Hay una foto de Brais Lorenzo de julio de 2013 en la que se ve a Gonzalo Jácome saliendo a correr mientras el termómetro de la calle Concordia, abrasado por el sol, marca 51 grados. Puede que de experiencias como aquella surgiera la idea del parque acuático, de la que el PP se apropiaría después, en campaña, para hacer posible la propuesta en Pereiro de Aguiar, aunque aún no para este verano.

El tiempo es el tema de conversación recurrente, el que salva de los silencios incómodos, un asunto transversal. Ourense pulveriza el cliché sobre la meteorología de Galicia. Aquí no hace falta una rebequita en verano, fagan caso. Es una escuela de calor, un horno encastrado entre colinas, una manifestación en superficie del torrente termal que mana de la tierra.

El río en Ourense es un alivio en los días de calor extremo. BRAIS LORENZO

El cambio climático agudiza los fenómenos extremos: menos lluvias y más torrenciales, más meses de calor y dos estaciones –invierno y verano– sin punto de inflexión. Los incendios, cada vez más frecuentes y virulentos, son una amenaza muy seria en una provincia dispersa y despoblada. La sequía también.

El tiempo, que no tiene nada de bueno si a pleno mayo se rozan los 40, moldea el carácter de la población: sufridora, castigada, resignada todo el año. Ourense quema.