El estado actual de la vieja cárcel. BRAIS LORENZO

"No se puede tener un edificio en el centro de la ciudad deteriorándose"

Los antiguos trabajadores no han vuelto a entrar desde hace tres décadas. El último que lo hizo fue Mosquera, a principios de los noventa.

“En esa época había okupas y la verdad es que se me cayó el alma a los pies”, recuerda. “No se puede tener un edificio en el centro de la ciudad deteriorándose. Que se pongan de acuerdo políticos y ciudadanos, pero que le den un uso después de 35 años”, subraya.

Concello, Diputación y UNED avanzan en la idea de trasladar la delegación de la universidad a distancia al edificio de la vieja prisión. Estos trabajadores penitenciarios creen que la solución no es la más adecuada y son partidarios de dotar un espacio sociocultural, como la vieja cárcel de Lugo o el museo MARCO de Vigo.

Es un edificio con historia y merece la pena recuperarlo para la ciudad, para dar un uso adecuado a sus características”, dice Doval.

“Rehabilitar es volver a dar vida, y yo tendría en cuenta qué fue este lugar y dónde está situado para aportar un significado real”, interviene Outomuro.

Inscripciones de reclusos en la vieja cárcel de Ourense. BRAIS LORENZO

“No podemos olvidar que en esta prisión murieron y torturaron a muchas personas, y algunas aún están enterradas por ahí. Es de justicia social recordar qué pasó aquí. Estas piedras hablan”.

Por otra parte, este profesional aboga por aprovechar la nobleza del edificio, del siglo XIX, para incluir algún uso o una referencia a la base termal sobre la que se asienta, en el entorno de las Burgas. “Está encima de un tesoro”.

El perímetro interior del centro penitenciario de Pereiro. IÑAKI OSORIO

“La arquitectura y el entorno favorecen el tratamiento”

El 1 de enero de 1938, con la Guerra Civil en transcurso, se alcanzó la mayor cifra de reclusos en Ourense del periodo de contienda y posguerra: 620 personas hacinadas en el edificio de la calle Progreso. Cuando tuvo lugar la mudanza al nuevo centro de Pereiro, en 1987, había 80.

En el centro penitenciario actual hay unos 300 reclusos, de los cuales una veintena son mujeres. “Los sistemas penitenciarios evolucionaron de la reclusión en la celda a tener en cuenta el lugar. A principios del siglo pasado mandaba el sistema circular, más basado en la vigilancia, como los de Carabanchel, la Modelo y otras prisiones tipo. Con la democracia y la ley orgánica de 1979, para adaptarse a la Constitución, se pensó con buen criterio cambiar al sistema modular, donde el tratamiento es individualizado. Permite una clasificación mucho más rigurosa y puedes adaptar módulos, como la Comunidad Terapéutica Intrapenitenciaria de Pereiro, que cuando se creó solo había otras 2 en España. La arquitectura y el entorno favorecen el tratamiento”, expone Manuel Outomuro.

Entrada el centro penitenciario de Pereiro. INAKI OSORIO

Los veteranos funcionarios creen que, 35 años después, y gracias a las progresivas reformas de los últimos años –en la actualidad se está ejecutando una cocina nueva–, la capacidad y posibilidades de Pereiro no se han agotado.