No puedo negar que este molusco es uno de mis platos favoritos pero en esta ocasión, la Operación Zamburiña es intragable y aquí, en A Coruña o en Madrid se demostrará la inocencia de los cuatro policías investigados. Bautizar una operación policial con este nombre no llama especialmente la atención, siempre y cuando se trate de un operativo más, de uno de los muchos que llevan a cabo las unidades de investigación de la Policía Nacional y que culminan con detenciones y puesta a disposición judicial de peligrosos delincuentes que comprometen la seguridad o la salud pública de los ciudadanos.

Cuando el responsable del dispositivo decide que llegó el momento de intervenir, se pone en valor el trabajo de semanas o meses de escuchas telefónicas, vigilancias, seguimientos, gestiones patrimoniales y de otro tipo que se sustentan en los principios básicos de actuación recogidos en el artículo 5 de la Ley Orgánica 2/86, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Especialmente cuidadosos con el cumplimiento de la Constitución deben ser las unidades que se dedican a la investigación interna. Policías que persiguen conductas irregulares dentro del cuerpo y que hacen una labor imprescindible para detectar aquellos comportamientos delictivos puertas adentro.

El origen de cualquier investigación que requiere judicialización debe estudiarse de forma minuciosa. Cada paso debe ser revisado con arreglo a la ley, más cuando un anónimo es el pistoletazo de salida de una macrooperación. Si esto no se hace, si no se estudia la motivación del informante, si se actúa en connivencia con los autores del falso documento, si no se fiscaliza cada acusación, si se protege a los que actúan movidos por la envidia, el resentimiento profesional y el empecinamiento en sacarse de en medio a otros compañeros, el resultado es un despilfarro de recursos públicos para destrozar y meter en su estadística a cuatro policías inocentes, que se han dejado la piel por combatir el tráfico de drogas en la ciudad.

Es el resultado de poner al mando de un grupo con tanta responsabilidad a un inexperto inspector que muerde el anzuelo y que tiene la capacidad, junto con los autores del anónimo, de engañar al juez instructor. La Zamburiña es una operación que nace viciada y cuyas actuaciones deben anularse.

Aunque el daño ya es irreparable, una sentencia absolutoria les permitirá a estos nobles funcionarios levantar la cabeza que nunca han bajado, porque cuando alguien sabe que es inocente nunca deja de mirar al frente. Otros no podrán decir lo mismo y tarde o temprano la justicia sentará a cada uno en el lado del banquillo que le corresponde.

*Secretario general en Galicia del Sindicato Unificado de Policía (SUP) y vocal en el Consejo de Policía.