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El apoyo voluntario en prisión: “Pereiro, comparado con México, es otro mundo”

La psicóloga Erika Medina, en la sede de la Cruz Roja de Ourense, con la coordinadora del programa, Sarai Gómez. | // IÑAKI OSORIO

“Mi mamá es psicóloga clínica y ayuda a las personas con problemas para que estén bien y a las que están bien para que estén mejor”. Ese es el relato que expresa el hijo de Erika Medina cuando le preguntan a qué se dedica su madre. Ella es mexicana y, mientras homologa sus títulos, ejerce de voluntaria para Cruz Roja en la prisión de Pereiro de Aguiar, aunque es una voluntaria todoterreno. “Hace año y medio que llegué aquí a Ourense con mi marido y mi hijo, en septiembre de 2019, y la verdad que he colaborado en muchas áreas en la entidad. En el ámbito de la salud, en el de drogodependencia, también cuando empezó el COVID me fui integrando en otras actividades porque con las medidas de la cárcel no podía acceder, solo mi compañera Sarai, que es la coordinadora, porque yo soy voluntaria. Pero con el virus, empecé a involucrarme en la atención a personas mayores con llamadas, también salí con el equipo del programa Atención a Personas Sin Hogar y también participé en los programas de educación para atender a los jóvenes en la vuelta a las aulas, en una parte emocional, para ver si estaban ansiosos o estresados”.

Un año rinde para mucho, sobre todo si tienes gen solidario como Erika. “Pues sí, he hecho de todo”, dice riendo. Le encanta profundizar en la parte emocional de las personas, a través de oir y escuchar problemas, pero hablar, también, forma parte de su experiencia. Entre las posibilidades que Cruz Roja le ofreció se quedó con ser voluntaria en la prisión ourensana en un año donde todo se magnificó. “Pereiro, comparado con las prisiones de México es otro mundo, allí las cárceles son más peligrosas. Pregunté aquí cómo tenía que ir vestida y me sorprendió porque en México te obligan a quitar los pendientes, hay que llevar el pelo recogido e ir con pantalones y no con falda o vestido, por el peligro que conlleva, aquí es todo más tranquilo, más distendido”.

Grupos de trabajo

Su actividad preCOVID se definía en dos grupos de trabajo, pero llegó el virus y los protocolos marcaron que tenían que ser cuatro grupos, para evitar contactos entre presos de diferentes pabellones. “Había personas con permisos especiales de fin de semana o con visitas constantes que fueron los que más sufrieron, porque los otros ya estaban acostumbrados a la situación, pero trabajamos el estrés, la irritabilidad con actividades de dibujo o de rompecabezas, para tratar un poco la tolerancia a la frustración”.

La actividad en la prisión se redujo bastante y lejos de los deportes de equipo como el fútbol o el baloncesto, las sesiones se reducían a la mínima expresión. “Hablamos sobre procesos de introspección, por ejemplo con elaborar algún rompecabezas donde la tolerancia a la frustración a veces se imponía a la paciencia y eso también les vale para que en el momento en el que se vean en la calle de nuevo y tengan un problema, no busquen en las drogas el refugio de esa situación, si no que tengan herramientas para buscar ayuda y solucionar el problema”.

Señala que todas las actividades “se mueven en un ambiente distendido, pero hay veces, pocas, que se frustran y pegan un puñetazo a la mesa o síntomas así. Entre ellos y nosotras se genera un ambiente de confianza porque nos cuentan cosas y a veces nos hablan de cosas que le molestan, es decir, se sienten en confianza con nosotras”.

Las risas también forman parte de las sesiones, “sobre todo cuando hay algún tema que exploras y que a alguno le causa gracia y vas jugando con eso para que todos sean partícipes de experiencias graciosas que les hayan pasado”. Erika es el apoyo voluntario en la prisión de Pereiro, donde viven en un confinamiento permanente, pero más agudizado en un año donde las visitas se redujeron, el contacto se distanció y hablar era una terapia individual y grupal. Porque sí, la pandemia nos enseñó a hablar más.

“Una paciente en México me enviaba fotos desangrándose”


A Erika le marcó una experiencia que todavía recuerda. Fue en México, en sus primeros años de psicóloga. “Fue una de las primeras veces que yo trabajaba como tal, una paciente que veía dos veces por semana me dijo un viernes que se sentía fatal, que estaba pensando en morirse y entonces yo hablé con ella, la intenté calmar, le dije que íbamos a adelantar la sesión del martes al lunes, pero durante el fin de semana me enviaba correos electrónicos con fotografías de ella desangrándose. Entonces llamé a mi supervisora y le conté la situación, porque claro yo estaba muy asustada. Recuerdo que estaba muy agobiada. Era una persona con un trastorno límite de la personalidad y me explicó, la supervisora, que estaba tratando de jugar conmigo”. Erika busca enfatizar la buena salud mental, porque “es algo con lo que hay que romper, con los estereotipos de ir al psicólogo o a un terapeuta. Una persona que va no es una persona que está loca, es una persona que necesita sentirse bien o mejor. A todos nos viene bien algo de terapia o alguien con hablar en algún momento, yo también lo necesité”

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