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Mi padre

Pedro Regojo Otero

Pedro Regojo Otero

El día 13 de noviembre, mi padre José Regojo Rodríguez cumpliría 124 años si viviera. Se marchó a la casa del Señor el 14 de enero de 1993.

El periodista Manuel Orio Avila escribió entonces unas letras que definen a mi padre: «El patriarca de Redondela se ha muerto con todo hecho y bien hecho y una familia que le amaba». Pero yo creo que su vida es la historia de una vida de esfuerzo, superación y de audacia. En un mundo actual de pocos hijos, y sobreprotegidos, puede ser una gran lección para imitar y hacer un mundo mas solidario y menos egoísta.

Mi padre nació por casualidad en Pontevedra, donde mi abuelo Ángel se dedicaba a la venta de oro y venta ambulante. A los tres años de mi padre, mi abuelo decidió volverse a su pueblo natal, Fermoselle, lugar hermoso, y comprar tierras y sembrar viñedos. Fermoselle, provincia de Zamora, está situado en lo alto, donde fluyen el Duero y el Tormes. Cuando mi padre tenía quince años se declaró la epidemia en los viñedos de la filoxera y había que esperar tres años a que esta enfermedad desapareciese. Mi padre no se conformó y cruzó el Tormes camino de Lisboa y empezó a vender puntillas por sus calles. A los dieciocho años se convirtió en almacenista de puntillas y se las vendía a sus antiguos colegas. Por aquel entonces, los centros importantes de los emigrantes españoles en Lisboa era el Centro Español y más importante el Centro Gallego. Mi padre se hizo socio del gallego.

Mi tío Alejandro Otero, ginecólogo y rector de la Universidad de Granada, fue invitado a dar una conferencia sobre fertilidad y llevó a Lisboa a su hermana pequeña, Rita. Allí se conocieron mis padres, en el Centro Gallego, y del conocimiento pasaron al noviazgo. Pero mi padre, con pocas esperanzas de que esto prosperase, le dijo a mi madre: «Vamos a dejar nuestro noviazgo, pues hay mucha diferencia cultural y económica entre mi familia y la tuya». Mi madre, que era una mujer muy valiente, le dijo: «Pepe, eres un hombre bueno y emprendedor... ¿qué mas puedo pedir?». Sus hermanas Teresa y Lola se habían casado con médicos y personas universitarias y mi padre era un hombre que mal sabía las cuatro reglas y un empresario que empezaba. Pronto se casaron y el banquete se celebró en el restaurante Estación que era el más importante de Redondela. Mi padre fue un hombre muy feliz y muy enamorado de mi madre.

Para terminar os cuento un relato que ocurrió ya hace años. Una señora vino a pedir trabajo para su hijo y habló con mi padre y le dijo: «Venga usted el lunes con su hijo. Apareció con su hijo, que se llamaba Lucho y era manco y lo normal era que le dijera: «Lo siento, señora, pero no le puedo dar trabajo». Pero no, llamó a Álvaro Crespo, encargado de los tintes de tejidos, y le dijo: «Aquí tienes a Lucho, dale trabajo». Al cabo de un rato, vino Álvaro Crespo al despacho de mi padre: «Pero, don José, me exige producción y me manda a un manco». Aquel autoclave que tenía dos bobinas de mil metros precisaba dos personas. Al cabo de dos meses, Lucho hizo él solo el trabajo. Yo tuve la satisfacción de tener muy buena relación con mi padre.

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