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Celanova renueva el órgano en el siglo XVIII, que se conserva en la actualidad

En relación con la liturgia monástica de las horas y con el gregoriano en Celanova están los cantorales. Cantoral se denomina a un libro, generalmente de pergamino, de gran tamaño, que contiene los textos con notación musical de la liturgia de las horas. Se colocan sobre grandes atriles o sobre el facistol para que pueda ser utilizado por varias personas a la vez. Las iniciales suelen miniarse con temas alusivos al oficio o misterio que la música y los textos celebran.

Celanova posee una interesante colección de cantorales, que por desgracia no son todos los que poseyó el monasterio y tampoco han llegado todos con la integridad necesaria. Felizmente en 1995 se ha procedido a su dignificación y exposición en adecuadas vitrinas. Su catalogación musical está en curso emprendida por el musicólogo Javier Garbayo y el que esto escribe. La veintena de cantorales de Celanova son de pergamino, que como bien se sabe es la piel de becerros no natos, debidamente curtida. Es soporte de escritura caro pero especialmente conveniente por su consistencia y duración, que aseguraba una prolongada vida a unos libros de uso amplio. Pueden datarse en el siglo XVIII ya avanzado. Es indudable que existieron otros anteriores y esta renovación de cantorales habrá sido constante. No es infrecuente, sucede también con la documentación de Celanova, que hojas de los sustituidos se utilicen para guardas de escrituras o encuadernación de códices. Son estos cantorales muy sencillos, escritos a dos colores, negro y rojo, las iniciales se destacan en tamaño y se ornan con motivos casi exclusivamente geométricos. Los grandes monasterios tuvieron oficinas dedicadas a la escritura de estos libros, con buenos calígrafos y pendolistas. Es probable que esto sucediera en Celanova, si bien en otras ocasiones los encargos se realizan a talleres de fuera que acreditan una alta calidad en esta labor.

De la existencia de un rico archivo musical en el monasterio de Celanova, no nos cabe la menor duda. Su final hay que situarlo, como el de tantas realidades y riquezas celanovenses en la desamortización. Recomponerlo es tarea difícil por el desconocimiento que tenemos actualmente de inventarios o catálogos antiguos, que es casi seguro existieron. Tampoco podemos aclarar convenientemente cual fue el destino de todas estas obras. Algunas llegaron a la Catedral de Orense, probablemente, como otras obras de Celanova, por conducto del último abad Don Bonifacio Ruiz, que fue canónigo en la Catedral auriense.

Tengo por seguro que las partituras del siglo XVIII, del Archivo Musical de la Catedral, que contienen música para órgano del Padre Antonio Soler, proceden de Celanova. Hay que recordar que este gran compositor de música de clave y de órgano del siglo XVIII, estudio en Montserrat, fue monje jerónimo en El Escorial pero mantuvo siempre una excelente relación con la abadía catalana a donde mandaba todas sus obras de órgano que eran allí muy apreciadas. Las relaciones que existían entre las abadías benedictinas justifica el intercambio de obras musicales y explica la presencia de esa música en Celanova.

No cabe duda la procedencia celanovesa de una obra muy importante de música polifónica del siglo XVI. Es un libro impreso con hermosos grabados y que en un escudo de su portada originalmente en blanco tiene dibujado el escudo de la abadía de San Rosendo como señal indiscutible de su origen.

Se trata de una excepcional obra de polifonía, en dos páginas puestas cara a cara, ofrece fragmentos igualmente largos, de todas las voces; por ejemplo, en el siguiente orden Soprano, bajo / contralto, tenor, de modo que, colocando el libro en un atril todo el coro podía servirse de él.

Este libro de polifonía de la Catedral contiene composiciones de los grandes maestros europeos del siglo XVI, supone una importante presencia de música “moderna”, que declara los gustos nada arcaizantes de la abadía benedictina en el siglo XVI.

En el archivo musical no faltarían copias de música gregoriana, composiciones de polifonía y música para órgano. No es difícil aventurar la existencia de obra de monjes del propio monasterio y composiciones para la liturgia propia del mismo como serían los oficios y misas de San Rosendo y de San Torcuato.

El órgano es por excelencia el instrumento musical de la liturgia católica. Por ello su presencia se detecta en todas las grandes iglesias y monasterios y ya desde la edad media figura entre el mobiliario de las mismas.

En Celanova es probable una antigua existencia y uso del órgano y una continua renovación del instrumento, como sucede en otros casos de mejor conocimiento, si bien las noticias concretas que poseemos sobre él son del siglo XVIII.

