Historia

Derecha e izquierda en la Segunda República

Proclamación de la Segunda República.

Proclamación de la Segunda República.

JESÚS DE JUANA

Para entender estos dos términos en su acepción política, tenemos que empezar por plantearnos el significado de ideología. Y por ideología podemos entender, genéricamente, el conjunto de valores que caracterizan simbólicamente a un grupo social y que se manifiesta a la hora de opinar o intervenir en la vida pública. Paul Ricoeur explicó cómo la virtud principal de la ideología consistía en representar las señas de identidad y de integración de un grupo y ser la cadena de transmisión de la memoria colectiva, de sus valores y orientaciones.

El binomio conservación-revolución o, en otros términos, derecha-izquierda, o conservadurismo-progresismo, surge con la propia contemporaneidad como una exigencia histórica que emerge de la misma Revolución francesa en torno a la forma de Estado y en un contexto de transformación económica y social. El resultado es que la sociedad se divide en dos: una parte engloba a los que hasta entonces podía considerarse como al hombre común, al de siempre, el perteneciente a una sociedad predominantemente agraria, artesanal, familiar y comunitaria; y otra que representa a la nueva sociedad urbana, industrial, innovadora, individualista, todavía sin estructurar. En este contexto es donde debemos enmarcar los inicios de la configuración del Estado moderno, del que será Estado-Nación, y objeto de las luchas políticas por su control y beneficio. Las dos grandes tendencias de actuación política tendrían así su acomodo explicativo.

El mundo conservador justificaría su posición y comportamiento en virtud de la tradición heredada, de su origen, mientras que el progresista lo sería por el fin a alcanzar, por la defensa del cambio, de la búsqueda de otras soluciones para llegar a una sociedad mejor. Según el esquema expuesto, en unos primaron las ideas y valores heredados, tradicionales, que los identifica dentro de la comunidad o grupo, y en los otros las ideas externas, nuevas, añadidas, tendencias u opciones que son imprescindibles e inherentes al proceso evolutivo histórico. La tradición es un factor fundamental de la conciencia histórica y la innovación es el motor del proceso de cambio histórico en el desarrollo de los potenciales del hombre. Con un lenguaje quizá más poético que político, Bobbio distingue a los innovadores de los conservadores, a los progresistas de los tradicionales porque unos "miran al sol del porvenir (y los otros) actúan guiados por la inagotable luz que viene del pasado".

De este modo conservadurismo y progresismo se convierten, desde el punto de vista del espacio político, en un eje de posición-oposición, o de permanencia y cambio si se prefiere, entre un pasado de tradición legitimado en su origen y un futuro de innovación justificado en su fin que confluyen, condicionan y protagonizan cualquier presente histórico.

El pensamiento conservador defiende la evolución orgánica de una sociedad que se ha ido construyendo en el pasado y que supone una riqueza acumulada poco a poco que permite al ciudadano determinar su identidad y compartir ideas, costumbres y sentimientos que no deben ser destruidos por el cambio, por el desarrollo. No entiende el tránsito brusco, la revolución, la desaparición acelerada de los cimientos de esa sociedad, aunque acepta y reconoce la mutabilidad de las cosas humanas y la adaptación paulatina de novedades que pretenden mejorarla pero no destruirla. Este relativismo de la temporalidad social es fundamental para excluir al conservadurismo de las opiniones y actitudes reaccionarias o inmovilistas.

Según Miguel Herrero, la clave del pensamiento conservador es la institución, esto es, "un orden concreto o sector vital organizado en el cual se establecen, con vocación de permanencia, un haz de relaciones jerárquicamente ordenadas y orientadas a un fin duradero". Por eso es eminentemente histórica, fruto de la evolución humana y cargada de afectividad. La visión institucional del conservadurismo remite a dos dimensiones: la trascendencia, en cuanto fundamenta por lo general y en último término la solidaridad humana y la dignidad de la propia individualidad en creencias religiosas, que además dan solidez a los vínculos del grupo; y la identidad, en cuanto el individuo es producto y heredero de una colectividad que está obligado a mantener y transmitir sin que por ello se vea privado de su singularidad.

