En la vieja normalidad, la soledad era una pandemia. Y ahora, en la nueva normalidad, es una pandemia más agravada por las restricciones acordadas y los miedos impuestos. Cruz Roja tiene entre su abanico de servicios una agenda de actuación en la que llama a grupos de diferentes edades para facilitarles información, por ejemplo, sobre el Ingreso Mínimo Vital u otras ayudas y para abordar la gestión emocional de sentirse solos. Desde marzo llevan atendidas más de 14.000 personas en la provincia, pero su escenario no se cuantifica en cuantas veces descuelgan el teléfono, si no en el tono que utilizan Saray Gómez es la responsable del área de salud y socorro de Cruz Roja Ourense y explica que ahora mismo hay 8 voluntarias realizando este servicio, pero durante la primavera con el pico de la pandemia llegaron a ser más de 30. La técnica señala que “existe mucha desesperanza entre la gente mayor, mucho hastío o cansancio de volver a esta situación. Si durante la primavera era más la incertidumbre de una época pasajera, ahora es más un cansancio de la situación”. Ourense presume de arrugas en su pirámide demográfica, pero en tiempos de pandemia es una de las regiones más vulnerable por tener un alto porcentaje de población mayor. Saray comenta que “ellos verbalizan como están y se sienten más aliviados, les ayuda y muchos nos piden que le devolvamos la llamada”.

Saray no está sola. El equipo lo forman voluntarias como Carla López que es directa, arguyendo que “es un desahogo para muchas personas que necesitan hablar y sentirse escuchados por alguien. Les tranquiliza la cercanía, a pesar de que sea una llamada de teléfono”. El cable no se eleva como frontera, ya que el tono usado es alegre y vivaz. Carla explica que “depende de la personalidad de cada uno, pero muchas personas mayores dejan de hacer sus cosas para atendernos y otras nos dicen que están haciendo algo y es una llamada rápida. De eso se trata que estén activos y si en algún momento se sienten solos pueden llamarnos o los llamamos nosotras”.

Marisol Gari es venezolana y su acento es un nexo de presentación telefónica. Un estímulo para hablarle a una migrante de la emigración de gallegos a América Latina. La voluntaria reseña que “nos cuentan experiencias de vida muchas veces. Como soy de Venezuela me dicen dónde trabajaron, dónde nacieron sus hijos y nos pasamos hablando. Muchos no quieren colgar”. Les gusta ser escuchado es un momento de estrafalario bombardeo informativo. Pero la preocupación mira más allá de las cuatro paredes del hogar, Marisol menciona que “hay muchas madres y padres que ven con preocupación lo que está pasando en Madrid o Barcelona, donde están sus hijos y eso les genera también angustia”. Ellas escuchan, hacen reír y son terapia ante la angustia. Voces desconocidas, que se convierten en amigas analógicas, para olvidar el presente y recordar otros tiempos más felices.