Carlos Valenzuela Cameáns nació en Vigo, el 30 de enero de 1950, pero desarrolló casi toda su carrera profesional en Ourense amparado por una toga que anteriormente había sido de su progenitor, como él mismo contaba a este periódico unas semanas antes de jubilarse: "Mi padre fue juez municipal en Vigo y quería que yo también lo fuera, pero una vez que saqué la de fiscal dije: se acabó. La toga que utilizo es la de mi padre, Carlos Valenzuela de la Rosa. Siempre quise jubilarme con ella y lo voy a lograr, si aguantan las puñetas".

Consiguió su plaza de fiscal con tan solo 27 años y, salvo por unos primeros meses que pasó trabajando en Lugo, el resto de su vida laboral la desempeñó en la provincia de Ourense, donde ejercía como acusación pública desde febrero de 1980.

Primero fue fiscal de Menores y posteriormente teniente fiscal, pero durante sus últimos meses como profesional le sobrevino la jefatura en funciones tras la suspensión de Florentino Delgado. Algo para lo que Valenzuela confesaba no estar preparado: "Nunca quise optar y de repente me vi. Es un cargo demasiado burocrático. Me considero un fiscal aceptable para el trabajo de calificaciones o las guardias, pero la cuestión organizativa no me gusta. En ese sentido, en estos casi 9 meses no me encontré a gusto ni un solo día".

Valenzuela perseguía ser “independiente totalmente” y afirmaba con serenidad que jamás había querido formar parte de ninguna asociación para no ser tachado “ni de fiscal progresista ni de conservador”.

Carlos Valenzuela, durante su cena de despedida tras su jubilación Carlos Peteiro

En su larga carrera (40 años) entendió y reconoció que el trabajo los fiscales debe ir acompasado con el de otros profesionales que complementan su labor, como es el caso de la policía o la Guardia Civil. A veces nos colgamos las medallas pero el equipo de investigación es el que nos da todos los instrumentos para poder formular una acusación fundada", argumentaba a este periódico en diciembre de 2019.

Afirmaba y defendía la profesión como algo imprescindible para el funcionamiento de la justicia y reivindicaba haberse sentido siempre “libre” en el ejercicio de sus funciones.