"Resistirse fue una tozudez", dice uno de los muchos niños, hoy padres y abuelos, que se criaron en Aceredo, un pueblo "fértil y feliz", anegado por las aguas del progreso en enero de 1992. El embalse de Lindoso era una realidad sin retorno suscrita en 1968 por Franco y Salazar en un convenio internacional para el aprovechamiento de los ríos fronterizos por el que ni Lobios ni Entrimo, a pesar de aportar el 80% del suelo cubierto por el pantano, recibieron ni perciben en la actualidad ingreso alguno.

A los que pelearon, la resistencia les valió para engordar indemnizaciones millonarias con las que abandonaron sus casas sin necesidad de echar la llave para empezar una vida nueva. "Pero fue como arrancar un árbol y volverlo a plantar", cuenta Paco Villalonga. Algunos, sobre todo los mayores, no sobrevivieron al dolor "y fallecieron a los pocos meses". Los recuerdos, insiste, "no se pueden vender".

Veinte años después, la brusca bajada del caudal del río Limia por la ausencia de lluvias ha dejado al descubierto el pueblo de Aceredo, la más alta de las cinco aldeas anegadas por el embalse de Lindoso, una presa construida en territorio portugués y gestionada por una hidroeléctrica lusa (EDP) que tuvo que enfrentarse a decenas de familias que eligieron el camino de la resistencia. Cortes de tráfico, huelgas de hambre, cargas policiales y un encierro en el Concello de Lobios bastaron como medida de presión para asegurar los precios. Veinte millones de pesetas por la propiedad y un millón y medio por el traslado era lo mínimo que se pagaba a cada propietario. El que más cobró se llevó 140 millones, asegura Villalonga, ofendido porque el reflote del pueblo de Aceredo ha resucitado también el viejo debate sobre el dolor medido en pesetas por metro cuadrado: "No soporto que se diga eso de que cobramos bien porque aquello fue una expropiación forzosa, no quedó mas remedio". Su deseo ahora es que el caudal suba de nuevo y vuelva a cubrir el pueblo "para siempre" porque "está removiendo sentimientos y recuerdos".

En efecto, desde que salió a flote hace una semana, cientos de personas han peregrinado hasta el embalse para disfrutar de una vista espectacular y sobrecogedora. "El fin de semana había más gente que en la feria de Lobios", dice una antigua vecina. Pero las lluvias de los últimos días, especialmente intensas en esta zona, han aumentado el caudal del pantano iniciando la segunda inundación de Aceredo.

Así que con los millones que recibieron, los 250 afectados por el anegamiento de Aceredo, Buscalque, O Bao, A Reloeira y Lantemil iniciaron una segunda vida, la mayoría con sus hijos en Vigo, Lobios, Entrimo e incluso Barcelona. Otros edificaron en la aldea de Compostela, metros arriba de la cota máxima del pantano, y algunos construyeron el Aceredo nuevo, un pueblo sin historia ni tradición nacido de la nada en terreno comunal. La tradición, costumbres e historia de aquellos pueblos, en el corazón del Xurés, se hundieron bajo las aguas.

Por aquel entonces, el actual presidente de la Real Academia Galega y colaborador de FARO, Xosé Luís Méndez Ferrín, se lamentaba de los sucesivos agravios sufridos por el río Limia al que definía como "o mellor símbolo do noso alleamento, da nosa alienación colectiva: do esquezo de nós mesmos". Y criticaba la ausencia de pancartas solidarias y siglas políticas y ecologistas defendiendo a los pueblos anegados en el peor de los silencios.