La mujer que, desde la mercería ‘La Moderna’ de O Carballiño, suplió gracias a la tenacidad y solidaridad de una red de cien costureras la falta de material de protección en el inicio de la primera ola de la pandemia –juntas tejieron miles de mascarillas– ha sufrido la Covid-19 en esta segunda fase de la crisis sanitaria. Montserrat Gómez, de 35 años, recibió ayer el alta en el hospital público de Ourense y regresó a casa, tras ocho días de ingreso por una dolencia que le causó un cansancio y unos dolores que nunca había sufrido con ninguna gripe, gastroenteritis o episodio de migrañas. El Sars-Cov-2 se manifestó en su caso desencadenando una neumonía bilateral. “Entré en el hospital y apenas caminaba, también tenía muchas náuseas. Aunque seas joven y sana te puede causar neumonía”, advierte. “Yo llegué a Urgencias y me dijeron: nunca estuviste ingresada. No tengo ninguna patología”. Desde su hospitalización el 15 de octubre, hasta anteayer, necesitó oxígeno.
Así relata Montserrat su proceso: “Hace dos semanas, un miércoles, empecé con dolor de garganta y al día siguiente me encontré un poco mal. Fui a trabajar por la mañana pero me sentía decaída, como si empezara a tener gripe. Tras levantarme después de comer, me sentía muy mal, me dolía el cuerpo. Me tomé la temperatura y tenía 38, cuando a mí nunca me subía la fiebre. Eso fue lo que me asustó. Llamé directamente al ambulatorio de O Carballiño, me dijeron que me quedara en casa y que me harían una PCR. Al día siguiente, di positivo”. La mujer se encargó de avisar a las personas con las que había estado en contacto para decirles que tenía Covid. Los rastreadores le preguntaron por sus últimos 15 días, en busca del posible origen, pero Montserrat tampoco tiene certeza de cómo se infectó. “No lo sé, no tengo ni idea. No he tenido contacto con positivos ni he ido a reuniones ni fiestas. Únicamente que fuera en el súper o por quitarme la mascarilla antes de entrar en el ascensor, o por tocarme la cara tras salir de la compra. No se puede bajar la guardia en ningún momento”. En su entorno se contagiaron ella y su marido, que superó el virus de forma más leve, sus suegros y los abuelos de él, quienes tampoco tuvieron complicaciones.
“Llevaba siete días en casa mal, con dolores, llorando, con una fiebre que no me bajaba y muchísimo cansancio. El centro de salud me decía que tomara paracetamol, me llamaban del hospital y lo mismo. Fui aguantando pero era horrible. Llevaba seis días casi sin dormir y del miércoles al jueves no me podía ni acostar, con un dolor horrible. No aguanté más, me vi fatal”, cuenta Montserrat.
“Este virus ha venido para quedarse, es muy difícil controlarlo”, considera. “Como te pille un poco mal te lleva. Es muy triste”. Pocas horas después de su alta, tras abandonar el hospital con las emociones a flor de piel, “llorando”, la paciente se deshacía en elogios al personal sanitario. “El esfuerzo de enfermeras, médicos, celadores, auxiliares...es increíble. Lo sabía cuando fue el proyecto de las mascarillas pero ahora más, al vivirlo. Ves que están sudando con los EPI, que no pueden más pero aun así te atienden a ti”, agradece esta carballinesa.
La comerciante solidaria, cuya iniciativa ayudó en los peores momento de la primera ola a mayores en geriátricos, profesionales en primera línea, niños y personas sordas, recibió numerosos mensajes durante su ingreso. “Me levantaba y tenía 50 wasaps de la familia, compañeros y clientes. Algunos me decían: jolín, con lo que tú has ayudado...” Montserrat lo pasó mal y su testimonio es una nueva señal de aviso. Todavía debe permanecer 14 días en cuarentena, aislada en casa, y con tratamiento contra la neumonía. Ayer aún tosía al otro lado del teléfono. “Hay que mirar hacia adelante y seguir viviendo al día, pero sin miedo”, se conjura la mercera.