146. Es el número de núcleos de población en la provincia de Ourense en los que no hay ningún vecino empadronado. No necesariamente son aldeas abandonadas porque en algunos casos hay viviendas de segunda residencia que cobran vida en puentes festivos y vacaciones largas, incluso en fines de semana, pero sí son pueblos sin actividad socioeconómica.

La mayoría han pasado a esta condición al perder a sus últimos moradores bien por defunción o bien porque siendo muy mayores se han visto obligados al traslado. También son numerosos los casos de vecinos que tras quedarse como habitantes únicos de un pueblo deciden hacer la maleta. Según los últimos datos recogidos en el padrón por unidades de población, en 90 aldeas de Ourense solo vive una persona, y en otras 98, dos.

Estos datos son el reflejo de la agonía demográfica que sufre el rural y que se extiende, imparable, de las aldeas a las villas y de estas a la capital. Solo hay que consultar las proyecciones de población a corto plazo para observar que tampoco la ciudad de As Burgas se libra de este declive al que las administraciones empiezan a mirar con preocupación. La Xunta acaba de crear una dirección xeral específica para atajar el problema y la Diputación de Ourense ha incluido en sus presupuestos para 2016 una partida de 800.000 euros destinada a un plan de natalidad sobre el que todavía se desconoce como se va a ejecutar.

Los 146 núcleos con población cero se reparten por 47 de los 92 ayuntamientos que tiene la provincia, es decir, más de la mitad. Incluso la capital, que en 2012 invirtió la gráfica y empezó a perder población pasando de 108.002 habitantes a 107.475, sufre este fenómeno. Según los datos que maneja la institución provincial extraídos del Instituto Nacional de Estadística, en el concello de Ourense hay tres núcleos sin empadronamientos: A Cuqueira, A Garduñeira y Barxelas, una situación que ya existía dos años antes, en 2012, cuando la cifra total de aldeas con población cero era de 122. En 24 meses cerraron sus casas definitivamente otros 24 pueblos en toda la provincia, es decir, uno de media cada mes.

En términos demográficos han sido dos años malos para muchos municipios. Por ejemplo, Allariz, donde a Venta do Río y As Bouzas, se añadieron Casaldoira y Taín como entidades de población con empadronamiento cero; o Baños de Molgas, que pasó de una aldea abandonada -Penouzos-, a tres sumando As Penas y Gaspar; e incluso ayuntamientos que son cabecera de comarca, como Castro Caldelas, representan auténticos dramas. Este ayuntamiento encabeza la lista de concellos con más aldeas abandonadas en un suma y sigue alarmante al pasar de diez a quince en solo dos años.

También hay casos en los que la situación se ha invertido, como O Carballiño, que tiene cinco pueblos deshabitados, dos menos que en 2012.

Los datos extraídos del padrón municipal son un reflejo de la agonía demográfica que sufre la provincia pero también revelan que el abandono de un pueblo no siempre es irreversible. En Pereiro de Aguiar, por ejemplo, la aldea de Anduriñas estaba deshabitada en 2012 pero ahora, según el padrón de 2014, tiene un vecino. Otros en cambio, se estrenan, como Manzaneda, que ha perdido Tonxil y As Escadas; o Os Blancos, con Cerdeira.

Entidades mayores de población como son las parroquias reflejan también esta desolación. Con datos de 2014 son un total de 23 las que no superan los 10 habitantes, una más que en 2012. En este caso son 18 los municipios afectados, siendo el de A Veiga el peor parado, con cinco parroquias que en conjunto suman 39 empadronamientos. Se trata de Curra, Meixide, Riomao, San Fiz y Vilaboa, vinculados a las iglesias parroquiales de San Miguel, Santa María, Santo Tomás, Santa Catalina y Santa Lucía, respectivamente. La de San Martiño de Rebordondo, en el concello de Monterrei, está completamente abandonada. Ya en 2012 tenía población cero.

Un "okupa" con permiso en Rozas, A Bola

Miguel, de 35 años, ocupó una vivienda abandonada en Rozas, A Bola, en 2010. Cuando se instaló la casa no tenía ventanas y estaba invadida por la maleza. La limpió y la reparó y cuando sus propietarios, que viven en Barcelona, comprobaron que lo único que quería era un techo le autorizaron a vivir allí, donde mantiene la casa en pie y cultiva sus tierras.