600 kilómetros para abrazar a su madre

Fernando Casanova
Félix Gutiérrez llegó el jueves desde Vitoria para ver a su madre Palmira, que pronto cumplirá 83. Pegado al certificado que le firmó la directora de la residencia Nuestra Señora de la Esperanza de Ourense por si algún control de movilidad le exigía justificación, recorrió los 600 kilómetros con la emoción contenida. Hacía cuatro meses que no la veía y lo que más deseaba era darle un abrazo y achucharla bien fuerte.
Madre e hijo hablan por teléfono todos los días y en alguna ocasión por videollamada, pero la última vez que Félix había estado con ella fue en octubre, en un momento muy delicado porque Palmira había sufrido un infarto grave y estaba hospitalizada. Su madre, cuenta Félix, es una mujer fuerte que ha superado muchos baches en la vida. Hace dos años sufrió un ictus y ha pasado varias veces por el quirófano pero el último golpe la debilitó mucho y hubo que tomar decisiones. “Yo llevo 46 años en Vitoria y soy su único hijo, aquí no conozco mucho y me sentía algo perdido, no sabía a donde acudir. La asistencia social del hospital me apoyó mucho y valoramos que la mejor opción era la residencia”, recuerda.
Tomar esta decisión en plena pandemia, reconoce, desató todos los miedos. Su madre ha sido una mujer muy independiente, “siempre ha vivido sola y a su aire”, por lo que el paso que dieron fue duro para ambos.
"Está estupenda"
Pero como mujer fuerte que es, Palmira se adaptó enseguida, cuenta su hijo. “El cambio fue muy grande y ella lo pasó regular. Yo también, pero ahora está estupenda; se encuentra muy bien aquí y se defiende sola, charla con unos y otros y está muy bien atendida”. Aunque su hijo está lejos, tiene a su hermana y sus sobrinos que la visitan con frecuencia.
"El reencuentro después de cuatro meses fue muy emocionante. Ella se echó a llorar, y yo igual"
Tras conocer que las residencias de mayores iniciaban la desescalada, Félix hizo la maleta el jueves y se vino a ver a su madre. El reencuentro después de estos meses, describe Félix, “fue muy emocionante. Al verme se echó a llorar y yo igual, alguna lagrimita cayó”. Es normal, dice, por el momento tan especial que vivimos y el “cambio de chip” que ha provocado esta pandemia. “Tener menos libertad nos va apagando”, lamenta. Al ver a su madre las emociones se impusieron. “Es que es mucho tiempo y con todo lo que está pasando, estás siempre preocupado”.
El primer encuentro el jueves fue intenso pero más frío porque tuvo lugar en el interior del centro cumpliendo los protocolos de distancia y seguridad. “Tenerla ahí delante y no poder abrazarla, achucharla como nos gusta... Notas que falta algo. Y la mascarilla, sin vernos casi las caras, me la bajé un poco para que me viese”. Ayer entró como el resto de los días pero solo para buscarla y cogerla del brazo. Salieron juntos a pasear por el exterior de la residencia y se abrazaron como lo hacían siempre.
"Hablamos todos los días pero me faltaba algo; necesitaba verla y achucharla"
“Mi madre me tuvo sola y hemos estado muy unidos siempre. Por las cosas de la vida yo me tuve que ir pero nos vemos todos los años varias veces, yo vengo y ella viene a mi casa. Ahora que está en la residencia estoy muy pendiente, ella tiene teléfono y hablamos todos los días, y también con la directora”, cuenta Félix.
La pandemia ha puesto un poco más de distancia pero él confía en que sea ya por poco tiempo. “Ella se libró del COVID y ahora ya está vacunada, ojalá nos llegue pronto a todos y podamos estar más tranquilos”.
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