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La ONCE cuenta en Ourense con 360 afiliados y 60 vendedores de cupones para financiarse

Eva Hervella –con su perra Wiki–, Aída Saiz y Jesús Sánchez, posan ante la delegación de la ONCE en Ourense. // F. CASANOVA

La ONCE tiene en la provincia de Ourense un total de 360 afiliados –personas con ceguera o deficiencia visual grave– y 60 vendedores de cupones –entre interinos y fijos–. La media de edad de los usuarios no escapa a la realidad del envejecimiento poblacional. “Más del 55% tienen 60 años o más”, cuenta Jesús Sánchez, director de la delegación desde noviembre de 2018. Esta elevada media de edad está relacionada –aunque menos de lo que se pueda pensar a priori– con que determinadas patologías de la vista se producen más a partir de los 45 o 50 años.

Los problemas de visión más comunes son la degeneración macular, la retinosis pigmentaria o el glaucoma, pero la variedad de diagnósticos es amplia.

Aída Saiz Suárez es una de esos más de tres centenares de usuarios de la organización en Ourense y tiene 63 años. “En mi caso me queda todavía un resto visual del 10% que me permite distinguir los colores y las formas. Mis ojos no llegaron a desarrollarse durante el embarazo de mi madre y son como los de un feto de tres meses. Nací con una patología que se llama coloboma de iris”, resume.

Con todo, forma parte del grupo de teatro –en Galicia hay dos, uno aquí y otro en A Coruña– para personas ciegas que dirigen los actores Tito Asorey y Melania Cruz. “No sé qué tal lo hago, pero lo disfruto mucho y supone una forma de expresión y de interacción con otros muy importante para mí”, subraya.

Clases de baile, manualidades, gimnasia, yoga, club de lectura o idiomas son otras de las actividades que ofertan a sus afiliados. “Con el coronavirus diversificamos más las opciones. Hicimos de la necesidad una virtud y ahora algunas continúan siendo online, mientras la situación no mejora”, puntualiza Jesús.

"Tenemos un programa solo para aprendan a moverse en espacios abiertos o en su propio domicilio"

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Y es que en la organización ofrecen soporte en diferentes aspectos, pero el objetivo vertebrador de todos –con más de 72.000 empleados en España que contribuyen a ello– es la autonomía personal. “Tenemos un programa solo para esto, que funciona en espacios abiertos o para que aprendan a manejarse en su propio domicilio, aunque esto último es menos dificultoso”, explica después de recordar que en Europa no hay ninguna empresa o entidad social que tenga a más personas con discapacidad empleadas.

También dan apoyo psicológico y de acompañamiento para las personas en proceso de ceguera y sus familiares –la adaptación es, lógicamente, dolorosa emocionalmente– y cuentan con una profesional en tiflotecnología que ayuda a los invidentes a manejarse con los diferentes dispositivos. “Tanto con el móvil como con el ordenador, que disponen de un sistema de voz que hace accesibles los documentos y la comunicación”, relata.

Autonomía y compañía

Uno de los elementos más reconocibles de la ONCE en el imaginario de la mayoría de la población son los perros guía. Pero ser invidente no implica, directamente, tener acceso a uno. Para que la fundación conceda un can de estas características a un usuario es necesario cumplir con una serie de requisitos como pasar un examen psicológico –para comprobar que la persona podrá hacerse responsable del animal– o ser autónomo con el bastón.

“Primero están unos meses en una familia de acogida, para que aprendan a socializar, después los adiestran durante unos seis meses y al final es obligatorio pasar un proceso de adaptación en el que los técnicos ven si el perro y la persona a la que va a acompañar son compatibles”, explica Eva Hervella Rivero que vive con Wiki (bautizada así por Wikipedia).

“Lo que ralentiza que te asignen un perro es que no todos sirven para guiar”

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Esta joven de 36 años es ciega prácticamente desde que nació –le quemaron las retinas en la incubadora–. “Lo que ralentiza que te asignen un perro es que no todos sirven para guiar. Algunos están muy bien educados pero no marcan los bordillos o se asustan con determinados ruidos por la calle”, resume sobre el proceso de formación de los cánidos.

La diferencia respecto a moverse con bastón es importante. Los animales distinguen los charcos y señalan los escalones, además de que aportan seguridad al dueño con su simple compañía. “También esquiva las obras, a las que no tienes por qué estar acostumbrado, que aparecen en tu trayecto de un día para otro”, confiesa sobre los beneficios.

Sin embargo, intenta que su independencia no se reduzca al can. Si algún día se encuentra mal, lo deja descansar. “Tuve otro antes de Wiki pero se murió a los 9 años y tardaron un tiempo en concederme esta. Por eso es tan importante manejarse bien con el bastón. No puedes depender solo del animal. Aparte de que a veces deben descansar y quedarse en casa”, aclara.

Sandra López, con dos libros en braille y con texturas. // FERNANDO CASANOVA

Atención desde bebés

Aunque no todos los invidentes lo son de nacimiento, en la provincia de Ourense trabajan dos profesoras que se desplazan a domicilios particulares –para los niños de 0 a 3 años sin escolarizar– y a los colegios para atender las necesidades de estudiantes que tienen dañado –parcial o completamente– este órgano.

Sandra López y Lidia Silva atienden y orientan a un total de 33 alumnos –entre atención temprana, Infantil, Primaria, Secundaria y estudios superiores–. Con ellos trabajan la autonomía y se encargan de que estén plenamente integrados, pudiendo aprender lo mismo –en cuanto a contenido– que el resto de sus compañeros.

Durante el confinamiento

El confinamiento que comenzó en marzo de 2020 no resultó sencillo para nadie, pero menos aún para los ciegos. Al insomnio, el bucle de apatía y la desubicación temporal se sumaba la oscuridad de no ver. “La ONCE no paró durante todo ese tiempo. Trabajamos telemáticamente desde el primer momento para que nadie se sintiera solo”, afirma el director.

“No perdí nada de la visión que ya tenía, pero mi cerebro no percibía igual la información que recibía en el exterior"

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Para Aída fue un punto de inflexión importante porque decidió aprender a llevar el bastón. “Cuando comenzaron a dejarnos salir a la calle tuvimos una charla con técnicos para saber cómo comportarnos. Y empecé con una instructora que me enseñó. Ahora ya no salgo a la calle sin él, aunque podría”, destaca sobre una ayuda que da más autonomía a aquellos que, como en su caso, viven solos. Además, el encierro supuso que su cerebro se desacostumbrase a reconocer lo que estaba viendo. “No perdí nada de la visión que ya tenía, pero mi cerebro no percibía igual la información que recibía en el exterior. En casa no me pasaba”, finaliza.

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