Así pues, desde el punto de vista de la reflexión histórica desapasionada, y no desde la actitud militante consistente en afirmar sólo los valores propios y negar y ridiculizar los de los adversarios, podemos considerar al conservador clásico como defensor de una libertad enmarcada en una seguridad y un orden derivados del respeto a las leyes y en un ordenamiento jurídico que asiente el desarrollo de cualquier actividad. Uno de los pilares de este orden social es la preservación de la propiedad y de la herencia que es fruto del trabajo y el desvelo de las generaciones anteriores.

Durante mucho tiempo lo conservador era lo contrario de lo liberal, porque, aunque coincidían en la libertad y el orden, diferían profundamente en la valoración de un sistema económico salvaje que buscaba el rápido enriquecimiento regulado únicamente por el mercado y la competencia, sin ninguna consideración solidaria que amparara a una desarraigada mano de obra. Pero después, el auge de los socialismos ocupó, con el republicanismo, el espectro político de lo que llamamos izquierda, y los conservadores, aliados con las nuevas clases comerciales e industriales, se configuraron como partido conservador-liberal, síntesis de los viejos conservadurismo y liberalismo.

Cuando los conservadores asumen la emancipación del individuo, la libertad individual frente al colectivo, y el modelo económico liberal, tan beneficioso para la propiedad, y los liberales se aperciben de la importancia del orden institucional que posibilita el ejercicio de la libertad, ambos hacen frente común a las posiciones socialistas y tradicionalistas, partidarias de la revolución o de la involución. Pero, en el caso de España, la propia crisis del partido conservador, junto a la retirada de Maura, al asesinato de Dato y la acción eliminadora de la Dictadura impidió no sólo una sólida reorganización sino que incluso la denominación de conservador (y liberal) cayera en desuso y, aunque estos términos ya se utilizaban en el XIX, se va generalizando la utilización creciente de derechas e izquierdas para englobar y oponer partidos o grupos políticos de uno u otro signo.

Quizá convenga apuntar que la distinción entre derecha e izquierda, o entre este conservadurismo y progresismo, siempre se ha fundado en la propia dinámica histórica que va cambiando su sentido y el contenido social, popular, de conceptos típicos y tópicos como orden y libertad, jerarquía e igualdad, justicia y propiedad, conservación y progreso, nacionalismo y cosmopolitismo, etc., con una gran carga moral y distintiva entre principios opuestos.

Peces Barba desarrolló un esquema de derechas-izquierdas ciertamente sugerente. Considerando sólo los valores de la libertad, la igualdad y la propiedad, cruzados por los de moderación y extremismo nos encontramos con cuatro modelos: dos extremistas, el revolucionario y el contrarrevolucionario: y dos moderados, el conservador y el progresista.

El extremismo revolucionario estaría formado por aquellas ideologías que eran igualitarias, antiliberales y la propiedad de los medios de producción estaría en manos del Estado. Este sería el caso del partido comunista. El extremismo contrarrevolucionario estaría configurado por aquellas ideologías en que, siendo a la vez desigualitarias y antiliberales, convive la propiedad privada capitalista con un sector económico estatal fuerte que le ayuda y compensa. Es la extrema derecha fascista, nazi o franquista que, como en el caso anterior, es autoritaria o totalitaria.

El modelo moderado conservador está formado por ideologías igualitarias y liberales que asumen el sistema parlamentario representativo, los derechos individuales, civiles y políticos, a sus defensores se les denomina liberal-conservadores y forman el centro derecha, son partidarios de la propiedad privada, de que el Estado tenga la mínima e imprescindible actividad económica, y se deja a la dinámica del mercado la función correctora de las desigualdades. En este modelo tendríamos, entre otros, en la época de la 2ª República a la CEDA, los agrarios, los nacionalistas y republicanos de derecha.

El moderantismo progresista se constituye también con ideologías que son tanto igualitarias como liberales y comparten todo con el modelo anterior con la excepción de la incorporación de los derechos sociales cuya responsabilidad recae en un Estado más intervencionista que se reserva parte de la producción. Aquí estarían incluidos los partidos republicanos de izquierdas y el socialismo democrático, aunque sería discutible si el sector largo-caballerista podría estar aquí representado.

El panorama político republicano se completa con un elemento importante e influyente que no está incluido en este gran esquema cuatripartito de derechas-izquierdas: el anarquismo. La ideología anarquista es revolucionaria, solidaria e igualitaria, pero no es liberal sino libertaria y sustituye el sistema político parlamentario por la acción social y la propiedad por el uso comunal.

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