Son 13 horas de avión y un largo recorrido en coche hasta que la montaña de Valdeorras se destapa. Es un camino por carreteras ondulantes, como las de la memoria. De Buenos Aires hasta Casaio, la aldea de historia minera de la montaña de Carballeda. Paula Ventimiglia, una bonaerense de raíces gallegas, ilustradora y diseñadora gráfica, rehizo al revés los pasos de su abuela Josefa, Pepa, para conocer su tierra. En 2015 viajó con sus padres y hermanos a la aldea ourensana. La emoción que le causó aquel viaje fue el germen de Morriña, un libro álbum de ilustraciones que captura el sentimiento de la emigración y la nostalgia, con ese término intraducible. La obra, editada por Hércules de Ediciones, se presenta la tarde del 26 de abril en la Feria del Libro de Buenos Aires, en el estand de la Xunta. "Mi deseo es ir a presentarlo a Galicia también".

- ¿Qué sintió al pisar la tierra de la que le hablaba su abuela?

- Hicimos un viaje para conocer a la familia, a cinco primos de mi madre que viven en la ciudad de Ourense, y también el lugar de origen de mi abuela. Hubo una conexión especial. Fue muy fuerte ver con mis ojos lo que le escuché contar, llegar al pueblo del que salió. No podía creer cómo mi abuela, con veintipocos años, consiguió venir hasta el fin del mundo. Cómo bajó de esa montaña, salió del puerto de Vigo y atravesó el océano en un barco. Hicimos el recorrido inverso al que recorrió ella. Fue muy emocionante para todos.

- ¿Las historias que le contaba su abuela habían formado ya en usted una imagen sobre Galicia que confirmó al venir?

- El pueblo permanece como intacto en el tiempo, pude imaginar el momento en el que mi abuela lo dejó, cuando llegó a Buenos Aires sola, en 1942. Cuando conocí a los primos entendí mucho: las raíces, las costumbres, hasta la comida, ¡con razón comemos tanto! [ríe]. El clima, la gente, todo me resulta muy familiar, es como si ya conociera todo pese a que no lo había visto.

- También su abuelo era gallego, oriundo de A Peroxa.

- Sí. La abuela Josefa, a la que yo le decía Pepa, falleció en 2003. Llegó aquí, sola, a los 25 años. Volvió a Galicia únicamente en el año 80, pero es imposible separarla de Galicia. El acento nunca se le fue y cada poco decía palabras en gallego. Al abuelo Claudio no llegué a conocerlo. Lo curioso es que, siendo los dos de Ourense, se conocieron en Buenos Aires. Partieron en diferentes épocas y en diferentes barcos. Mi abuelo Claudio hizo escala en Cuba, donde estuvo en tiempo. Se conocieron en un baile de una asociación gallega.

- ¿Dónde nace la idea del libro?

- Pues fue cuando llegué al pueblo, recuerdo el momento. Ver la casita de piedra, las puertas, las ventanas..., me dije: Tengo que contar esto. Sabía que muchas personas se iban a sentir identificadas con un relato sobre dejar el lugar de origen, sobre la emigración. Tenía que contar la historia de mi abuela.

- ¿Qué pensaba que era la morriña antes y cómo la define ahora?

- Entendía la morriña como una añoranza, como un sentimiento de extrañar, pero me resultaba difícil de traducir. Ahora es diferente. Es como un recuerdo más alegre, como algo vivido, como algo propio. Ahora la siento propia después de haber estado allí. Me encantaría visitar Galicia más a menudo y lo de vivir allí también lo he pensado. Me encantó.

- El suyo es un libro ilustrado, una narración sin palabras.

- El texto no es mi fuerte. Decidí hacer un relato gráfico. Es un libro expresivo, una historia que se entiende perfectamente con las ilustraciones.

- Seguro que este relato inspirado por su abuela llega al corazón de otros emigrantes. Sobre todo en Buenos Aires, quinta provincia gallega.

- Con unas amigas ilustradoras hicimos una muestra en la que expuse algunos originales. La emoción sigue a pesar de que transcurrió tanto tiempo desde que se marcharon.