Santoalla sucede pero es en cierta medida como la Comala de Pedro Páramo que construyó Juan Rulfo. Una frontera difusa, un territorio inquietante. La aldea de Petín, remota, ajena al siglo XXI, rodeada de un paisaje caprichoso y refulgente, decayó como una parte de Galicia, engullida por la emigración y el abandono. Las ruinas se metastatizaron hasta dominar el pueblo. Solo resistía una familia. Nativa, reacia, intolerante. Nunca aceptó a la pareja de holandeses llegada al confín de Europa, tras 2 años de autocaravana, para instalar su sueño. Cautivados por el agua, la tierra y el techo de estrellas que los recibió en su primera noche. Personificando la postura más extrema de la Galicia rural y profunda, los oriundos se relacionaron en un principio con dudas, censuraron el modo idealista de los foráneos, mostrando ese apego cerril por los marcos y la supremacía. Envenenados por el odio, llegaron a idear el crimen de su enemigo.

En el segundo aniversario de la desaparición de Martin Verfordern, su viuda Margo recoge antiguos objetos y pertenencias del holandés y los quema en una hoguera. Su marido quería ser enterrado bajo un árbol pero entonces, aún sin noticias de su paradero, sin restos que inhumar, ella quería que las cenizas abonaran al menos la tierra. Esclarecido el crimen, a finales de 2014, Margo afianza la idea que movió a la pareja. Con los restos del holandés en una caja y una tumba discreta en el cementerio que corona el pueblo. Martin fue víctima del odio enconado de sus vecinos rivales. Protagonizó el desenlace que temía cuando, tras años de choques, desavenencias y un pleito por el monte comunal que resultó definitivo, empezó a documentar los agravios con su cámara de vídeo. Grabó al que sería su presunto asesino, Juan Carlos, rociando con veneno su huerta. A su hermano Julio, abriendo un paso con el tractor a través de su finca. Al patriarca, Manolo, golpeándolo con el cayado. Sus miedos y obsesiones, consumándose.

La trampa en la que se vio cercado Martin Verfondern, se presenta en un documental de fuerza superlativa donde están presentes todos los protagonistas: las grabaciones alarmantes del holandés, las declaraciones de Julio, uno de los detenidos, y de la matriarca, Jovita, negando culpa alguna; los reportajes televisivos de archivo que muestran cómo fue degenerando la relación vecinal, y la contundencia narrativa que otorga Margo, tal vez la gran protagonista del relato. La superviviente. La única habitante que permanece en el pueblo tras la detención de los hermanos (uno en la cárcel, otro con una orden que le prohíbe regresar a la aldea).

"Si me voy, no solo perdería a Martin, sino el sueño que construimos", concluye la viuda en "Santoalla", la cinta que en 82 minutos -hubo más de 100 horas de grabación previa al montaje- relata hasta dónde puede degenerar el odio absurdo, que enfrenta a la Galicia más profunda con un modo de vida "hippie" e idealista.

El film recibió aplausos en la sesión inaugural del Festival de Cine Internacional de Ourense (OUFF) y ayer volvió a sobrecoger al público del Auditorio. De nuevo hubo ovación a la obra de los estadounidenses Andrew Becker y Daniel Mehrer (un hermano de este último llegó a Santoalla justo el día que desapareció Martin), con la producción de Cristina de la Torre.