Cuando hubo que derivar al CHUO a una residente de 93 años que no respondía al tratamiento prescrito por el médico de cabecera nadie en la residencia San Carlos de Celanova pensó en el coronavirus. Era 19 de marzo de 2020 y ya se había confirmado la presencia del SARS-CoV-2 en algún centro de mayores de Galicia, pero ninguno todavía en la provincia. La mujer ingresó en el hospital y falleció a las pocas horas. Se convirtió en la primera víctima mortal de la pandemia en Ourense y la primera de una larga y dramática lista, aún sin cerrar, con 408 nombres más.
“No se lo achacamos al coronavirus, pensamos en una gripe más fuerte de lo normal”, recuerda la trabajadora social Sonia Opazo sobre el primer positivo que registró este centro. No había pasado ni una semana desde la declaración del estado de alarma y el equipo tuvo que enfrentarse al primer brote en una residencia de ancianos en Ourense. “Fue una época dura porque había un gran desconocimiento, se hablaba mucho del virus pero se conocía poco de él”, apunta.
“Fue una época dura porque había un gran desconocimiento, se hablaba mucho del virus pero se conocía poco de él”
Aquella supuesta gripe que derivaron al CHUO por temor a una neumonía se confirmó como positivo y se activó un protocolo al que pronto se acostumbrarían muchos centros sociosanitarios. Los primeros cribados confirmaron el brote: 25 contagiados más, 14 usuarios (uno ya hospitalizado) y 11 trabajadores, entre ellos la directora del centro, Sara Granados.
Sin personal
La cifra continuó creciendo en los días siguientes y la plantilla quedó diezmada. “Quedamos poco personal trabajando y muy pocos residentes negativos. No dábamos abasto y en aquel momento era trabajar contra un enemigo invisible, sin saber qué hacer porque no se sabía como atacarlo”, recuerda la trabajadora social que asumió el mando en el centro mientras la directora, en cuarentena, se ocupaba de la logística pegada al teléfono.
“La verdad es que fueron unas semanas duras, y los primeros días los peores, cuando nos confirmaron todos esos positivos, porque no sabías por donde tirar. Después le fuimos cogiendo el tranquillo y lo fuimos solventando bastante bien”, relata. De hecho, tras superar este foco en mayo, la residencia San Carlos no ha vuelto a registrar ningún positivo.
Turnos dobles y sin descanso
Sonia Opazo recuerda jornadas de mucha tensión y trabajo. Ser la primera residencia con un brote tan grande en el inicio de la pandemia puso al centro en el foco pero allí no había tiempo para ver las noticias. “En cuanto saltaron todos aquellos positivos yo estaba trabajando de tarde, era sábado, y me llamó Sara para decirme que no venía al día siguiente. Entonces ya fue empezar a trabajar seguido, doblando turnos y sin descansar durante muchos días”, recuerda Sonia.
“Te pones a trabajar y no piensas en eso, pero a principios de mayo, más o menos, cuando ya casi todos están bien te das cuenta de lo que pasó, del peligro que había y lo complicado que fue”
El lunes 23, cuatro días después del primer positivo la Unidad Militar de Emergencias acudió para hacerse cargo de la situación y realizar trabajos de desinfección. “Tuvimos que separarlos, aislando a los positivos en una zona, y a los que daban negativo en otra. Siguiendo las pautas de la UME tuvimos que replantear totalmente nuestra forma de trabajar”. Dice Sonia que no fue consciente de la situación que vivieron hasta que todo terminó. “Te pones a trabajar y no piensas en eso, pero a principios de mayo, más o menos, cuando ya casi todos están bien te das cuenta de lo que pasó, del peligro que había y lo complicado que fue”.
El 24 de marzo comenzó el traslado de usuarios positivos al centro integrado que la Xunta puso en marcha en Os Milagros, Baños de Molgas, para dar asistencia medicalizada a mayores residentes que no llegaban a ser hospitalizados. En el balance final, solo 11 usuarios de un centro que oferta 58 plazas se libraron del virus. El resto se contagiaron y 9 fallecieron.
“Fue muy duro porque nosotras cada día éramos menos, tuvimos que salir públicamente a pedir ayuda porque la situación se complicaba cada vez más. Estábamos desbordadas”
“Fue muy duro porque nosotras cada día éramos menos, tuvimos que salir públicamente a pedir ayuda porque la situación se complicaba cada vez más. Estábamos desbordadas”. Reclamaban soluciones inmediatas que no llegaban. “Tardaron unos días en llevarse a los mayores a Molgas, a un centro intermedio que pusieron a funcionar en tiempo récord. Pero eso aquí no lo sabíamos, solo que lo estaban gestionando, había mucha incertidumbre y te sentías sola”, rememora.
Con el traslado de los usuarios positivos, la plantilla no vivió el agravamiento de la enfermedad en algunos pacientes ni los fallecimientos. “El proceso no lo veíamos directamente porque no estaban allí. Pero te dejaba mal cada vez que llamaban para comunicar un fallecimiento o para decir que tal residente estaba grave. Eso te dolía, no podías estar con ellos y se te caía el alma a los pies. Las muertes te hunden anímicamente”. Pero las lágrimas se las guardaba para a intimidad. Sonia Opazo recuerda que esa tristeza procuraba dejarla fuera cuando regresaba a casa cada día. “Lo normal sería desahogar pero a casa se llegaba con miedo a contagiar y lo que no querías era transmitir más miedo”, apunta.
"Cada muerte te dolía, no podías estar con ellos y se te caía el alma a los pies. Los fallecimientos te hunden anímicamente”
El virus no volvió a entrar en la San Carlos, ya inmunizada. Tras el aislamiento, la suspensión de visitas y la pérdida de sus rutinas, los mayores se adaptan a su nueva normalidad. “La vacuna les ha dado tranquilidad y se sienten más seguros”.