Sánchez y el barómetro de la moralidad
Francisco Hernández Vallejo
Tras la catástrofe del Levante español, de parte de Castilla La Mancha, de algunas zonas de Andalucía y de las primeras estimaciones de decenas muertos, tocaba en el Parlamento español la sesión de control al Gobierno.
Tras unos leves escarceos, se impuso la lógica de dar prioridad a la cobertura de la tragedia, suspendiendo la sesión de control, a pesar de los graves acontecimientos de la semana.
Lo paradójico e indignante es que, una vez suspendida la reyerta habitual, Sánchez ordena a la presidenta del Parlamento abordar sin demora la votación del cambio del reglamento de elección de los consejeros de TVE. De forma paralela y no menos indignante, comparece con cara compungida y traje oscuro, para prometer todo tipo de dádivas y ayudas a la pobre gente afectada por la tragedia.
La educación y los límites éticos me impiden adjetivar como se merece al presidente del Gobierno. Tampoco recurriré al eufemismo de “la fruta”; el pensamiento es libre, pero mantener las formas, imprescindible como pilar de apoyo a uno de los mayores problemas de fondo de la política española que pasa por la crispación y la reyerta más descarnada.
Dicho esto, dentro de los límites, no puedo evitar expresar con dureza el comportamiento de Sánchez y el vergonzoso seguidismo de sus palmeros incapaces de plantarse ante semejante infamia.
"La bajeza moral, la hipocresía política y el comportamiento miserable de Sánchez merecen la repulsa unánime de todo un país"
El presidente carece de moral, de credibilidad, de ética personal y política, de escrúpulos, de principios honorables y de humanidad real que solo despacha en la defensa a ultranza de su esposa, aunque para ello, tenga que descabezar la justicia, recurrir a querellas contra el juez instructor delirantes y vergonzosas y, una vez parasitada e intervenida la Justicia en sus órganos más decisivos, una vez neutralizados los Cuerpos de Seguridad del Estado para dar gusto a filoetarras, intervenir con una innecesaria urgencia la TVE pública que pagamos todos los españoles.
No doy crédito a esa falta de empatía, a esa urgencia de parasitar la televisión pública que le otorgue un mayor blindaje del que poco a poco va obteniendo con la complicidad, no solo de los barones de su partido, sino de grupos de la investidura, que venden su alma y su respeto a la libertad de expresión e información a cambio de un consejero.
La capacidad de escenificación del presidente en su comparecencia colisiona así con su verdadera realidad. Hay que votar mi blindaje no vaya a ser que las consecuencias de la DANA puedan trocar la opinión de algún grupo político al que todavía le queden restos de la ética y de la vocación de servicio a los ciudadanos/as.
La bajeza moral, la hipocresía política y el comportamiento miserable de Sánchez merecen la repulsa unánime de todo un país y, sobre todo, de cualquier persona de bien. Nadie, ni siquiera durante la Dictadura, ha traspasado tantas líneas rojas ante una desgracia que debería movilizar a todos/as sin excepción. Es un día de luto nacional, donde hablar de intereses partidistas solo merece repulsa y desprecio.
Hasta los más afectos tertulianos se escandalizan de semejante impudicia.
Ni el mejor fotógrafo o maquillador podría tras esto travestir la imagen de un presidente que es la vergüenza de la Democracia y una presidenta del Parlamento que, con su seguidismo, se ha puesto a su altura.
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