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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Reflexiones propias y ajenas

Una nueva agrupación de reflexiones, seleccionadas entre las que cada día envío a medianoche a un grupo de familiares y amigos a través del WhatsApp, enlazadas con mayor o menor acierto, constituyen mi suelto de hoy. No tienen otra fuente que mis lecturas diarias y mi propio pensamiento, por lo que unas son simple traslación de lo que escribió un determinado autor, otras modificaciones de lo leído y algunas originales de este escribidor. Acepto la superioridad de las ajenas sobre las propias, pero me anima a crearlas aquello afirmado por el filósofo griego Diógenes de Sinope (412 a. C. – 323 a. C): “Un pensamiento original vale más que mil citas insignificantes”.

Ilusiones, sueños y esperanza

Las ilusiones como fuente de esperanza son exigencia y derecho de todo hombre, incluso cuando constituyen sueños irrealizables; siempre y cuando no separemos los pies del suelo. James Cash Penney (1875-1971), un emprendedor y hombre de negocios estadounidense, lo expresó así: “Muéstrame un obrero con grandes sueños y en él encontrarás un hombre que puede cambiar la historia. Muéstrame un hombre sin sueños, y en él hallarás a un simple obrero”. Mas son necesarios camino y meta. No saber adónde ir puede tener sus ventajas porque uno puede ir por cualquier camino; no obstante, lo malo es que al final de ese camino, en plena oscuridad, puede haber un precipicio.

Cualquiera tiene derecho a soñar, mas después con determinación y esfuerzo ha de tratar de hacer realidad sus sueños. Lo define muy bien la frase: “Si construyes castillos en el aire, tu trabajo no tiene por qué perderse. Ahí es donde deben estar, ahora pon cimientos debajo de ellos” –de la que no localizo el autor–.

El escritor y periodista del subgénero “gonzo” –en el que el autor es un actor más de la noticia– Hunter Stockton Thompson (1927-2005) se interrogaba: “Así que dejaremos que el lector responda esta pregunta por sí mismo: ¿Quién es el hombre más feliz, el que desafió la tormenta de la vida y vivió, o el que se ha mantenido seguro en la costa y simplemente existió?”

El riesgo es que en demasiadas ocasiones bastantes personas confunden estar ilusionados con hacerse ilusiones.

Ruindad y generosidad

La generosidad requiere compasión, pero no es suficiente; es acción sin esperar nada a cambio. Si eres incapaz de dar, si no das, no puedes amar ni despertar amor, por mucho que trates de aparentar y buscar.

Para ser generoso y dar algo nunca es demasiado pronto; al fin y al cabo mañana puede ser demasiado tarde. No son palabras para los que ejercen la ruindad, pero estos han de saber que, dando, no se mengua; al contrario, se crece. La generosidad conlleva nobleza, dignidad, trabajo, constancia, entrega, humildad y honestidad; en definitiva: todo lo que constituye la grandeza de un hombre. Fue antes y sigue siendo y será lo mismo a través de los tiempos. También es cierto que, en ocasiones, hay que desistir de echar una mano a otro, porque en realidad solo se puede ayudar al que quiere ser ayudado.

Libertad y cultura

El escritor y filósofo español de la generación del 98, Miguel de Unamuno (1864-1936), escribió: “Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe... Sólo la cultura da libertad... No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura”.

En cualquier caso no hay que confundir cultura con conocimiento. Cualquiera mediante la memoria puede acumular conocimientos pero el hombre culto los emplea de modo coherente y armónico. El hombre culto no tiene por qué acumular un gran caudal de conocimientos pero sí los necesarios y, sobre todo, saber lo que no sabe y dónde y cómo puede buscarlo.

El sentido común, la inteligencia y el entendimiento natural pueden sustituir a la cultura y hacer que un hombre o una mujer sean sumamente útiles y atractivos; sin embargo, la cultura no puede sustituir a aquellos. A mí que me den de los primeros porque de los que algunos entienden por “cultos” hay, incluso, demasiados.

