Es demasiado corriente establecer un propósito a corto o medio plazo y rendirse en cuanto la dificultad apremia. Sin embargo, el ser voluntario significa más de un propósito para las personas que ayudan en Cruz Roja sin mirar a quién ni por qué, solo con el afán de ser el abrazo perenne o la mano tendida para alguien que lo está pasando mal. El voluntariado no entiende de edad y ni tampoco de tiempo y Ana María o Vera Matos son el ejemplo en el Día Mundial del Voluntariado.

Ana María llegó a España en marzo de 2020 y hace un año que llegó a Ourense. Conocía a Cruz Roja por su carácter internacional y humanitario y decidió ser activa para los demás mientras regularizaba sus papeles. “Soy voluntaria desde junio de 2020 y para mi es muy gratificante ayudar y colaborar con las personas que tienen necesidades. Es algo muy bonito poder ayudar a los demás, dice la venezolana que se hizo voluntaria al llegar a Ourense.

"Es muy gratificante ayudar"

Ella realiza funciones auxiliares en la recepción de la sede de la entidad en Ourense y atiende a todas las personas que entran porque “las necesidades no entienden de raza, ni de edad, ni de color, ni importa de donde vengas, necesidades tenemos todos y ves a mucha gente que necesita ayuda y Cruz Roja busca soluciones, porque todos podemos tener necesidades en algún momento”.

Ana María, en la recepción de Cruz Roja. FERNANDO CASANOVA

Ahora ya tiene todo lo necesario para poder encontrar un trabajo y cuando eso pasé valorará si puede compaginarlo, porque “ser voluntario es algo bonito y muy satisfactorio”. Ella lleva solo seis meses, pero Vera Matos va a cumplir 4 años en Cruz Roja. Aterrizó en Ourense para estudiar Educación Social y pronto fue a informarse de cómo podía colaborar: “Empecé en segundo cuatrimestre del primer año de carrera porque quería adquirir experiencia con personas mayores y dentro de la universidad nos ofrecieron varias entidades y fui a preguntar y aquí llevo desde entonces”.

Y añade que “empecé con otra chica en talleres de memoria y actualmente llevo dos años dirigiendo un taller y me permite poner en práctica lo que aprendo en educación social y ver la realidad de otra manera”.

A Vera, las personas que van al taller la ven como su nieta y como una profesional a la que agradecen cada sesión, cada carcajada o cada aprendizaje, pero es ella la que se lleva más cosas de las que enseña: “Pasamos mucho tiempo juntas y al final hablamos de todo un poco, de la familia, de la vida, pero sin duda soy yo la que me llevo más experiencias y cosas que he aprendido de todas ellas”. Pensó que su desarrollo no sería el actual, pero superó sus propias expectativas y miedos: “Al final son 9 personas muy diferentes, desde una profesora a otras que no sabían ni escribir y conseguir resultados con todas ellas es una satisfacción personal. Además aprendí que no es tanto los conocimientos que tengas si no la actitud con la que encares los talleres”.

Vera Matos, en una taller de memoria. INAKI OSORIO

Y llegó el COVID...

La pandemia mudó todo lo predefinido como normal y en Cruz Roja tuvieron que reformular cursos. Ana María no vivió esa etapa, pero Vera tuvo que adaptarse al teléfono durante una temporada: “Sí, tuvimos que cambiar los talleres de presencial a telefónica y hablabas con ellos de todo menos de la pandemia, porque estaban aburridos de todo lo que pasaba entonces al final te contaban otro tipo de situaciones, qué habían cocinado esa semana, las nuevas recetas o cualquier otra cosa. Las animabas porque se sentían solas y al final era más hablar por compañía que por el taller en sí”.

Y añade que “me preguntaban siempre cuándo volverían a verse”. Al final, los talleres recuperaron la normalidad y los asistentes volvieron a ver a Vera para ejercitar la memoria y a saludar en la puerta de entrada a Ana María. Dos voluntarias de Cruz Roja que ayudan, colaboran, aportan y engrandecen la labor de los voluntarios de toda la provincia.