Más de un millar de personas, entre las que se encontraban muchos niños, padres y abuelos, acudieron ayer al Parque de San Lázaro para contemplar la tradicional quema de madamitas. El momento mágico se inició con el lanzamiento de pequeños fuegos de colores. Luego empezaron a rotar, una tras otra, las cuatro estructuras metálicas que había preparado para la ocasión la pirotecnia Josman: un cantante, un director de orquesta, un par de barqueros y dos futbolistas, aspirantes a superestrellas, que se disputaban el balón.

El impulso que provoca el movimiento sucesivo de cada una de la piezas lo genera la explosión de la pólvora, colocada de forma estratégica en pequeños tubos con retardo a lo largo de la estructura para lograr las oscilaciones deseadas -estallan como fuertes petardos-, hasta la explosión final, que aniquila la figura de los personajes representados y sus atuendos, confeccionados con papel de vistosos colores.

El ritual de la quema de madamitas, mediante pólvora y fuego, simboliza la purificación de los apestados que acudían en la Edad Media a la fiesta de San Lázaro, donde hubo una leprosería -ubicada en el solar que ahora ocupa el colegio Curros Enríquez- y tres capillas a lo largo de la historia dedicadas al patrón, construidas, sucesivamente, desde 119 hasta 1895. La última, obra del arquitecto Querat, fue trasladada al barrio de Peliquín. Finalmente, trasladaron la iglesia de San Francisco al lugar que ahora ocupa en la rúa Xoaquín Lorenzo, donde se montó piedra a piedra, aunque dejando parte de la estructura en el monasterio.

Dos horas antes, se había celebrado la procesión de San Lázaro, con la participación del alcalde y otros miembros de la corporación, desde la iglesia de Santo Domingo a la de los Franciscanos.

Gran parte de la concurrencia aprovechó la celebración para comprar rosquillas, melindres, pan de Cea, pan de huevo con pasas de Porriño, miel y otros productos en alguno del medio centenar de puestos instalados en torno al Parque de San Lázaro.