Y hablando de cultura, que sepan los gobernantes de turno que la cultura subvencionada es la anticultura al servicio del Estado. Solo hay una cultura, la libre y autónoma, esa que ha prosperado siempre sin apoyos oficiales e incluso en contra de los que gobiernan. La cultura no tiene orientación política. El paradigma de la anticultura son las cadenas subvencionadas de televisión. Lo definió con acierto el cineasta italiano Federico Fellini (1920-1993): “La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.

Diálogo y silencio

Constituye un deber escuchar y después dialogar para finalmente asentir o negar. Es necesario que afirmemos sin paliativos: tienes razón o lo siento, no estoy de acuerdo. El que fue catedrático y Papa, hoy obispo emérito de Roma, Joseph Aloisius Ratzinger –Benedicto XVI– (Marktl am Inn, Baviera, Alemania, 1927), lo expresó así: “La bondad implica también la capacidad de decir no”.

No se puede estar asintiendo y sonriendo a todo el mundo. Y mucho menos si lo que exponen va en contra de nuestros ideales, principios y valores. Algo que también expresó Benedicto XVI: “Es necesario un diálogo abierto y franco entre quienes representan la fe cristiana y los no creyentes en sus distintas modalidades. Tenemos la responsabilidad conjunta de recuperar el equilibrio entre nuestro poder técnico y nuestra capacidad moral”.

En cualquier caso, en muchas ocasiones el silencio se impone, algo que con clarividencia fue definido por Ratzinger: “El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido […]. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos […]. Callando se permite hablar y expresarse a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación”.

Asimismo, de diálogos se habla mucho en política, pero no todo vale. En los parlamentos, de cuando en cuando, sin eufemismos, alguien debería responder: “Cállese, usted es un estúpido que solo dice necedades y falsedades”. En otras ocasiones, algunos diputados profieren gracietas que son despectivas, aunque más lo son sus propias palabras, simples limitaciones de unos tipos mediocres y malintencionados que nunca debieron ser elegidos. Pero es así la democracia, con sus grandezas y servidumbres.

Adversidad y obstáculos

Cuando caemos, porque alguien nos ha puesto intencionadamente un obstáculo, tenemos la oportunidad de levantarnos y empezar otra vez con más inteligencia, acierto y fuerza. Con toda probabilidad la caída nos ha hecho aprender algo que no sabíamos. La clave está en la fuerza con que nos hemos alzado y en que hemos vencido al miedo. En relación con esto, Napoleón Bonaparte (1769-1821) dijo: “Podemos detenernos cuando subimos, pero nunca cuando descendemos”.

Dicen que ante la perversidad del malo el mayor castigo es la indiferencia del bueno. Incluso se llega a enunciar que la mejor réplica ante la difamación es el silencio. Pero todo, prudencia incluida, tiene un límite. No permitamos que nos avasallen.

Son importantes cuantas decisiones tengamos que tomar en la vida. Solo hay una forma: hacer bien las cosas que tengamos que hacer cada día y no dejarnos llevar por las circunstancias adversas, permitiendo que nuestros enemigos nos marquen el paso. No obstante, en ningún modo podemos echarle la culpa a las circunstancias. Dicho de otro modo, no es cuestión de circunstancias, es cuestión de disposiciones.

De nuestra actitud ante la adversidad va a depender cómo nos salgan las cosas en adelante. Hemos de sacar de nosotros mismos el carácter y el ánimo necesarios, porque es sabido que con el mismo trabajo y resultados uno puede sentirse tanto fuerte como miserable.

No podemos acomodarnos a la adversidad y mucho menos volver atrás, hay que plantarle cara y seguir siempre hacia delante. Es más, cuando sea necesario, cambiar el final.

Es cierto que en muchas ocasiones no podemos evitar que las vicisitudes sean desfavorables, pero sí en buena parte, que no nos hagan daño.

Es posible que no hayamos llegado adónde queríamos. Pero también es posible que estemos en el lugar que nos corresponde de acuerdo con nuestra capacidad y esfuerzo. Meditémoslo.

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