La filosofía en su día

Pedro Feal Veira

La filosofía puede verse, en la línea de lo sugerido por Foucault, como una reflexión sobre el tiempo presente, que supone retener lo ocurrido en el pasado y anticipar lo que podría o debería suceder en el futuro. Pero si algo caracteriza a nuestra actualidad son la complejidad y la incertidumbre. Resulta enormemente difícil –si no imposible– formular un cuadro inteligible de la realidad de nuestro mundo. Acabamos de llegar por primera vez a la cantidad de ocho mil millones de seres humanos vivos sobre la Tierra, y seguimos aumentando. A pesar –o quizás precisamente a causa– del proceso de globalización, las distintas civilizaciones parecen cerrarse cada vez más sobre sí mismas; la contaminación se incrementa y el cambio climático se extiende por todo el planeta; la pandemia del COVID-19 ha demostrado que nadie es invulnerable.

Por si fuera poco, la guerra en Ucrania depaupera a Europa y al mundo y trae de nuevo a primer plano el fantasma de la amenaza nuclear. Además, cada vez somos más dependientes de la tecnología digital: nuestra vida está ya mediatizada por las redes sociales y la inteligencia artificial, amagando con una pseudorrealidad virtual, el Metaverso, que contribuiría a evadirnos de las penalidades del mundo real; pese a ello, ni el “Big data” ni los gurús tecnológicos son capaces de predecir el porvenir de la humanidad de forma fidedigna.

En este contexto de falta de certezas, la filosofía no puede sino sondear en el fondo del espíritu humano, recordando la historia del pensamiento anterior y anticipando, a partir de la autorreflexión, las posibilidades de evolución, intelectual y social, que se nos ofrecen. La propia filosofía consiste en un ejercicio de profundización del pensamiento, que va más allá de los límites marcados por las circunstancias externas. De este modo, aunque recapacita sobre el presente, no se detiene en lo inmediato y ya dado, lo que aparece en la superficie, sino que “cava más hondo” (la expresión es de Nietzsche), indagando las raíces de la situación actual que se encuentran en el pasado, en el origen y en la estructura oculta que subyace a las apariencias; raíces que, de ser descubiertas y puestas de manifiesto, podrían contribuir a aclarar las opciones de futuro que se abren ante nosotros, y a elegir, en la medida en que esté a nuestro alcance, el rumbo a seguir.

Ya solo proponerse esta inmersión en lo profundo, esta labor de introspección, en busca de “lo esencial”, es toda una tarea intempestiva, a contracorriente de un ambiente marcado por la superficialidad y el inmediatismo, simbolizados y a la vez potenciados por las múltiples pantallas electrónicas que saturan nuestra vida diaria. Pero es una labor necesaria, no solo para encontrar algún sentido al presente, sino también para liberar y permitir que se desarrolle en la mente de cada cual su tendencia interna a reflexionar y a investigar la realidad que la rodea y su propia existencia; tendencia a la que denominamos justamente Filo-sofía: amor o búsqueda de una sabiduría que aún no poseemos pero a la que tampoco podemos ni debemos renunciar.