En 1710, a 15 de diciembre el gran escultor barroco, tan activo en Celanova, Castro Canseco, contrata la caja de un órgano en precio de 8.800 reales. Este mismo escultor realizaba en fechas un poco posteriores las cajas de los órganos de la Catedral de Orense. Ni la de Celanova, ni las de la Catedral se conservan, pero no nos es difícil imaginarnos su calidad y estilo por ser la obra de Castro Canseco, bien conocida, dentro de unos esquemas barrocos muy aceptables.

A fines del siglo XVIII se renueva el órgano y su caja, que es la que actualmente se conserva, colocada en la parte izquierda del coro alto, sobre un balconcillo o tribuna que se alarga hacia la nave, situación que es muy habitual en las iglesias con coro alto a los pies del templo. Es de estilo rococó. Se decora con instrumentos musicales, símbolos abaciales y del monasterio, rematan la fachada 5 ángeles tocando instrumentos de viento.

El instrumento lo construía en 1776 el organero franciscano Fray Felipe de la Peña, así lo declara la inscripción del secreto, así como la reforma con ampliación de teclado que hizo en 1801 el organista de Xunqueira de Ambía Don Francisco Urumburu: “Se hizo este órgano siendo abad de este monasterio el Rmo. Padre Simon de Robles, prior general de su religión. Lo hizo el P. Fray Felipe de la Peña, religioso de nuestro Padre san Francisco hijo de esta provincia y natural de la ciudad de Santiago”. Rueguen a Dios por él. Año 1776. En la caja de fuelles de la derecha debajo del teclado “Se apeó este órgano y se le añadió el segundo teclado y los fuelles de cigüeña por D. Francisco Urumburu, organista de la insigne Colegiata de Junquera de Ambia. 1801”.

De la importancia y calidad de este instrumento no podemos dudar porque el organero Fray Felipe de la Peña, tuvo adquirida fama y su actuación como tal fabricante de órganos se detecta en iglesia de prestigio que lógicamente contrataban a los mejores especialistas.

Hay que lamentar que el órgano histórico se haya perdido desde que en la década de los 60 de este siglo se haya sustituido su sistema mecánico por el que actualmente tiene un sistema electrónico que instaló la casa Amezua y Cia de San Sebastián.

Si habitualmente la liturgia sobria se acompañaría exclusivamente por el órgano. Celanova conoció momentos en los que se desplegó la complejidad de otros modos de hacer música, contando con músicos intrumentistas que utilizaban como instrumentos los sacabuches, oboes, chirimías, bombardas, cornetas, flautas de pico, trompetas...

A modo de ejemplo de estas liturgias extraordinarias puede servirnos la que en 1601 se celebró con motivo de la colocación de las Reliquias de San Rosendo y San Torcuato en las arcas de plata primorosamente labradas por los plateros vallisoletanos Juan de Nápoles y Marcelo de Montanos, que todavía hoy las contienen. El culto solemnísimo a las reliquias, motivo de indudable prestigio para quien las poseyese, motivó unas celebraciones suntuosas que describe con impagable minuciosidad la “Celanova ilustrada”. Para la solemnización de este acontecimiento se contó con los músicos y cantores de las Catedrales de Santiago y Orense, enviados obsequiosamente por los respectivos Cabildos. Dirá el relato: “Juntas las capillas de músicos y ministriles de Santiago y Orense, como las voces eran tan buenas y diestras alegraron la fiesta con letras, motetes romances y villancicos, especialmente en las primeras y segundas vísperas y en las tres misas cantadas a canto de órgano, la de la víspera, la del día de la fiesta y la del día siguiente.”

Queremos terminar este apunte divulgativo e invitador a una investigación rigurosa sobre el tema, señalando algunos capítulos de esta historia musical celanovense tras la desamortización que vació y dejó sin el alma de la vida monástica la solemne arquitectura del monasterio. Los sucesivos ocupantes del monasterio han tenido su propia vida musical. Así los PP. Escolapios, con su colegio crearon y mantuvieron su coro. Las misas de Perosi, con tanta y merecida fama se interpretaban en las grandes solemnidades, como recuerdan todavía los ya ancianos.

Así mismo durante la guerra civil y postguerra cuando el monasterio es habilitado como cárcel de presos políticos, la presencia de vascos, muy bien dotados para la música hizo nacer un coro que actuaba públicamente y cuya calidad al parecer era también muy notoria.

Finalmente habría que historiar el comienzo y vida de la Coral Solpor, felizmente viva. Y entre la música con connotaciones celanovesas se debe mencionar el ya popular Himno a San Rosendo, compuesto por Manuel de Dios, a instancias del gran devoto de San Rosendo e hijo adoptivo de Celanova, el llorado Ángel Martínez “Anxo”.

*Director del archivo diocesano

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