Es el segundo "Día del Padre" que José Carlos no verá a su hija Carolina, de siete años. En su despacho de Vigo pueden verse fotografías y el último regalo de San José que la niña le trajo del colegio: "Salió a su madre, porque como ves, es guapísima", dice mientras mira un retrato. Cuando hace dieciocho meses rompió con su ex mujer no imaginaba que tendría que pagar el precio de renunciar a la niña, con la que comparte las reglas impuestas por un "régimen de visitas quincenal".

Es un padre separado y ahora también lo está de Carolina por una distancia de 150 kilómetros. "A veces paso un mes para verla un día y medio", afirma, y culpa de la situación a los partes médicos que su ex pareja presenta cuando la menor está enferma en fin de semana. Que este año San José caiga en lunes laborable hace que la pena sea más llevadera. "De la noche a la mañana, mi ex se fue para Lugo y me quedé solo. Se rompieron los esquemas de mi vida. Lo que más deseo es tener a la niña conmigo, porque yo estoy mendigando a mi hija y ella vive una situación de orfandad", recuerda.

Su testimonio es el de un empresario de 38 años, con depresión, que afirma sentirse "un paria social" y que reclama la custodia compartida por vía judicial. "Yo no sé si la custodia compartida es buena o mala para los niños, pero sé que quiero ver crecer a mi hija a mi lado, tenerla cerca y saber si está bien o mal. Reconozco que los menores están mejor con las mujeres, porque existe una especie de cordón umbilical psicológico, pero me considero una persona adecuada para tener un régimen de visitas más abierto y no tener que rezar para que cuando me toque verla no esté enferma".