Con diseños y roles que variaron para amoldarse a los tiempos, pistolas y muñecas y camiones de juguete como los que encandilaron a generaciones de niños en Ourense permanecen expuestos, en su paquete de cartón plastificado, en el pequeño kiosco de María del Pilar Bericat González, de 77 años. Sigue en el mismo rincón, junto a una pared de la sede de Correos, desde que en 1982 asumió el negocio tras la muerte de su madre, de quien aprendió y heredó este trabajo. El sol del mediodía realza los colores de las golosinas, que hacen la boca agua. Los jardines de la Alameda son uno de esos rincones que se conservan intactos en la memoria de los ourensanos de varias épocas. Un espacio de juegos y risas, de vida feliz –aunque resultara efímera– con la familia y los amigos. Es la fotografía que imprimen los recuerdos, con esa idea que narra el poeta Joan Margarit en el poema ‘Excursión’: “La juventud son ojos que reflejan el futuro sin verlo. En la vejez uno lo empieza a distinguir y, en cambio, la mirada es un espejo capaz de reflejar solo el pasado”. La pandemia, aunque no únicamente, ha afectado a este lugar de un tiempo a esta parte. Pilar Bericat es la última kiosquera de la Alameda y sus años de trabajo se aproximan al final. “Estoy ya a punto de la jubilación. Tan pronto como pueda cierro, porque esto está mal. Te pasas trabajando toda la vida y pagando el autónomo, pero no te dan para vivir. Ya tenía pensado cerrar antes de la pandemia, pero me pilló aún con mercancía”, explica.

El confinamiento total, en el primer estado de alarma, mantuvo sin actividad el puesto de Pilar desde el 13 de marzo hasta principios de junio. Cuando pudo reabrir, el mundo que divisaba desde su mostrador seguía siendo muy distinto. “Fue como pasar de la noche al día, cambió muchísimo para el negocio. Jamás, jamás ha habido una época tan mala como esta. No me cabe en la cabeza que esté pasando esto”, lamenta.

En el céntrico jardín llegó a haber “cuatro puestos o más”. Ella lleva ya varios años sola. “Antes vendías de todo, empezabas por un chicle y acababas por una pelota, pero ahora no se vende nada. Esto está muy parado”, describe.

De su padre aragonés heredó el primer apellido, que su hijo Carlos exhibió por todo el país como futbolista profesional del CD Ourense, en los años noventa. Cuando su madre falleció, Pilar continuó con el negocio. La última kiosquera de la Alameda zanja rápidamente la pregunta sobre cómo han sido sus jornadas laborales. “Trabajé todos los días, toda mi vida, de lunes a lunes, de domingo a domingo. Ahora estoy ya sin horario, ni para venir ni tampoco parar marcharme”, comparte la septuagenaria.

Muchos de aquellos niños que compraban juguetes o dulces en su puesto fueron padres, después, que llevaron a sus hijos al lugar de su infancia, que al fin y al cabo es la patria indiscutible de todos. “Han venido la segunda y hasta la tercera generación: los abuelos, los padres y los niños. Me conoce medio Ourense”.

En la Alameda inferior, que se erige sobre el río Barbaña, el palco de la música está vacío, también los bancos de la zona ajardinada y el paseo central. En la memoria, la imagen se ve distinta. La inauguración, en 2018, de la plaza de abastos provisional alteró la fisonomía del lugar. Cayó la afluencia, asegura Pilar. El golpe de la pandemia se ha sentido dos veces. Tras la reapertura con la desescalada, hace dos semanas regresó el cierre de la hostelería. Las cafeterías del jardín bajaron la persiana. Con las terrazas recogidas, las visitas son contadas. La mujer esculpida por Luís Borrajo está sola muchas veces. “La plaza afectó mucho. El parque ya era como si no lo hubiera pero es que ahora todavía es peor. Desde que cerró la hostelería, el bajón es total, total”, enfatiza. Pronto, sin el histórico kiosco de Pilar, aún quedará menos.