El paradero de Guillermo Collarte, el empresario ourensano desaparecido en Portugal el 5 de octubre de 1999 sigue siendo una incógnita y su secuestro durante unas horas, el año anterior y por el que la propia víctima se negó a pagar 900.000 euros por el rescate, intervalo de tiempo en el que pudo morir durante la visita a un edificio en construcción en Valença, puso en peligro la vida de su familia, concretamente la de su progenitora, Berta Collarte y los hijos de ésta. “Desde que desapareció mi padre siempre supe que mis hijos y yo podíamos ser los siguientes y al faltarme su amparo, yo era la primera línea de fuego de sus secuestradores”.

En su declaración Berta Collarte, que no pudo reprimir las lágrimas, relató que el 29 de junio de 2002 recibió una llamada desde Badajoz al teléfono fijo de su casa. “Un hombre que hablaba en portugués me dijo que pertenecía a una organización internacional y que exigió el pago de 10.000 euros por una deuda y que si no pagaba, mis hijos y yo moriríamos”. Añadió que “enseguida lo relacioné con el primer secuestro de mi padre porque se autoinculpó de su desaparición y llamé a la Guardia Civil”.

Ese mismo mismo día recibió otra llamada minutos después “con el mismo contenido y con una persona que chapurreaba francés”. La tercera conexión con la demandante tuvo lugar el 1 de julio por la noche. “Nos íbamos a la casa de la playa en Patos, pero la Guardia Civil no permitió que ni mis hijos ni mi madre se quedaran allí y los escoltaron hasta un lugar desconocido. La policía me dio un móvil al que llegaban desviadas las llamadas del fijo para poder grabarlas y tener pruebas”.

Las llamadas se fueron sucediendo en días posteriores del mes de julio de 2002. “En una de ellas un portugués me pasó a un sudamericano que estaba muy nervioso, violento y me pidió a gritos que le entregara un millón de euros porque de lo contrario, moriríamos”.

Berta Collarte recordó que insistía a sus extorsionadores que no tenía tal cantidad de dinero y les preguntaba continuamente porque se lo pedían. “Me contestaban que porque les daba la puta gana y que si no cedía, acabaríamos como mi padre”.La hija del empresario relató ante la juez que la persona que la llamaba por teléfono se refería a ella en los mismo términos que su propio padre. “Me llamaba Bertita y aludía a mis hermanos con los apodos de gordo y calvo. Nos conocía bien”.

Las llamadas cesaron hasta el 20 de marzo de 2003. “De nuevo la misma voz de siempre, aunque esta vez más tranquila y serena, algo que todavía me producía más miedo. Me pidieron un millón doscientos mil euros y mi hijo escuchó la conversación”, versión que fue corroborada en la sala por el joven.

“Fui a verlos a la cárcel”

Berta Collarte, que nunca cesó en su lucha por conocer el paradero de su padre, decidió, con orden de un juez de Vigo, ir a la prisión de A Lama para hablar con Víctor y con Joao. En su encuentro con el primero, relató la víctima, “reconocí su voz y su risa socarrona inmediatamente como la de la persona que me llamaba amenazándome y pasé muchísimo miedo, porque podía estar delante de la persona que hubiese visto a mi padre por última vez”.

Añadió que Víctor no se reconoció autor de las amenazas y que incluso se ofreció a ayudarla para descubrir a los culpables. “Me dijo que cuando saliera de la cárcel pondría una recortada en la boca a Lopes y por fin sabríamos dónde estaba mi padre. Además, escribió los nombres de Lopes, Lavandeiro y Mateu en un papel y lo pegó en el cristal del locutorio a través del que hablábamos”.

Joao le contó que las llamadas las hacía Víctor con una tarjeta de móvil que le había facilitado Lopes. “Me dijo que Lopes fue el último en ver a mi padre con vida y cuando le pregunté dónde podía estar su cuerpo me dijo que quizás en los pilares del edificio en construcción de Valença, ya que me dijo que Víctor le reconoció que les habían encargado en Patos secuestrar a un señor que luego desapareció en la ciudad portuguesa, que resultó ser Guillermo Collarte”.