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“Unos fallecieron, otros se fueron y aquí no queda prácticamente nada”

La despoblación y la atomización del territorio, con parroquias que pertenecen a más de un municipio, sitúan a Ourense como la provincia con más zonas con diez vecinos o menos: 27 de 43

Ramón es de la parte de A Peroxa de la parroquia de Gueral, más habitada que la de Coles. // F. CASANOVA

Aunque detrás del rótulo solo queden en muchos lugares paisajes despoblados y casas de antaño que ahora están en ruinas, Galicia tiene más de un tercio de los topónimos de España, pese a que la comunidad supone apenas el 6% del país en cuanto a extensión. Esa división del territorio provoca que en numerosas zonas una misma parroquia pertenezca a más de un municipio. Esta particularidad sumada a la despoblación de la mayoría de los entornos rurales y al envejecimiento hacen de Ourense, que perdió casi 5 habitantes al día en 2020 y donde la media de edad alcanza los 51 años, la provincia gallega con más áreas en cuyo censo constan diez habitantes o menos.

“En mi infancia había unos cuarenta niños, cuando yo tenía 25 años había otros sesenta, pero hoy desgraciadamente quedan cuatro, de una familia que llegó hace un año y compró una casa aquí. Jóvenes ya no queda ninguno”

Ramón Eiriz - 67 años. Natural de Gueral (A Peroxa)

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Son 27 de un total de 43 parroquias –incluyendo a aquellas con una parte poco habitada en un municipio, y otra con decenas de vecinos en el limítrofe–, según datos del Instituto Galego de Estatística (IGE). Están en Avión, Baños de Molgas, O Bolo, Carballeda de Valdeorras, Castro Caldelas, Coles, Chandrexa de Queixa, Lobios, A Merca, Monterrei, Petín, San Xoán de Río, A Rúa, San Amaro, A Teixeira y A Veiga, con 8 zonas con 10 vecinos o menos en este último concello, según el IGE.

Ramón Eiriz nació hace 67 años en Gueral. “Desde que tenía 8 vivo en Ourense pero vuelvo todos los fines de semana”. La parte de esta parroquia en Coles solo tiene 3 habitantes, según el IGE, que corresponden a la localidad de Moure. En la zona limítrofe de A Peroxa a la que pertenece Ramón hay 63 censados, y más de una decena “reside aquí a diario”, puntualiza el varón, que es artesano desde los 19 años.

“En mi infancia había unos cuarenta niños, cuando yo tenía 25 años había otros sesenta, pero hoy desgraciadamente quedan cuatro, de una familia que llegó hace un año y compró una casa aquí. Jóvenes ya no queda ninguno”, señala el sexagenario. “El pueblo no es llano y tiene fincas pequeñas y difíciles de trabajar, y todo el mundo emigró para conseguir un empleo, porque no daba resultado vivir del campo. La gente de aquí está casi toda en Ourense o Vigo, en Valencia, en Madrid..., e incluso en Alemania o en Nueva York”, dice Ramón.

Casas abandonadas en Gueral, una de las consecuencias más visibles de la despoblación. // F. CASANOVA

En la asociación de vecinos llegó a haber más de dos centenares de integrantes, hoy son unos 70. Para mantener el vínculo y la unión, y siempre que las restricciones de la pandemia no lo impidan, tratan de reunirse los últimos sábados del mes en invierno, y casi todos los del verano, para comer y beber y conversar.

“Hacen falta más ayudas, también que los concellos miren más por esto. Aquí por ejemplo tenemos agua pero no desagües. Hasta para desbrozar hay problemas; es una pena cómo está esto de maleza”

Manuel Ucha - 78 años. Natural de Moure (Coles)

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Al otro lado del límite municipal, una pequeña parte de la parroquia de San Martiño de Gueral alberga a tres habitantes en el pueblo de Moure, municipio de Coles. Manuel Ucha, de 78 años, es natural de esta aldea y acude con frecuencia. Cuando él era niño había una veintena de habitantes, recuerda. “Unos fueron muriendo, otros se marcharon para fuera y aquí no queda prácticamente nada, son pueblos que están totalmente abandonados y que para vivir tienen poca vida”, responde con dosis de pesimismo. Ser testigo con el paso del tiempo del progresivo abandono de su aldea, de su tierra, “claro que me da pena, porque le tienes apego”, admite.

Manuel Ucha, de 78 años, es natural de Moure (Coles), donde solo hay 3 habitantes. // F. CASANOVA

Manuel piensa en las causas del abandono y cree que, con la muerte de una generación, la siguiente no siempre comparte planes. “Hay muchas casas vacías porque tras morir los padres los hijos no se entendieron y las viviendas quedaron así”.

Después, el septuagenario apunta al debe de la administración con el rural. “Hacen falta más ayudas, también que los concellos miren más por esto. Aquí por ejemplo tenemos agua pero no desagües. Hasta para desbrozar hay problemas; es una pena cómo está esto de maleza”. Y mientras el tiempo transcurre en esta y en otras aldeas, cada vez queda menos quien espere.

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