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La política y el patio de Monipodio

Francisco Hernández Vallejo

El aprendizaje de la Lengua y Literatura en el antiguo Bachillerato nos sumerge, entre otras, en el estudio de las obras más clásicas de la picaresca española, entre las que destacaremos, por ser el nudo del artículo, la cervantina Rinconete y Cortadillo que, entre sus páginas, describe, define y contextualiza «el Patio de Monipodio». Más allá de la localización sevillana del recinto, de la descripción cervantina de las estancias y peculiar arquitectura, deberemos centrarnos en los curiosos y variopintos personajes que lo poblaban. En definitiva, era el Patio de Monipodio la sede de una cofradía de ladrones y tunantes y era preceptivo para acceder al mismo, hacerlo de la mano de alguno de sus miembros más antiguos y significados. A lo que se barrunta, ya existía el tráfico de influencias.

No cometeré la ligereza de señalar a la totalidad de nuestros padres de la patria, como futuros o presentes contertulios de una estancia semejante, pero no me negarán los lectores, que los acontecimientos que vienen sucediendo por ya demasiados años en la política de nuestro país, bien merecen ampliar el recinto sevillano y en vez de un modesto y reducido patio, usar por ejemplo la Plaza de toros de la Maestranza por su amplio aforo. Son ya tantos y tantos episodios de corrupción, tantas señorías imputadas, investigadas, sancionadas, encarceladas y bajo sospecha, que el recinto descrito por Cervantes se queda pequeño. Desde la mismísima anterior jefatura del Estado, pasando por ministerios, Banco de España, presidentes/as de comunidades autónomas, familiares y parejas de altos cargos, entre otros/as, los escándalos económicos han dejado el patio cervantino en la más pura anécdota. La mezcla de latrocinio, tráfico de influencias, cambalaches varios en la trágica etapa de la pandemia, trama de la Gürtel, caso Nóos, ERE de Andalucía y todo un corolario de aprovechamiento del cargo para robar a manos llenas, ni siquiera al autor del Quijote, le hubiera dado tiempo a pormenorizar y dar forma a esa ciénaga en que se está convirtiendo la política española.

Hoy, el 90% de la información en los programas de mayor audiencia versa sobre la pareja del presidente del Gobierno, de la de la Sra. Ayuso, de Ábalos y su equipo, de Aldama y sus explosivas declaraciones, de los audios de Bárbara Rey y el emérito, de querellas, demandas cruzadas entre señorías y partidos políticos, de usos inadecuados de los resortes del Estado para fines particulares (Abogacía del Estado y Fiscalía), de «abuso de derecho», desde los dos principales partidos, recurriendo un día sí y otro también a tribunales superiores en una reyerta política que no tiene fin. Los ciudadanos asistimos estupefactos a este delirio y a la permanente golfería que se ha instalado ya en muchas de nuestras instituciones democráticas.

No solo se han perdido las formas, se ha perdido el objetivo principal que debe inspirar la acción política al servicio de un país. Se disipan sus señorías en asuntos privados y en sus miserias particulares, se baten con saña en un cuadrilátero lleno de barro, se escapan ustedes del meollo de sus obligaciones y, ocupan su tiempo en acuñar conceptos como el «bulo» y el «fango» para escapar de sus responsabilidades y a la manera del calamar, soltar la tinta del camuflaje que enturbia la claridad necesaria.

El «fango» que producen sus señorías es casi mayor que el producido por la DANA en Valencia, Castilla-La Mancha y Andalucía. Las últimas inmundicias, por un lado la vergonzosa subida de sueldo del inepto Mazón y la aplicación de la Ley del silencio sobre el Sr. Lobato, retratan a los grandes partidos donde en teoría descansa la gobernabilidad de España. Desvergüenza y mafia pura.

Cumple que sus señorías reformulen formas y objetivos, que hagan una reflexión profunda, porque el escepticismo y decepción política de los ciudadanos/as, aboca al populismo y a males mayores, a los profetas e ilusionistas, a potenciales dictadores y, como colofón, respeten la separación de poderes , dejen de molestar a la judicatura y no invadan los medios públicos de comunicación.

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