"Si me lo quitan, me marcho"

Ana María Varela sigue en su casa porque el dispositivo le ofrece seguridad - "Son dignos de querer", dice de los teleoperadores

Ana María Varela, con el dispositivo de colgante, en su finca de Ganade, Xinzo de Limia. // Brais Lorenzo

Ana María Varela, con el dispositivo de colgante, en su finca de Ganade, Xinzo de Limia. // Brais Lorenzo

OURENSE

-Hola Ana María, ¿cómo se encuentra?

-Muy bien, muy bien, me encuentro muy bien.

-¿Hace calor, verdad?

Así empieza la conversación entre Ana María Varela, de Ganade, Xinzo de Limia, y el teleoperador que conecta con ella a los pocos segundos de que la usuaria pulse el botón rojo. Ella le explica que lo ha pulsado para hacer una demostración a los periodistas que la acompañan y comparte con él que no le hace gracia que la fotografíen aunque después posará en varias estancias del domicilio. Antes de despedirse, el operario le recuerda que "si le hace falta cualquier cosa nos llama" y le desea una "muy buena tarde".

Al romperse la comunicación, Ana María se deshace en halagos hacia las voces que la acompañan desde el otro lado. "Son gente encantadora, maravillosa, digna de querer... Me felicitan por el cumpleaños y hasta por Santa Ana, que yo ni me acuerdo de cuando se celebra". También Dolores Prieto, de Quintela de Leirado, destaca el buen trato de los empleados del call center: "Si no llamo yo, entran ellos, me saludan y me preguntan como estoy, que tiempo hace y hablamos sobre todo de asuntos de salud".

A Ana María, septuagenaria, le concedieron la teleasistencia domiciliaria meses antes de que falleciese su marido y cuida el aparato como si en él le fuese la vida. Cada vez que sale del radio de cobertura se lo saca y lo deja colgado en un lugar visible ante el temor a que se le enganche en una rama cuando trabaja en la huerta o se le averíe tontamente si sale a visitar a una vecina. Nunca ha tenido que utilizarlo por una emergencia pero es consciente de que el estreno puede producirse en cualquier momento. La operaron "a corazón abierto" y está avisada de que desde entonces vive en situación de riesgo.

Recorre la casa vacía de gente mostrando esto y aquello y en la cocina, impoluta como el resto de la vivienda, todavía está caliente el guiso de hígado y arroz que cocinó para sus dos perros, Rin y Sofi, su única compañía. Para ella hizo pechuga rebozada con patatas y después de charlar con una vecina tiene intención de sentarse a ver la tele, como cada día, de lunes a domingo. Su rutina solo la rompen los dos nietos que vienen a verla de vez en cuando y le ponen "la casa patas arriba", bromea.

De vez en cuando y de forma inconsciente se lleva a la mano al dispositivo, el agarre que le garantiza una vida independiente y autónoma en su casa de Ganade, donde es ella la que gobierna y en la que permanecen todos sus recuerdos, la huerta que cultiva y los proyectos de futuro. "Si me quitan este aparato, me marcho para Xinzo, a vivir a un piso donde esté mas vigilada", resuelve incómoda solo con la idea.

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